—Señooor...
—Stephen Kid, a su servicio —hizo una pequeña reverencia.
—Señor Stephen...
—Steph, puede llamarme Steph, es más cómodo, ¿no lo cree detective?
«¿Se me está insinuando?». Se preguntó Gabriel en su subconsciente.
—Mire señor Kid —dijo finalmente Gabriel y el hombre se echó a reir—, ¿sabía usted que con su comentario se ha convertido en un sospechoso?
—Mire señor detective —expresó, algo burlón—, Justin era un hijo de mala madre y muchos aquí teníamos razones para quererle muerto pero, el tipo tenía plata, era mi mejor cliente después de todo, dejaba propinas muy buenas. Nadie de este bar lo mató.
—¿Cómo puede estar seguro? —preguntó Gabriel, poniendo los brazos sobre el mostrador.
—Justin estuvo aquí hasta las 9:33 de la noche, y después de él, nadie salió de este local —le dio una calada al cigarrillo—. Lo sé porque siempre estoy al pendiente de quién entra y quién sale —soltó una bocanada de humo—. Pero si tienen dudas los dejo que miren las cámaras de seguridad, tengo por todos lados, excepto en los cuartos, no me gusta invadir la privacidad de nadie.
—¿Y si alguien comete un crimen en una de sus habitaciones y usted no se entera? —preguntó esta vez Julián, mirando al rubio con especulación.
—Detective, conque por fin se digna a hablarme —Julián evadió la mirada del hombre, quien se echó a reír divertido—. Escuchen, la puerta por la que entraron, es el único agujero por el que pueden salir, además —miró a Gabriel picarón—, aquí nadie viene a meterle una bala o un puñal a una persona, sino otra cosa.
—¡Ya basta! —gritó Julián alterado, palmeando el mostrador—. Gabriel ya vámonos de aquí, este hombre está haciendo que pierda la paciencia.
—Cálmate, estás llamando la atención —le alertó, oteando el lugar, algunos hombres los miraban con recelo—. Señor Kid...
—Steph...
—¡Ni por un coño lo voy a llamar así! —Gabriel intentó mantenerse sereno todo el tiempo; pero en verdad el hombre ya empezaba a sacarlo de sus casillas.
—Wow wow, qué bonitas palabras salen de esos labios —mencionó relamiéndose los suyos.
—Mire, deje sus insinuaciones baratas para otro y dígame si tiene algo más que decirnos.
—Vale vale —le dio una última calada al cigarrillo, para luego tirarlo al suelo y apagarlo con el zapato de su pie izquierdo—. A este bar no vienen clientes extraños, es decir, que todos los presentes somos los únicos que visitamos Paradise todas las noches.
—¿Y?
—Y, que los únicos nuevos el día de hoy son ustedes, más un chico que aparenta tener su edad detective, —señaló a Gabriel—, tal vez más joven, que llegó alrededor de las 10:00 p.m..
—¿Aún se encuentra aquí?
—Pues sí. Era muy extraño sabe, su piel: era extremadamente blanca, al igual que su cabello...
—¿Cómo dices? —Gabriel cogió al hombre por la camisa que vestía, aun cuando el mostrador se interponía entre ellos—. Dígame ahora mismo en qué habitación está.
—Epa, ¿acaso le conoces?
—Su habitación Stephen —lo haló más hacia él—. Ahora —pronunció demandante.
—Ok ok —alzó los brazos, en señal de rendición—. Cuando subas las escaleras dobla a la izquierda, está en la última habitación del pasillo.
Gabriel soltó al hombre y corrió hasta la habitación indicada. Extrañamente cuando llegó, esta se hallaba abierta.
Con mucho cuidado fue empujando la puerta, encontrándose con una escena que lo dejó inmóvil.
Un hombre, atlético, de piel trigueña, cabello negro y ondulado; le hacía una felación a otro de piel lechosa, cabellos largos y blancos, y de unos inconfundibles ojos rojos. El segundo estaba de pie, recostado a una cómoda que allí había, la misma quedaba justo frente a la puerta, en el otro extremo de la habitación; mientras que el primero, de espaldas y ajeno a la presencia de Gabriel, arrodillado en el suelo, disfrutaba el momento.
—Si sigues mirándome así voy a correrme en su boca ¿sabes?
Gabriel se estremeció ante el comentario de Edward, y con rapidez giró la cabeza hacia un lado.
—Pero si no te he mirado dulzura —dijo el hombre arrodillado ante Edward.
—No hablaba contigo, sino con la persona que desde hace unos segundos nos observa.
—¿Qué? —el trigueño se levantó, al girarse vio a Gabriel parado en medio de la entrada al cuarto—. Carajo —apresurado tomó sus calzones, que estaban tirados sobre la cama y se los puso—, ¿quién chingada es este tipo, un mirahuecos?
—Es un amigo mío —respondió Edward, con naturalidad—. ¿Podrías dejarnos solos?
—Ah mierda —comenzó a ponerse el pantalón—. ¿Vienes mañana? Quiero terminar lo que empezamos.
—Seguro.
El hombre terminó de ponerse el pantalón, tomó su camisa, sus zapatos y salió de la habitación, mirando a Gabriel con los ojos torcidos.
Al este irse, Edward se dirigió hasta Gabriel, lo haló por un brazo hacia dentro, cerró la puerta y lo colocó contra la pared.
—Al fin solos, Gabriel Blackstone.
—Al fin solos —tragó saliva, con los ojos clavados en aquella mirada penetrante que lo inspeccionaba—, Edward Matthew.
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Noche de bodas #PGP2024 [EN PAUSA]
General Fiction«Érase una vez...», no, es mejor no empezar así; esto no será un cuento de hadas, donde todos vivieron felices y comieron perdices, porque esos cuentos no se hacen realidad. Son las pesadillas, esas historias que se reproducen en la mente como las e...