Conseguir información sobre el paradero de Benito no iba a ser fácil. Su tapadera como periodista le iba a servir de poco y no porque no tuviera contactos, sino porque los tentáculos del miedo y la censura llegaban a todas partes. Sabía que si quería descubrir algo tendría que recurrir a otros métodos más arriesgados y, sobre todo, directos. Podía aprovechar su posición dentro de la guardia civil, aunque tampoco debía extralimitarse en sus funciones y comprometer la misión. Quizás se estaba metiendo en la boca del lobo pero sentía que tenía que ayudar a Benigna. Ya no solo por una cuestión de empatía, también porque Benigna había sido una de las personas que mejor se habían portado con ella desde su llegada a Madrid.
Había escuchado en alguna ocasión que en los cuarteles se guardaban informes sobre los caídos en la guerra. Si Benito se encontraba entre ellos, cabía la posibilidad de que su nombre apareciera en esas listas. No era el escenario deseado, por supuesto, pero tenía que barajar todas las opciones. De hecho, que no estuviese en ellas tampoco era una garantía de que siguiera con vida. Había demasiada gente sin identificar, enterrada en fosas comunes, a los que sus familiares seguramente nunca encontrarían. Era como buscar una aguja en un pajar pero no tenía muchos más hilos de los que tirar. Solo le quedaba encontrar el momento más oportuno para hacerlo.
Escuchó un par de golpes en la puerta de su habitación.
- Luisa, Amelia al teléfono – la avisó Benigna.
- Gracias, ya voy – se levantó de la cama, dejó el libro que se estaba leyendo en la mesilla de noche y fue hasta el salón. - ¿Hola?
- Hola, guapa.
- Vaya, gracias por señalar lo evidente – sonrió.
- Ya no te lo digo más.
- Bueno, no hará que deje de serlo.
- En fin... - y aunque no la estuviera viendo, sabía que también estaba sonriendo. - ¿Sabes montar en bicicleta?
- Eh... sí, pero no tengo.
- No te preocupes, yo te dejo una.
- ¿Así que ese es tu plan para mañana?
- Claro, ¿no has dicho que te gustaba hacer deporte?
- Sí, sí – dijo entre risas. - ¿A qué hora entonces?
- Mmmm... no sé, ¿por la tarde? Sobre las cinco.
- Vale, pues te espero en la plaza.
- Perfecto. Vamos a ir a un sitio que te va a encantar.
- ¿Y cómo puedes estar tan segura?
- Simplemente lo sé.
- Un argumento la mar de convincente – dijo divertida.
- ¿Verdad que sí? – escuchó su risa al otro lado del teléfono. – Bueno, pues hasta mañana.
- Que descanses. Aunque sé que no dormirás tan bien como anoche.
- ¿Y cómo estás tan segura?
- Simplemente lo sé. – repitió satisfecha. – Hasta mañana, guapa.
Amelia escuchó cómo se cortaba la línea y se le formó una pequeña sonrisa.
⋆★⋆
Llevaba años sin montar en bicicleta. Por suerte, aquella era una de esas cosas que una vez las aprendes, ya no se olvidan. Lo que ya no recordaba era esa sensación al notar el viento en la cara, alborotándole el pelo, mientras pedaleaba y el paisaje se iba dibujando poco a poco a su paso. A decir verdad, tenía que reconocer que lo había echado de menos.