Se tomó su tiempo para volver al hostal. Atravesó las calles de Madrid dándole vueltas una y otra vez a lo que Virginia le había contado sobre Sara y las piezas se fueron ordenando poco a poco en su cabeza. No podía ser casualidad. Su instinto no solía fallarle y, si estaba en lo cierto, quedarse de brazos cruzados no era una opción.
Tengo que anticiparme.
Hizo una parada en una cabina telefónica y marcó un número que se sabía de memoria.
— ¿Diga?
— Sebastián, soy yo.
— ¿No habíamos quedado en que nada de llamadas?
— Lo sé, pero es que... tienes que hacerme un favor. Es urgente.
— Bueno, pues soy todo oídos. ¿Qué es lo que necesitas?
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— Tome, Benigna. — le ofreció un sobre. — Lo del próximo mes.
Benigna la miró indecisa.
— Por favor, cójalo. — insistió.
— Me sabe mal que me pagues con todo lo que me ayudas. Te tendría que dar un sueldo yo a ti.
— Yo la ayudo encantada, no necesito nada a cambio. — se lo acercó todavía más. — Me lo puedo permitir y no está la vida para renunciar al dinero de una habitación.
— Bueno... — finalmente accedió a quedarse con él y lo dejó dentro de la caja donde guardaba el dinero.
— Por cierto, voy a salir con Amelia a dar una vuelta.
— Pero con cuidado. — le advirtió.
— Solo vamos a dar un paseo y a tomar algo.
— Mejor que os alejéis un poco del barrio. Por precaución. — aclaró tras una breve pausa, por si se podían malinterpretar sus palabras.
— Llevo 25 años tomando precauciones, sé lo que me hago.
— Perdona, hija... pero es que no lo puedo evitar. Me da miedo que os pueda pasar algo malo.
— Lo entiendo, pero de verdad que no tiene de qué preocuparse. — le pasó la mano por el brazo para tranquilizarla y Benigna le respondió con un abrazo.
— Bueno... pasadlo bien.
Luisa le sonrió agradecida y de pronto se escucharon unos golpes en la puerta.
— Hola. — dijo cierta morena sonriente, al otro lado. — ¿Lista?
— Justo iba a buscarte.
— Te he visto entrar así que he bajado. — miró entonces a Benigna. — Buenas tardes.
— Buenas tardes. — le sonrió.
— Bueno, pues vámonos antes de que se haga más tarde. — se giró hacia Benigna y le dio un beso en la mejilla. — Para la hora de cenar ya estaré aquí.
— Entonces te guardaré tu ración doble. — le guiñó un ojo.
— Hasta luego. — se despidió Amelia antes de que Luisa cerrara la puerta.
Benigna se dio la vuelta negando ligeramente con la cabeza.
Juventud, divino tesoro.
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Amelia ya se conocía el camino así que no les costó mucho llegar hasta la plaza.
— ¿Sabes dónde viven?