CAPITULO IX

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Adhara llevaba una semana en casa de aquellas personas que la habían acogido con amabilidad, sabía que en algún punto debía encontrarse con su amor, había estado escuchado cuando a veces hablaban cosas de este, no entendía tal miedo, pero era demasiado.

— ¿En qué piensas? — le preguntó Celac, aquella conversación le recordó a Chaid, siempre estaba disperso, cuando este hablaba, le contaba todo lo que sentía.

— Solo quiero que él tiempo corra, he de hacer muchas cosas — le contestó con una sonrisa, el joven estaba triste al ver que esta se alejaría, y se estaba acostumbrando a tenerla ahí y salir con miles de ocurrencias.

— Adhara, no te vayas, quizás aquí puedas vivir bien — le dijo el joven y ella le sonrió.

— He venido aquí con un propósito y no lo puedo cambiar — le comento, no sabía exactamente qué decir.

— Dentro de poco creceré y podré casarme contigo, no tendrías que buscar — le dijo este, mientras sus mejillas se teñían de un rosa intenso.

— No puedo, eres un niño, Celac, ya encontraras una mujer que te ame y que tenga la edad para hacerlo, mi corazón le pertenece a alguien más, espero lo entiendas — le dijo con cariño, está ya notaba en la forma en que este le miraba, que sentía algo más por ella, su respuesta, aunque dolió, fue dulce y le hizo entender que no era la mujer para él.

— ¿Que habéis puesto a mi madre en su cabello? — le dijo este cambiando aquel tema, había visto que estas habían tomado algunos pedazos de telas y lo habían amarrado en sus cabellos como tornillos.

— ¡Ya verás, tu madre es demasiado guapa y solo intento que vea lo bella que es — le dijo y este sonrió, era algo cierto, su madre era una mujer hermosa, lo decía su padre cada vez que la veía!

— ¡Dorotea ven! — le grito y está fue enseguida, al igual que su hijo, sentía curiosidad por lo que esta le había puesto en su cabeza.

— ¿Ya podéis mirar que tal se ve esto? — le dijo con un poco de torpeza al tocar aquellos lazos.

Esta con una sonrisa alegre, se acercó y comenzó a desatarlos, su cabello lacio ahora tenía unas bellas ondas, se veía realmente bien, tenía el cabello en un tono naranja, era algo hermoso, pues nunca había visto a alguien así.

Dorotea se miró en un pequeño espejo que le había dado su esposo y admito aquello que está le había hecho, se veía realmente guapa, desde que había llegado, el cuidado de su piel era diferente, tanto así que ahora tenía ganas de seguir haciendo lo que esta le estaba enseñando.

Su hijo se había quedado impresionado, se veía bastante bien.

— ¿Te gusta? — le preguntó.

— ¡Me encantó! Magno lo amará — Le dijo esta emocionada, faltaban algunas horas para que este estuviese en casa, así que Adhara pensó un poco, le harían una comida para ellos dos, Celac no estaba muy feliz, pero está le había comprado con una salida al pueblo mientras que estos comían.

Un cordero asado, papas con algunas hiervas y un guisado delicioso estaba frente a ellos, Adhara tomó un poco de comida y la llevó, comerían en el camino.

Nunca había salido de aquellas paredes, aunque se sentía feliz de estar en un hogar, necesitaba un poco de aire y nuevas vistas.

El pueblo era pequeño, algunas casas se veían en muy mal estado, pero el ver a más gente, le alegraba, sabía que no iba a pasar desapercibida, era algo imposible, está no pertenencia a ese lugar, todos se conocían, era lógico, que ver a alguien nuevo causará un poco de curiosidad.

Highlander, ¿bailamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora