Se quedaron en el sofá disfrutando de sus últimos momentos de intimidad después de una noche inolvidable y un desayuno sin incidentes. Amelia le acarició el brazo mientras Luisa la abrazaba.
— ¿Qué planes tienes para esta tarde?
— Ayudaré a Benigna, que estos días ha estado sola con el hostal y aunque no lo quiera reconocer ya hay tareas que le cuestan. — la miró. — ¿Y tú?
— Me quedaré aquí escuchando anécdotas del viaje.
— Y... ¿les vas a contar lo que ha pasado con Hugo?
No quería estropear el momento pero era un tema que no podían pasar por alto.
— No estoy segura de si es lo mejor...
— Es lo más sensato. Yo ya no voy a poder estar por aquí todo el día y si hay que tomar medidas para protegerte tendrán que saberlo.
Amelia suspiró.
— Ya, si tienes razón... pero es que no sé cómo hacerlo. Mi padre se va a poner hecho una furia y no quiero que cometa una tontería. Y mi madre... tiene a Hugo en un pedestal.
— Si alguien es capaz de convencer a tu padre de que mantenga la cabeza fría esa eres tú. — dijo convencida. — Y tu madre ya es hora de que le baje de ahí, que no se lo merece.
Amelia la miró con cariño.
— Te tendría que subir a ti.
— ¿A mí? Si no hago nada del otro mundo.
— Me haces feliz, ¿te parece poco? — le sonrió. — Me has defendido de ese salvaje y te la estás jugando por ayudar a mi padre con lo del chantaje, eso no lo haría cualquiera.
— Le ayudo porque es lo justo. Bueno... y por ti también, claro.
El matrimonio en España era una cárcel que despojaba a las mujeres de cualquier tipo de derecho, no podía permitir que Amelia se metiera en una y mucho menos que su carcelero fuera Hugo.
— Antes de casarme con él huyo del país, fíjate lo que te digo.
— Bueno, no creo que la cosa llegue hasta esos extremos.
Se hizo un breve silencio.
— Si llegara a pasar... ¿te vendrías conmigo?
— ¿Estarías dispuesta a dejar atrás a tu familia, a tus amigos, el trabajo que tanto te gusta...? — Amelia agachó la mirada, dándose cuenta de todo lo que realmente implicaba exiliarse. — ¿Lo ves? No es tan fácil.
Ella sabía lo que era renunciar a toda una vida y no quería eso para Amelia.
— Hay que encontrar el motivo del chantaje.
— Si tu padre no me lo ha querido decir será por algo.
— Por vergüenza seguramente, ya sabes cómo son los hombres... pero tenemos que saber qué es para poder ayudarle. — razonó.
— Amelia, yo se supone que no te he contado nada.
— Tranquila, no voy a ir a preguntárselo a él directamente. Somos periodistas, ¿no?
— Eh... sí.
— Hugo me dijo que mi padre y él se han asociado, lo lógico es pensar que tiene que ver con esa sociedad. — explicó. — Nuestras familias se conocen de toda la vida, supongo que por eso mi padre se confió y firmó dando por hecho que todo estaría en regla.
— Tiene que ser una irregularidad importante para considerar que con eso puede chantajearle.
— Ya... ¿sabes si mi padre ha llegado a darle dinero? Porque a mí no ha intentado convencerme ni de que le dé una oportunidad a Hugo ni de nada.
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