Se despidió de Mateo y subió rápidamente las escaleras para llegar a casa. Giró la llave y enseguida le vino el aroma de su comida favorita, recordándole que desde anoche no había probado casi bocado y ahora se moría de hambre. Su madre pensaba en todo y seguro que había decidido preparársela para animarla después del examen.
- Qué bien que has llegado, hija – Devoción salió de la cocina y le dio un caluroso abrazo. - ¿Cómo te ha salido?
- Bien, mejor de lo que pensaba.
- No esperaba menos de ti – dijo apretándole uno de los mofletes cariñosamente. – Estoy orgullosísima.
- Bueno, mamá, aún no me han dicho la nota.
- Ni falta que me hace para saber lo mucho que vales – convencidísima. – Anda, déjame el bolso y ya te lo dejo yo en la habitación – agarró el asa y se lo quitó del hombro. – Te esperan en el salón.
- ¿Quién? – preguntó extrañada.
- Compruébalo tú misma – le dijo enigmática y siguió por el pasillo para ir a la habitación de su hija.
Amelia sacudió la cabeza confusa y entró directamente para descubrir la identidad de su visita. Y le encontró allí sentado. Otra vez. ¿Quién iba a ser, si no?
- Hola Amelia – le dijo amablemente. – Tu madre ha insistido en que me quede a comer con vosotros, tan hospitalaria como siempre.
- Sí lo es, sí – dijo forzando la sonrisa. - ¿Y qué se te ofrece?
- Pues estaba por el barrio y me he decidido a pasarme para preguntar cómo te había ido en tu primera semana de trabajo.
- Todo bien, no me puedo quejar.
- Me alegro mucho. Como el otro día me dijiste que llegabas muy cansada, estaba preocupado. Pensé que quizás te exigían demasiado.
- No, me tratan estupendamente. Ese día teníamos que mandar el número a la imprenta y por eso fue un día ajetreado, es algo habitual.
- Ya... y bueno, ¿trabajas esta tarde?
- Sí, tengo turno en un par de horas.
- ¿Hasta cuándo?
La puerta se abrió repentinamente, evitando que tuviera que darle una respuesta.
- Hugo, qué alegría verte – Tomás le abrazó dándole unas palmadas en la espalda. - ¿A qué se debe tu visita?
- He venido a interesarme por Amelia.
- Eso está muy bien – sonrió. - ¿Te quedas a comer?
- Sí, Devoción me ha insistido y no he podido decirle que no.
- Menuda es – dijo riendo.
- Una anfitriona excelente.
- Ya sabes que tienes abiertas las puertas de esta casa siempre que quieras.
- Muchísimas gracias, de verdad – dijo sincero. – Ya que está aquí me gustaría pedirle algo.
- Claro, dime. Sin miedo.
- Me gustaría contar con su beneplácito para salir con su hija a dar un paseo esta tarde. – y giró la cabeza para mirarla.
- Me parece una idea estupenda – dijo el patriarca de la familia Ledesma.
- Es que... no va a poder ser – intervino por fin Amelia, con todos los ojos puestos ahora sobre ella. – Mi supervisora me ha pedido que la ayude con unos artículos para el próximo número y no sé a qué hora acabaremos.