5. La clase de latín

36 7 1
                                    

CAPÍTULO 5

Alexander.

No entendía como alguien puede constantemente sorprenderte. La primera vez que la vi, me di cuenta que era tímida y reservada, pero segura de si misma, por lo que había notado era bastante inteligente. Y su físico te impactaba de una manera irrefrenable.

Con su estatura más o menos de un metro setenta, imponía por donde pasaba, no le hacía falta ser demasiada alta para eso, y cada vez que entraba en algún lugar llamaba mucho la atención, los hombres solo les faltaba babear frente a ella, era realmente deslumbrante, con unos labios rosados, una nariz pequeña y respingona, unos ojos castaños con un brillo especial, y su piel era blanca como la nieve -No literalmente- y siendo sinceros tenía un culo perfecto. Lo miraba cada vez que podía, es que era atrayente en todos los sentidos.

Pero no sólo su físico era deslumbrante, todo en ella gritaba poderío y era excitante como defendía sus opiniones en clase -Ya que los dos estábamos el la carrera de literatura inglesa-, era increíble como sabía tanto de libros clásicos como de ficción juvenil. Y casi siempre que la veía fuera de la universidad estaba con sus auriculares o leyendo.

Llevaba un rato observandola, escuchaba música y tarareaba mientras limpiaba, pude distinguir la canción "I wanna be yours - Arctics Monkeys". Demonios esa canción me encantaba, la letra en sí me parecía sexy, y en la forma que la tarareaba sonaba más sexy, me pregunté ¿cómo se sentiría que ella ejecutara esa canción?, ¿cómo sonaría su voz interprentando ese ritmo y letra?.

Al sentir mi mirada se giró y cuando sus ojos se fijaron en los míos un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo. Le dediqué una sonrisa torcida mientras ella se quitaba un auricular y yo me acercaba lentamente hacia ella.

El aire se volvía cada vez más denso, o así lo sentía siempre que estábamos juntos, aunque muchas veces ella no lo notara.

-Haz llegado un poco tarde ¿no?. -se cruzó de brazos.

-La verdad llevo hace rato aquí. -me encogí de hombros.

-Pues nuestro castigo no se basa en quedarte parado sin hacer nada. -su tono fue un tanto burlón.

Así que tenía sentido del humor -cada vez me parecía más interesante-.

-Tienes razón porque observarte para nada es un castigo. -murmuré, y notaba como se le encendían las mejillas, se veía tierna. -Es todo un privilegio Broocke. -Alargué su nombre en un tono confidencial, como si fuéramos dos amantes en vez de compañeros. No pasé desapercibido el vaivén de su garganta.

Me encantaba su nombre, le quedaba perfecto. Después de inspirar casi imperceptiblemente al fin habló.

-Es mejor que nos pongamos a limpiar.

-Si tú lo dices.

-Si. -dijo mientras se dedicaba a terminar lo que estaba haciendo, y yo seguía donde lo había dejado ayer.

Intercambiamos unas cuantas palabras, sobre unos ensayos de autores que teníamos que investigar para una clase. Hablar con ella resultó natural, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo. En algunas ocasiones le sacaba alguna que otra sonrisa y me sentía bien por haberlo logrado.

Me sentí cómodo con la chica culpable de que me impusieran este castigo en primer lugar, aunque nunca creí que fuera uno en realidad.

Cuando me dirigía a mi apartamento en mi camioneta BMW de color negro, sonó mi celular, lo ignoré. No iba a revisarlo conduciendo. Cuando llegué a mi edificio, subí en el elevador y después de que las puertas se cerraran revisé mi celular. Tenía 3 llamadas perdidas de Lisa -una exnovia que creía que todavía teníamos algo- y también mensajes donde me invitaba a una fiesta.

Algún Día Donde viven las historias. Descúbrelo ahora