XV. Sus labios

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—¿Edward, Julieta sabe sobre esto? —preguntó Gabriel, observando a Edward vestirse

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—¿Edward, Julieta sabe sobre esto? —preguntó Gabriel, observando a Edward vestirse.

—Por supuesto que no. Probablemente me corte el pene si se entera.

Gabriel bufó una risa.

—No imagino a Julieta haciendo tal cosa.

—¿Acaso me imaginaste con otro hombre? —terminó de vestirse.

—¿Insinúas algo?

—No, nada —fue hacia Gabriel, que se encontraba parado al pie de la cama.

—Además, conozco a Julieta mejor que tú. A ti..., ni siquiera sé de dónde saliste.

—Pero podrías conocerme Gabriel —acercó su rostro al del detective.

Gabriel se apartó.

—Ya tuve suficiente conque el dueño de este antro de perdición se me insinuara, ¿ahora lo haces tú, por qué?

—Gabriel, me gustan los hombres tanto como las mujeres. Aunque la verdad es que, me apetecen más los hombres.

—Aléjate de Julieta —demandó Gabriel; pero Edward se colocó detrás de él y lo agarró por las muñecas, sujetándolo con fuerza—. ¿Qué haces? —forcejeó, intentando soltarse, mas no pudo—. ¿Edward?

El vampiro sacó las pistolas de Gabriel de entre su pantalón, las tiró sobre la cama y acercó más el cuerpo del detective al suyo.

—Te extrañé —susurró en la nuca de Gabriel, eso hizo que este se erizara—. Extrañé tu aroma, tu piel, tu cuerpo, tus labios —sus palabras estremecieron al prisionero, que tragó saliva con dificultad.

—Nu-nunca estuvimos ju-juntos, por qué dices que me extrañaste —casi tartamudeó las palabras, mientras su respiración se aceleraba.

—Eres el recuerdo que vive en mí Gabriel —recostó su cabeza a la del otro—, eres el recuerdo que me atormenta.

—¿De qué hablas? —Forcejeó nuevamente—. ¡Y suéltame de una maldita vez!

Edward cedió, Gabriel se soltó y rápidamente tomó sus pistolas, apuntándole con ellas.

—Dime, quién demonios eres tú —Edward esbozó una sonrisa siniestra ante la pregunta—. ¡Respóndeme!

—¿O qué, vas a dispararme?

—¿Fuiste tú quién lo mató? ¿Has sido tú todo este tiempo? ¡Ah!

—¿De qué estás hablando? —intentó acercarse a Gabriel pero este retrocedió.

—Llevo meses buscando pistas; pero lo único que encuentro es un cadáver tirado en un callejón. Y ahora —se rascó la punta de la nariz con el dorso de la mano derecha—, apareces tú de la nada y cerca del lugar donde ocurrió otro asesinato.

—¿Insinuas que soy un asesino en serie?

—¿Y cómo explicas que la víctima tenga la marca de dos colmillos en su cuello?

Edward no respondió, se quedó quieto, en silencio. No sabía si le había sorprendido más que Gabriel hubiese descubierto su identidad, o que el muerto de cual hablaba tuviese la marca de dos colmillos en el cuello.

—¿Por qué no dices nada? ¿Por...? —Gabriel ensanchó los ojos, y bajó sus pistolas suavemente.

En realidad, había hecho la pregunta para descartar la loca y absurda idea de que los vampiros existían. No obstante, al ver que Edward no movió ni un músculo ante la pregunta, y que se quedó callado, miles de cosas empezaron a darle vueltas en la cabeza.

—Esto no puede ser verdad —se dejó caer en la cama, sentado—. Yo debo estar soñando, sí, me quedé hasta tarde viendo la primera parte de Underworld y ahora sueño con vampiros.

—Gabriel...

—¿Si te disparo no te vas a morir verdad? —preguntó mirando sus pistolas.

—Pues no —respondió sentándose en la cama.

—¿Julieta...?

—Lo sabe.

Gabriel se levantó con rapidez y se colocó frente a Edward, apuntando la cabeza de este con una de sus FN Five-seveN.

—¿Qué no acabo de decirte que no me harás nada si me disparas? —miró a Gabriel a los ojos—. Si fuera el vampiro que estás pensando ni tú ni Julieta seguirían con vida. Además, ni siquiera puedo beber sangre, porque me da asco. Y tampoco soy tu asesino serial, así que discúlpame por desilucionarte.

Gabriel guardó sus armas y suspiró, relajándose.

—¿Cuántos años tienes? —le preguntó curioso.

—No pienso responderte esa pregunta. Haz otra.

—¿Vuelas?

—Jajajaja. No, tampoco me convierto en murciélago.

—¿Corres?

—Lo suficientemente rápido.

—¿Tus sentidos?

—Muy desarrollados.

—¿Colmillos?

Edward separó los labios, Gabriel se inclinó hacia delante, para ver más de cerca. Los tocó: sus labios, suaves y fríos. Examinó nervioso la boca del otro, vio sus dientes, sus puntiagudos colmillos, y otra vez sus labios: carnosos y sonrosados.

—Si continúas mirando mis labios de esa manera comenzaré a creerme cosas —comentó irónico; pero al ver que Gabriel no reaccionaba, atacó—. Aunque si quieres, puedes probarlos.

La voz ronca de Edward, más el tono erótico que empleó en sus palabras, atrajeron a Gabriel de tal manera que, con torpeza, posó sus labios sobre los de aquél.

Al sentir el contacto, los ojos de Edward brillaron con intensidad. Entreabrió más los labios, permitiendo que Gabriel lo invadiera con fervor.

La espalda de Edward tocó el colchón de la cama, la pierna izquierda de Gabriel se encontraba entre las suyas, las manos de este lo aprisionaban contra las sábanas, mientras el beso: inexperto y desesperado, lo hicieron soltar un gemido ronco.

Un bulto se hizo evidente en la cremallera del pantalón de Gabriel, y, al darse cuenta, se apartó con rapidez.

—¿Qué estoy haciendo? —se cubrió los labios con el dorso de la mano derecha.

—Gabriel... —Edward se repuso en la cama, apoyándose sobre los codos.

—No —su pecho subía y bajaba tras cada respiración—, no quiero escuchar nada —bajó la mano y apuntó con ella a Edward—. Tú y yo, mañana, tendremos una larga conversación —zanjó y a paso veloz dejó la habitación.

—Mierda —dejó caer su espalda en la cama e incrustó los dedos de las manos en su cabello—, esto... se acaba de poner difícil para mí.

Noche de bodas #PGP2024 [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora