—Buenas noches.
—Buenas noches —saludó Julieta a su vecino, cuando le abrió la puerta de su casa.
—Perdona que te moleste a esta hora, sé que es tarde en la noche; pero... ¿puedo pasar?
Julieta lo observó de pies a cabeza, sujetando con su mano izquierda el borde de la puerta. Su vecino, vistiendo un buzo azulado, un pantalón mezclilla aguas claras y unas zapatillas blancas, estaba parado frente a ella, con un dedo vendado, oteando sin recato alguno la sala de su casa. «No entiendo cómo Edward pudo oler su sangre a través de ese vendaje tan bien puesto», se preguntó, recordando que había dejado al vampiro en el baño, para que se duchara y el agua hiciera su mágico efecto de calmar los nervios.
—Adelante —Julieta se hizo a un lado, permitiéndole pasar.
—Muchas gracias —entró a la sala apresurado, parecía buscar algo con desespero.
—Siéntate —le dijo Julieta, señalándole los muebles—. ¿Necesitas algo Gabriel?
—Sí, una pomada —respondió, sentándose en uno de los muebles más pequeños de la sala, en el que su vista daba a la calle y quedaba de espaldas al resto de la casa de Julieta.
La chica se quedó estupefacta, la excusa que acababa de darle para entrar a su casa y husmear fue la cosa más graciosa y ridícula que había escuchado en su vida.
—¿Una pomada? —preguntó cerrando la puerta, luego se sentó en el otro mueble pequeño que quedaba frente al que estaba sentado su vecino.
—Sí —respondió—, preparaba mi almuerzo para mañana llevar al trabajo y me corté en el dedo, cuando estaba picando unos ajíes —alzó el dedo vendado, el índice de su mano izquierda—. Fui a mi habitación para untarme una pomada y así se cure más rápido la herida pero vi que no tenía, tampoco quiero que se me infecte. Te vi llegar hace rato y como las luces seguían encendidas deduje que estabas despierta aún. ¿Tienes algo para untarme?, mañana sé que debo ir a la farmacia a comprar medicina, para no volver a molestarte —terminó de decir.
Julieta no daba crédito a lo que escuchó de los labios de aquel hombre. La mentira que había elaborado no se la creería ni un niño de cinco años, era absurdo, totalmente absurdo.
—Creo que tengo algo que te puede ayudar.
—Gracias —insinuó una pequeña sonrisa.
—Debes tener mucho cuidado para la próxima Gabriel, podrías... quién sabe, amputarte un dedo —se levantó del sillón—. Espérame aquí, ahora vuelvo —se dirigió al pasillo que se ubicaba en el lateral izquierdo de la habitación, el mismo conducía a otra parte de la casa, donde había un amplio salón y una escalera que llevaba a la parte superior de la vivienda, donde se encontraban los cuartos.
Al quedarse solo, Gabriel se levantó de un soplo y comenzó a recorrer la casa; fue hasta una puerta que quedaba en la sala, entre los dos pasillos, la abrió, observando una taza sanitaria y un cesto de plástico donde se echaban los papeles sucios. Luego miró a su izquierda, por donde había cogido Julieta, sabía que no podía ir en esa dirección, así que se dirigió hacia su derecha y caminó por el estrecho pasillo, hasta llegar a lo que era la cocina-comedor.
Al entrar observó la única persiana de la habitación cerrada, dos sillas sacadas de la mesa, dejando en claro que dos personas estuvieron sentadas allí hacía poco tiempo. En la encimera reposaba tranquilamente una olla de presión, con una cuchara que le servía de palanca a la válvula sobre la tapa. La cocina de gas aún estaba encendida, así que fue y la apagó, tocó la olla, estaba caliente.
—Debe estar arriba —pronunció sutilmente, encaminado sus pasos en dirección a una puerta que se ubicaba a la izquierda de la entrada de la cocina-comedor—. ¿Por qué lo escondes, Julieta? —abrió la puerta y un fuerte olor a sangre le abofeteó el rostro, la puerta conducía al garaje, donde Julieta había descuartizado al ovejo.
—¿Quién está escondiendo qué? —la voz de Edward lo hizo dar un respingo, que cerró la puerta de un tirón, no lo sintió llegar, o estaba muy concentrado en su búsqueda, o el hombre que estaba recostado en la pared, justo en la entrada de la cocina-comedor, no había hecho ruido alguno al caminar, como si hubiese flotado hasta llegar allí.
