VI. Gabriel Blackstone

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Edward estaba de pie frente a la persiana, con sus ojos puestos en la calle solitaria

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Edward estaba de pie frente a la persiana, con sus ojos puestos en la calle solitaria. La persona que los observaba ya no estaba, se había apresurado en volver a su casa cuando vio que Edward caminaba en su dirección desde dentro de la cocina-comedor.

—Dime una cosa Julieta —dijo Edward cerrando la persiana—, ¿por qué dijiste hace unas horas que querías deshacerte de tu vecino?

—Creo que la respuesta a tu pregunta es más que obvia mi Matthew. Ese hombre siempre está acechando mi casa, lo que hago. No me gusta que me espíen.

—¿Y por qué aún sigue vivo? —se sentó nuevamente en la silla.

—Esa es una buena pregunta y la verdad es que no tengo una respuesta clara —colocó los codos sobre la mesa y dejó reposar su mentón en la palma de sus manos—, tal vez estoy esperando el momento adecuado, o tal vez... te estaba esperando a ti.

El comentario de Julieta lo hizo removerse en la silla, Edward tenía un mal presentimiento.

—¿Y, sabes su nombre? —hizo la pregunta sintiendo que un nudo comenzaba a formársele en la garganta.

—Gabriel Blackstone.

Y eso fue todo, su mal presentimiento se hizo realidad, de hecho, desde que conoció a Julieta sabía que todo volvería a repetirse otra vez. Al escuchar aquel nombre sintió como si su corazón bombeara con mucha fuerza, la verdad es que latía lento, muy lento; pero a veces Edward se daba el lujo de pensar que era un humano y que su cuerpo se comportaba como tal.

—Julieta —se levantó de la silla, dejando la punta de los dedos de su mano derecha, menos del pulgar, sobre la mesa—, no le hagas daño.

—¿Cómo —arrugó el entrecejo, mirándolo confusa—, por qué?

—Porque él: es mío.

La expresión de Julieta se tornó divertida, y sonrió mientras se mordía la uña del dedo índice izquierdo, en tanto la otra mano aruñaba la madera de roble con que estaba hecha la superficie de la mesa, pues las patas eran de acero. Su cara de confusión había cambiado rotundamente al ver el rostro del ser que tenía parado frente a ella.
El color rojo de los ojos de Edward se había vuelto más intenso, la mirada aviesa no dejaba espacio para las dudas y la punta de los colmillos que permitía entrever de sus labios semiabiertos, hicieron a Julieta sonreír de forma macabra.

—Todo tuyo —dijo y suspiró extasiada—. Pero —se levantó de la silla y fue hacia él, colocó una mano sobre su pecho y la otra alrededor de su cuello—, quiero estar presente cuando —se alzó sobre la punta de sus pies y acercó sus labios al oído derecho de Edward—, cuando le hagas... eso —susurró la última palabra, mientras la sonrisa siniestra que áun se dibujaba en su semblante y la expresión de sus ojos, que parecían haber quedado escandilados, provocó en Edward una rara y excitante sensación.

Él la agarró por la cintura, rodeando esta última con su brazo izquierdo, la pegó a su cuerpo de un tirón y con la mano que le quedó libre, la sujetó por el mentón, la hizo mirarle a los ojos, entretanto rozaba con el pulgar el labio inferior de ella. Luego acercó su rostro al de la chica y ambas respiraciones hicieron contraste; la de él flemática, la de ella dinámica. Por último, curvó los labios en una diabólica sonrisa e hizo más presión sobre la cintura de Julieta.

—Ed-ward —gimió su nombre, Julieta ya no podía contenerse, el dominio de Edward sobre ella la tenía embelesada y estaba a punto de perder la cordura, si es que aún le quedaba algo de eso—, se me va a quemar la carne —dijo a mucho pesar y aunque amaba el ambiente que se había creado; tenía hambre, el olor del ovejo cocinado perfumaba la habitación y sabía que aún era muy pronto para hacer todo lo que pasó por su mente, cuando los ojos de Edward se tornaron de un brillante carmesí.

—Cierto —dijo Edward, dejando libre a Julieta—, además tengo hambre y, ya no puedo beber sangre, debo de alimentarme de alguna cosa.

—Es verdad —Julieta se dirigió rápidamente a bajar la olla de la cocina de gas, la colocó sobre la encimera de al lado y con la punta de una cuchara que cogió del cucharero, levantó la válvula para que la olla botara la presión que tenía y así poder destaparla.

La olla comenzó a despedir el aire caliente que comprimía, en un sonido muy particular para Edward, como si hiciera «pssssss» por largo rato, mientras el olor de la carne se hacía más potente dentro de la habitación.

—Mmnn, ¿huele bien no? —preguntó Julieta.

—Bueno, la verdad es que ese olor no me repugna —comentó Edward—, antes podría decirse que sí; pero supongo que el ya no poder beber sangre tiene sus ventajas, probaré la comida humana.

—¿Verdad que sí? —dijo risueña—, deberías escribir esto en tu diario, creo que sería algo épico en tu historia vampírica.

Julieta lo tomó de la mano y lo llevó a una habitación que había en el segundo piso de la casa. Edward no dijo nada, su mente seguía pensando en las palabras de la chica; volver a escribir en su diario le reafirmaba una vez más que todo sucedería denuevo y ya, estaba cansado... cansado de ver la misma película triste una y otra vez.

—Edward, esta era la habitación de mi padre —habló Julieta, encendiendo la lámpara del cuarto—, cuando él murió no me quise deshacer de nada suyo...

—¿Así que tienes sentimientos eh? —le dijo interrumpiéndola.

—Qué vaaa, mi papá tenía la misma complexión que tú, guardé su ropa para ti, tenía un buen gusto para la moda ¿sabes? —se dirigió al closet que había en la habitación y lo abrió de par en par—. Pero, sí lo quería —su voz sonó nostálgica, no obstante disimuló una gran sonrisa al dirigirse hacia Edward con una camisa de mangas cortas color granate y un pantalón mezclilla—. Te pondrás esto, el rojo te queda bien.

Edward miró la ropa con detenimiento, en su época ni en vidas pasadas había visto tal vestimenta. Iba a preguntar qué año era, cuando ambos sintieron unos fuertes golpes a la puerta y Edward se quedó inmóvil.

—¿Y quién molesta a estas horas? Son casi las 12:00 de la noche —refunfuñó Julieta.

—Julieta... —pronunció quedamente y la chica lo miró con asombro.

—¿Ed-Edward, te sucede algo? —preguntó tragando saliva con dificultad, Edward tenía la palabra «miedo» plasmada en el rostro.

—Él está en la puerta... Gabriel —cayó de rodillas al suelo y Julieta se agachó rápidamente frente a él.

—¿Mi vecino? ¿Cómo lo sabes? ¿Y por qué pareces, estar aterrado?

—Porque está herido y, su sangre, es: asquerosamente irresistible. Julieta, ayúdame —suplicó.

—Pe... pero si la sangre te da asco, cómo puede atraerte tanto la de esa persona.

—Porque su sangre, es mi perdición. Porque él, es la única estaca, que puede matarme.

Noche de bodas #PGP2024 [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora