Esperó a que saliera del edificio y le hizo un gesto con la cabeza desde la distancia.
— Buenos días.
— Buenos días.
— ¿Nos vamos? — rompió ese pequeño silencio incómodo.
— Creo que deberíamos hablar sobre lo que pasó ayer.
— Da igual, Luisa. Todo está bien, olvídalo.
— No me puedo olvidar. Siento si te molestó, es solo que... me importas.
Amelia no pudo reprimir una ligera sonrisa al escuchar esas dos palabras. No quería hacerse ilusiones con Luisa pero sus actos se lo ponían cada vez más difícil y ya no sabía qué pensar. ¿De verdad tenían alguna posibilidad?
— Puedes estar tranquila, no voy a hacer nada.
— ¿En serio?
— Sí, anoche lo estuve pensando y... me he dado cuenta de que por más que me pese hay cosas que no están en mi mano.
Sus miradas se encontraron durante unos segundos hasta que Luisa apartó la vista. No paraba de encontrarle un doble sentido a sus palabras y se sentía cada vez peor por estar jugando con sus sentimientos.
— Sé que es un asco pero no podemos cambiar el mundo nosotras solas.
— Ya... supongo que estamos condenadas a vivir en un mundo lleno de injusticias. — se acomodó el tirante del bolso en el hombro. — Pero bueno, prefiero no pensar más en eso... será mejor que nos vayamos, que llegar tarde o no sí que depende de nosotras.
— Ahí llevas todas la razón. — coincidió divertida.
⋆★⋆
Luisa esperó a que acabaran los comensales y se quedó a solas con Benigna para tomarse una achicoria. Hacía días que no se sentaba con ella a charlar. Entre las guardias en el piso y los últimos acontecimientos su relación con Benigna se había basado en las típicas conversaciones sobre cómo había ido el día y poco más. Echaba de menos esos ratos de desconexión en los que Benigna le contaba sus quehaceres y por unos minutos todo parecía normal.
Sin embargo, en esta ocasión se había asegurado de que el hostal estuviera vacío porque había llegado el momento de hablar sobre Benito. Después de los días de reflexión que le dejó, vino a hablar con ella y le pidió que le contara la verdad a Benigna sobre su paradero. A Luisa le pareció más oportuno que fuera él quien se lo explicara, pero insistió en que se lo comunicara ella y que Benigna tomara la decisión de si verle o no.
— Cómo me alegro de que esta semana no tengas tanto trabajo, que eres joven y no todo en la vida es trabajar. — comentó Benigna dejando las tazas en la mesa de la cocina.
— Sí... aunque al menos tengo la suerte de que me gusta mi trabajo. — le dio un sorbo.
— Y que eres muy trabajadora y muy dispuesta.
— Gracias. Verá, Benigna, yo quería hablarle de un tema un poco... delicado.
Benigna entonces se puso alerta, sospechando de qué podía tratarse.
— Es sobre Benito, ¿verdad? Tienes malas noticias.
— Acudí a un compañero de confianza que se suele mover por los círculos de los comunistas y le pedí que preguntara por ahí si alguien le había visto. Tardó unos días en ponerse en contacto conmigo pero me comentó que había un hombre que podía corresponderse con la imagen que me dio. Antes de decirle nada quise asegurarme de que realmente era él para que no se hiciera falsas esperanzas, sé que lo ha pasado muy mal con este asunto y lo último que quería es que pasara otro mal trago para nada.