—¿Disculpe, y usted es? —lo escudriñó con la mirada de pies a cabeza y de cabeza a pies.
—Edward Matthew —caminó hacia Gabriel, percatándose este último que sus pisadas eran tan ligeras que apenas se escuchaba su andar, como si de un fantasma se tratara—, un placer —le extendió la mano izquierda, para que el hombre frente a él se la estrechara con su derecha, evitando así el contacto con la mano herida.
—Gabriel Blackstone —le dio un apretón de manos, apartándose rápidamente al sentir el contacto tan frío—. Tu mano está helada.
—Oh, perdón —se miró la mano—, es que acabo de bañarme con agua fría.
—Edward Matthew —reiteró Gabriel su nombre—, es poco común en este siglo. ¿Matthew es tu segundo nombre o un apellido?
—Mi apellido —contestó Edward.
—¿Y —caminó hacia él—, qué eres de Julieta? Nunca te había visto por aquí.
Los ojos color carmín de Edward conectaron con el cerúleo de los ojos de Gabriel. Se reflejó en ellos, y aunque quiso saciar la curiosidad del adonis frente a él, sus labios no se abrieron para hablar. Edward se había perdido en aquella mirada llena de curiosidad, en unas pupilas grandes y negras, en sus largas pestañas, sus pobladas cejas y en el color carne de sus perfilados labios; en el lunar que se ubicaba en la parte izquierda de su labio superior, en el extraño corte de su castaño cabello y en el color trigueño de su piel.
—¿Matthew? ¿Gabriel? —Julieta llegó y se detuvo al lado de Edward—. ¿Sucede algo? —miró a ambos repetidamente, deteniéndose más en el vampiro, le preocupaba la reacción que había tenido este minutos atrás ante la llegada de Gabriel; pero al parecer el agua de la ducha había hecho bien su trabajo, Edward lucía tranquilo.
—No sucede nada Julieta —contestó Gabriel, alargando el espacio que había entre ellos.
—Ah, veo que ya conociste a Edward —se aferró al brazo derecho del mentado y recostó a él su cabeza—, mi prometido.
—¿Prometido? —cuestionó Gabriel.
—Sí, es del pueblo donde vivía con mi mamá, finalmente decidimos vivir juntos. Estamos pensando en casarnos —le mostró una amplia sonrisa, dando a conocer lo feliz que se sentía con Edward como su pareja.
—Oh, felicidades entonces —dijo Gabriel, poniendo una vez más su mirada curiosa sobre Edward, que continuaba callado, contemplándolo—. Eehh, ¿me trajiste la pomada? —dirigió sus ojos a Julieta nuevamente, el prometido de esta comenzaba a ponerlo nervioso.
—Sí, aquí tienes —le entregó un tubo flexible y de mediano tamaño, con un tapón en un extremo y un pliegue en el otro, así como con letras escritas sobre él de colores rojo y negro—, puedes llevártelo, tengo otro nuevo, ese ya está abierto y lo he usado.
—Pero aún le queda bastante —dijo observando el tubo que estaba medio lleno.
—No te preocupes hombre, llévatelo —le hizo un ademán con la mano derecha, dándole a entender que no había problema al regalarle el recipiente con la pomada.
—Gracias. Bueno, ya me voy, dicúlpame por molestarlos.
—Descuida, estoy aquí para ayudarte cuando lo necesites —le dio un codazo a la estatua a su lado—. Edward, ya Gabriel se va.
Gabriel se dirigió a la sala y Julieta le siguió detrás, halando a Edward hasta allí.
—Hasta mañana Julieta —abrió la puerta y salió, deteniéndose en el tercer y último escalón que había que subir para llegar a la puerta de la casa de Julieta—. Hasta mañana —fijó su vista en el "prometido" de su vecina—, Edward —cerró la puerta, bajó los escalones y se fue directo a su inmueble.
—Entonces, ¿cenamos? —preguntó Julieta, poniéndole el seguro a la puerta.
—Sí, cenemos.
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Noche de bodas #PGP2024 [EN PAUSA]
General Fiction«Érase una vez...», no, es mejor no empezar así; esto no será un cuento de hadas, donde todos vivieron felices y comieron perdices, porque esos cuentos no se hacen realidad. Son las pesadillas, esas historias que se reproducen en la mente como las e...