Intermedio I: zorro sin prestigio

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Veía las pálidas luces frías caer en una suave danza y el momentáneo tintinear de una campana. A pesar de la crudeza con la que me fue arrebata mi felicidad, estaba seguro que siempre existiría una recompensa a todas esas desgracias de humanos intransigentes. Lo seguí pensando en el cobijo del manto frío, lo seguí pensando con los huesos congelados debajo de mi piel.

Lo seguí pensando después de muerto.

Pero en mi naturaleza la muerte no era una intersección sencilla. El mestizaje en mi sangre me proveía una percepción diferente de las cosas. A través de ojos que todos juraron extranjeros, observaba con horror las siluetas ciegas de hacedores de mala suerte y maldiciones, pero nadie cree las palabras de un niño maldito ni de la corriente ideológica occidental que se precipitaba en las mentes apáticas de los aldeanos.

Mi padre nunca mostró algún tipo de emoción ó atención cuando le acompañaba en sus viajes de comerciante, tampoco me dio un nombre, por lo que pasé toda mi vida sin una identidad. Siempre era el "maldito", "ladrón", "aberración" ó "demonio". No eran nombres que me gustaban, ninguno, pero así me llamaban.

—Mira, ahí está de nuevo ese niño maldito. Kitsu-san debería de matarlo para que nos quite la maldición del pueblo. Nuestras cosechas van de mal en peor con cada año que pasa.

—¿Lo estás diciendo en serio? ¿Qué tal si nos maldice de verdad por matarlo? ¡Nos guardará rencor a todos y seremos realmente maldecidos!

—Silencio, estúpidos, ¿Qué no ven que puede escucharlos, el maldito?

Las tensiones de los habitantes de Uzumaki siempre aterrizaban sobre mi escuálida imagen. Sí, es cierto que es el tercer año en el que las cosechas no han prosperado, pero yo no tengo nada que ver con el asunto.

En descuidados pasos de pies descalzos, me deslizaba por enormes rocas del monte que culminaban en un río. El recorrido acuoso era ocultado discretamente por el frondoso follaje de los árboles situados a su alrededor. La temporada invernal estaba cerca de empezar, y las coloraciones marrones y amarillas de las hojas seguían cayendo con temple. La ligera yukata que llevaba encima no me ayudaba en aminorar el frío inyectado en los músculos, pero no tenía más ropa que pudiese ponerme encima además de la magullada capa de paja que me había fabricado con los restos desechos de los kasa de mi padre.

En un suave balanceo aterricé sobre una enorme roca que se encontraba al borde del río. Noté la tierra pegajosa y con un olor fétido, el indicativo que alertaba la presencia de aquella aparición. Ante mis ojos un enorme globo negro emergió del río, pequeños destellos rojizos en el centro del globo en forma de ojos me fulminaban con un inútil intento de asustarme. La superficie de su piel se apreciaba brillante, probablemente si me montara en él me resbalaría por algún tipo de secreción babosa.

—Un humano que puede verme. Te comeré por haber visto mi forma, humano— Una gutural y lejana voz se emanó de una larga y delgada boca que podría partir a la mitad ese globo negro, pequeños dientes afilados de piraña y una rugosa lengua se divisó a mi vista. Chasqué mi paladar el escuchar su amenaza.

—Guárdate tu discurso de cuentos de terror para alguien que te lo crea. La gente se ha estado quejando por la cosecha, sé que eres tú quien envenena a las plantas contaminando el agua... lo que no entiendo es porque tu agua podrida no afecta a los humanos— Un murmullo cavernoso convulsionó al globo en su éxtasis, estaba riéndose.

—Vaya joven tan amable eres. Preocupado por la salud y prosperidad de tu pueblo. Ah, pero... ¿realmente lo haces por ellos? Cualquiera pensaría que eres un patético mestizo que espera la aprobación de los humanos con tus heroicas acciones. Por supuesto, eso es imposible. Los humanos nunca aceptarán a los que son youkai, ayakashi ó incluso al mestizo de un kitsune y un humano— Un relámpago de furia oprimió mi estómago con fuerza, sentí deseos de gorgorear un rugido y mostrarle mis afilados dientes para hacerlo callar. Un acto innecesario, sabiendo que los globos negros parlanchines no se sentirían propiamente asustados por eso.

Efusivo ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora