Capítulo 48: El interrogatorio

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— Buenos días, comandante. — dijo aún de pie, mostrando sus respetos.

— Buenos días, Gómez. Siéntate.

Luisa le hizo caso y tomó asiento.

— ¿Para qué quería hablar conmigo? ¿He hecho algo que no sea de su agrado? Le prometo que estoy haciendo todo lo posible para seguir tirando del hilo y cazar a más subversivos.

— No dudo de tus buenas intenciones. Precisamente por eso te he llamado, porque te tengo en alta estima y confío en tus capacidades.

— No le sigo, comandante.

— Estos días hemos intentado razonar con Federico Puentes y no ha habido manera, así que creo que eres la persona indicada para convencerle de que nos dé los nombres de sus colaboradores.

— ¿Yo?

— Te he concertado una visita con él esta misma mañana. Un guardia te llevará hasta la cárcel donde le tenemos. Por supuesto que este encuentro no quedará registrado en ningún sitio, tienes vía libre para usar los métodos que consideres.

— ¿No le parece un poco precipitado?

— ¿Para qué esperar más? El tiempo es oro, Gómez.

— Ya, sí, claro...

El comandante se levantó.

— Esta tarde no estaré de servicio, así que redacte un informe con los datos que logre reunir y hágamelo llegar mañana a primera hora.

— De acuerdo. — se puso en pie.

— Arriba España. — alzó el brazo.

— Arriba España. — lo levantó también.

— Te acompaño hasta la puerta, que ya que estoy voy a por un café.

Luisa se sirvió otro bien cargado. Le iba a hacer falta para sobrellevar la mañana que le esperaba.

— ¿Luisa? — escuchó a sus espaldas y se giró. — Vaya, ¿qué haces aquí?

— Hombre, Tomás. Qué alegría verte. —el comandante le saludó con un apretón de manos. — ¿Conoces a la agente Gómez?

— Sí, claro. Trabaja con mi hija en Avance Semanal, pero no sabía que...

— La agente Gómez está a cargo de un operativo para identificar sujetos subversivos. — explicó. — Sabrás guardarnos el secreto, ¿verdad?

— Por supuesto.

— Bueno, yo tengo que irme. En breves te avisarán para recogerte.

— De acuerdo. A sus órdenes, mi comandante.

— Un gusto verte, Tomás.

— Lo mismo digo.

Le vieron marcharse.

— Lo siento mucho, señor Ledesma. Es un asunto confidencial y no podía compartir mi verdadera identidad con nadie.

— No te preocupes, lo comprendo perfectamente.

— Quiero que sepa que el aprecio que le tengo a Amelia es sincero y que no tiene nada que ver con mis pesquisas.

— Lo sé. — le puso una mano en el hombro. — Y en caso de que tuviera que ver permíteme decirte que estarías perdiendo el tiempo. Mi hija es muy formal, la hemos educado con los mejores valores.

— Me consta, señor Ledesma. Aun así tengo que pedirle que no le comente nada de esto, necesito seguir aparentando normalidad en la redacción.

— Claro, te doy mi palabra.

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