IV. Jouline <Parte I>

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Las paredes pintadas de negro, las cortinas rojas y las luces opacas de la vivienda de Julieta, hacían a Edward sentirse como en casa; recordó la época en que era el vampiro más temido de la región y se sentaba en su silla del trono como un magníf...

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Las paredes pintadas de negro, las cortinas rojas y las luces opacas de la vivienda de Julieta, hacían a Edward sentirse como en casa; recordó la época en que era el vampiro más temido de la región y se sentaba en su silla del trono como un magnífico monarca,
disfrutaba ser servido, cruel y tener buenos amantes, fueran hombres o mujeres.

Sus ojos brillaban como el carmín al observar las pinturas lúgubres que adornaban la pared de la habitación en la que ahora se encontraba, y ese ambiente tranquilo, acogedor y fúnebre que le transmitía la casa de Julieta le alegraron la noche.

—Julieta, tus gustos son iguales a los míos —le comentó a la chica que buscaba por los muebles de la sala de su casa el mando para encender la tele.

—Gracias, sabía que te gustaría como decoré mi hogar —levantó el cojín de unos de los tres muebles que formaban un triángulo frente al televisor pantalla plana, uno largo en la punta y dos más pequeños en las esquinas—, ya que mis gustos no es que sean iguales a los tuyos, son —hizo énfasis en la palabra y prosiguió— los tuyos. Todo lo que a mí me gusta, todo lo que hago, es porque lo aprendí de ti —cogió el mando de color negro que encontró bajo el cojín, apretó un botón rojo apuntando al televisor y este se encendió.

—¿Qué demonios...?

En un pestañeo Julieta otra vez estaba pegada a una pared, mientras la mano derecha de Edward apretaba su garganta con fuerza.

—¿Ed...Edwu...ard? —pronunció con dificultad su nombre.

—¡Lo sabía! Estaba cien por ciento seguro de que eras esa maldita "Bruja Escarlata". Sabía que había despertado por ti —soltó su cuello y la volteó, quedando Julieta de frente a la pared, luego rasgó el vestido ensuciado de sangre y miró la parte superior izquierda de la espalda de la chica.

—Edward —dijo y tosió un poco—, qué rayos sucede esta vez para que vuelvas a querer estrangularme —preguntó; pero su cuerpo se heló cuando sintió los dedos fríos de Edward acariciar la piel de su espalda, donde tenía una marca de nacimiento.

—Dices que no eres una bruja pero veo a unos humanos encerrados en esa cosa cuadrada —se alejó de ella, quien se volteó y lo miró confusa, aunque rápidamente entendió a qué se refería Edward.

—Diablos Edward —resopló y chasqueó la lengua—, esa cosa cuadrada de la que hablas se llama televisor y todo el mundo tiene uno en su casa. Y no, no se trata de brujería o algo por el estilo, así que por favor, te lo pido —acarició su cuello—, no vuelvas a agarrarme así sin preguntar primero. No sabes nada de este mundo, así que no te precipites, ¿vale?

—Lo siento —miró el televisor—. Al parecer tengo mucho qué aprender.

—Bueno, iré al garaje a buscar el ovejo para descuartizarlo y ponerme a cocinar, también debo cambiarme de ropa y bañarme —apagó la tele y tiró el mando en unos de los muebles—. Tú si quieres puedes ir husmeando por la casa y por favor, por segunda vez te pido que por cada cosa extraña que veas, no vayas a querer torcerme el pescuezo como si fuera una gallina —terminó de decir y se dirigió a un pasillo que había a la derecha, perdiéndose en la oscuridad del mismo.

Edward miró todo otra vez dando un giro de 360 grados y encaminó sus pasos hacia un pasillo a la izquierda, sombrío y solitario, como los pasajes de su antiguo palacio.
La nostalgia comenzó a devorarlo otra vez, todo lo que veía le recordaba su pasado, uno del que se enorgullecía, hasta que un día dejó de hacerlo y odió tanto ser un vampiro, un monstruo, un ser sin corazón y no poder morir. Pero en esta ocasión, después de llevar cientos de años dormido y despertar en un época extraordinariamente extraña para él, había algo diferente, lo sentía.

—¿Por qué me da asco la sangre? —se preguntó mientras recorría con lentitud el obscuro pasillo.

Edward, antes de tomar sus siestas centenarias, llevó un registro de todo lo que sucedía cada vez que despertaba de su letargo; lo que le gustaba, las cosas que hacía, sus costumbres, sus ideales y sus planes, todo ello lo escribió en un diario, ese que encontró Julieta.
En cada despertar Edward revivía la misma historia, cada una interpretada por diferentes personajes pero él, siempre era el protagonista. Desde aquel día, hace miles de años, cuando deseó con toda su alma desaparecer para siempre, comenzó a cambiar.

Edward Matthew no se iba a dormir por años en un ataúd porque quisiera. No. Lo habían maldecido y su mayor tormento era ver "su" muerte una y otra vez, peor aún, ser él el causante de esa desgracia, por eso comenzó a odiarse, por eso, muchas veces, deseó ser un humano y perecer. Lo diferente es que nunca le había dado asco la sangre al punto de vomitarla, algo cambió y tenía que descubrir qué.

—No dejaré que pase denuevo, Jouline.

Noche de bodas #PGP2024 [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora