Hugo tomó la iniciativa de la conversación y empezó a contar anécdotas de su último viaje al extranjero, cada una más inverosímil que la anterior. Toda su atención se centraba en Amelia, se notaba a la legua que quería impresionarla a toda costa. Luisa no le dio demasiada importancia y se mantuvo en un segundo plano, observando con disimulo el comportamiento de la morena.
Caminaba con paso ligero, como queriendo llegar a casa cuanto antes, y sus contestaciones estaban llenas de monosílabos. No tenía nada que ver con esa Amelia que tan solo unos minutos antes comentaba ilusionada los significados de las flores con las que se iban encontrando. Volvía a ser aquella chica correcta del día de las elecciones, educada, cumpliendo con su papel, pero con la cabeza en otra parte.
— ¿Te lo puedes creer? — soltó Hugo entre risas.
— Ya... — de pronto sus ojos se encontraron con los de Luisa y sonrió divertida.
Lejos de apartarle la mirada, Luisa le sonrió de vuelta. Sin importarle que la hubiera pillado.
— Y entonces le pedí al camarero el mejor vino que tuvieran, porque eso había que celebrarlo. — continuó él, interrumpiendo ese pequeño instante entre las dos.
Después del trayecto en metro continuaron atravesando las calles de Madrid, bañadas ya por la luz del atardecer que se iba colando entre los bloques de pisos, y compartieron alguna que otra mirada fugaz de vez en cuando hasta llegar a la plaza.
— Anda, ¿ya estamos aquí? Se me ha pasado el trayecto volando.
— Sí. — coincidió Amelia por educación.
— Bueno, yo... me marcho ya, que Benigna estará haciendo la cena y no le vendrá mal una ayuda. — intervino Luisa.
Y entonces Hugo volvió a percatarse de su presencia, después de haberse pasado todo el camino ignorándola.
— Claro, un placer haberte conocido.
Será falso.
— Igualmente.
— Toma — Amelia se quitó la boina. — Que se me olvidaba.
— Puedes quedártela unos días, no hay prisa. En serio. — reiteró al ver las dudas en su cara.
— Gracias.
— No hay de qué — le sonrió. — Buenas noches.
— Buenas noches — contestó con una sonrisa tímida. — Nos vemos mañana.
— A la hora de siempre — y asintió educadamente a ambos antes de darse la vuelta.
Hugo se dirigió hacia el edificio donde vivían los Ledesma pero Amelia no le siguió hasta que vio a Luisa perderse definitivamente tras el portón del hostal.
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Nada más entrar ya podía olerse la cena que estaba preparando Devoción, que no tardó en salir de la cocina al oír la puerta.
— Hola, hija — dijo sonriente. — ¡Hugo, qué agradable sorpresa! ¿Qué te trae por aquí?
— Venía a hablar con su marido y me he encontrado a Amelia por el camino.
— Vaya, vaya... pues Tomás está en su despacho, llama a la puerta y te atiende en seguida.
— Gracias — contestó amable.
— Ya que estás aquí te quedarás a cenar, ¿no?
— Sería todo un honor.
— Qué zalamero estás hecho — le dijo bromista Devoción. — Anda, ve con Tomás y mientras nosotras preparamos la mesa.