Capítulo 40: La entrevista

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— Buenos días. — Devoción la saludó con dos besos. — Tomás está en su despacho, pasa.

— Muchas gracias, señora. — sonrió amable y la siguió hasta la puerta del despacho, que estaba entreabierta. — ¿Se puede?

— Claro, Luisa, pasa.

— Buenos días, señor Ledesma. — estrecharon las manos. — ¿Preparado?

— Por supuesto. — le indicó que se sentara.

Luisa abrió su maletín y sacó todo lo necesario: la lista de preguntas, bolígrafo y papel para anotar las respuestas. Todo fue tal y como lo habían pactado. Tomás había tenido tiempo para preparar lo que quería decir así que sus contestaciones no sorprendieron a Luisa, más bien le parecieron predecibles. Tenía que mantener una imagen sobria y acorde con el régimen y eso hizo, reproducir una y otra vez la propaganda que ya se veía todos los días en la calle y en el NO-DO.

— Pues ya está. — terminó de escribir una última cosa. — Con esto tengo más que suficiente para empezar a redactar la versión final, muchas gracias.

— Gracias a ti, me consta que le has dedicado mucho tiempo a la entrevista.

— Bueno, cuando a una le gusta su trabajo se hace mucho más llevadero. — comenzó a guardar sus anotaciones. — Le mandaré una copia en cuanto la acabe, por si quiere realizar alguna modificación de última hora.

— No creo que sea necesario, pero le echaré un vistazo con gusto. — Luisa sonrió simpática y de pronto les vino el olor a guiso. — Vaya, parece que mi mujer ya está terminando con la comida.

— Huele que alimenta.

— Tiene un don para la cocina que muy poca gente tiene, ya verás cuando lo pruebes.

— ¿Qué hora es?

Tomás se miró el reloj de muñeca.

— Las dos menos cuarto.

— Es que quería hablar con usted de Hugo antes de que Amelia llegue, para evitar que nos escuche.

— ¿Has descubierto algo?

— Me han dicho que tiene de plazo hasta el viernes para pagarle a unos prestamistas, al parecer trabajan para Armando Ordóñez.

— ¿Para Armando?

Luisa asintió.

— ¿No le ha pedido dinero estos días?

— No, desde el sábado no le veo.

— Pues no me extrañaría que le hiciese alguna visita con intención de que le liquide la deuda que tenga.

— Llamaré a Armando para que me informe bien de la cuantía y de si tiene más asuntos pendientes con él.

— ¿Está pensando en darle el dinero?

— No tengo otra opción, aunque quizás pueda recuperarlo más tarde.

— Yo mientras seguiré indagando, siento no haberle podido traer mejor información.

— No te preocupes, bastante estás haciendo ya. Valoro mucho tu compromiso, no tendrías por qué ayudarme y aun así lo haces.

— Bueno... ya sabe que le tengo mucho aprecio a su hija.

— Y ella a ti, te lo garantizo. — se escuchó cerrar una puerta. — Mira, esa debe de ser ella.

Salieron hacia el salón y vieron que Devoción ya había puesto el mantel sobre la mesa y los vasos.

— ¿Amelia eres tú?

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