Qué pelón está el cochi

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Capítulo 9

Kelly

Papá, mamá y yo desayunamos en el comedor en silencio. Tengo en cuenta que en media hora debo salir disparada al instituto. Debo despertarme más antes desde que recuerdo que ahora voy caminando y no con Lewis desde aquel día.

Durante estos cuatro días que habían pasado mi hermano seguía hospitalizado, siendo revisado por los médicos y en un descanso, por así decirlo. En ese tiempo mis padres se habían tomado las suficientes atribuciones para darle de baja en el instituto y para hacer sus maletas y dejarlas en la puerta de su—ahora—habitación vacía.

¿Yo? Yo no había vuelto a visitarlo. ¿Con qué cara iba a hacerlo? Literal, soy cómplice de todo lo que ha tenido que pasar, ahora no puedo ir de hermana menor cariñosa y desvalida a querer devolver todo el tiempo perdido y blah, blah, blah...

— ¿Y tú? ¿Qué tal van tus notas?— Me pregunta mi padre, con tal de sacar conversación.

Ruedo los ojos. Ya empezamos...

— ¿Para qué? ¿Mandarme a la granja de los abuelos?— Me jacto, con ironía.

Me miran entre sí y reina el silencio.

— Mal.— Contesto a su pregunta, en lo que me llevo el vaso de leche a la boca.— Pero vamos, no es sorpresa. Sabéis que nunca he podido alcanzar las notas de Kanel y nunca me habéis presionado a sacarlas como a él.

De nuevo, silencio.

— ¿Qué pretendes decir?— Inquiere mi madre.

— No sé, tú dime.— Me encojo de hombros.

En eso, ante la vacilada, mi padre golpea con su la palma de la mano la mesa, pero ni siquiera me sorprendo.

— No le hables así a tu madre.— Gruñe.

Cansada y sabiendo que esto solo iba a terminar en una discusión en la que solo yo saldría perdiendo, me levanto y tomo mi mochila.

— Me voy a clase. Tened buen día.— Me despido sin darle vueltas al asunto.

Les dejo con la palabra en la boca y salgo de ahí. La brisa fría golpea mi cara y enseguida maldigo el horario al que nos hacen ir a clase. Veinte pasos quizá llego a contar para cuando una bocina suena a mis espaldas y luego un auto que conozco a la perfección se detiene a mis pies. Finjo hacer que no lo he visto y que no va para mi ese bocinazo. Finjo estar chateando con alguien en lo que camino cada vez más y más rápido.

Ese auto va a la par mía.

— Sube. Sé que me has visto.— Oigo decir a Lewis.

Suspiro.— No, gracias. Sé caminar, ¿Ves?

— No me hagas bajar.— Advierte.

Me detengo, pongo los ojos en blanco y me volteo a verlo, sin expresión alguna. Me guiña un ojo en lo que palpa el asiento a su lado, indicándome que quiere que entre y me siente. Haciéndole caso porque es demasiado pronto para empezar con peleas y discusiones absurdas, me meto en el auto y enseguida emprende el camino. No digo nada, solo miro hacia delante.

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