— Buenos días. — Devoción la saludó con dos besos. — Tomás está en su despacho, pasa.
— Muchas gracias, señora. — sonrió amable y la siguió hasta la puerta del despacho, que estaba entreabierta. — ¿Se puede?
— Claro, Luisa, pasa.
— Buenos días, señor Ledesma. — estrecharon las manos. — ¿Preparado?
— Por supuesto. — le indicó que se sentara.
Luisa abrió su maletín y sacó todo lo necesario: la lista de preguntas, bolígrafo y papel para anotar las respuestas. Todo fue tal y como lo habían pactado. Tomás había tenido tiempo para preparar lo que quería decir así que sus contestaciones no sorprendieron a Luisa, más bien le parecieron predecibles. Tenía que mantener una imagen sobria y acorde con el régimen y eso hizo, reproducir una y otra vez la propaganda que ya se veía todos los días en la calle y en el NO-DO.
— Pues ya está. — terminó de escribir una última cosa. — Con esto tengo más que suficiente para empezar a redactar la versión final, muchas gracias.
— Gracias a ti, me consta que le has dedicado mucho tiempo a la entrevista.
— Bueno, cuando a una le gusta su trabajo se hace mucho más llevadero. — comenzó a guardar sus anotaciones. — Le mandaré una copia en cuanto la acabe, por si quiere realizar alguna modificación de última hora.
— No creo que sea necesario, pero le echaré un vistazo con gusto. — Luisa sonrió simpática y de pronto les vino el olor a guiso. — Vaya, parece que mi mujer ya está terminando con la comida.
— Huele que alimenta.
— Tiene un don para la cocina que muy poca gente tiene, ya verás cuando lo pruebes.
— ¿Qué hora es?
Tomás se miró el reloj de muñeca.
— Las dos menos cuarto.
— Es que quería hablar con usted de Hugo antes de que Amelia llegue, para evitar que nos escuche.
— ¿Has descubierto algo?
— Me han dicho que tiene de plazo hasta el viernes para pagarle a unos prestamistas, al parecer trabajan para Armando Ordóñez.
— ¿Para Armando?
Luisa asintió.
— ¿No le ha pedido dinero estos días?
— No, desde el sábado no le veo.
— Pues no me extrañaría que le hiciese alguna visita con intención de que le liquide la deuda que tenga.
— Llamaré a Armando para que me informe bien de la cuantía y de si tiene más asuntos pendientes con él.
— ¿Está pensando en darle el dinero?
— No tengo otra opción, aunque quizás pueda recuperarlo más tarde.
— Yo mientras seguiré indagando, siento no haberle podido traer mejor información.
— No te preocupes, bastante estás haciendo ya. Valoro mucho tu compromiso, no tendrías por qué ayudarme y aun así lo haces.
— Bueno... ya sabe que le tengo mucho aprecio a su hija.
— Y ella a ti, te lo garantizo. — se escuchó cerrar una puerta. — Mira, esa debe de ser ella.
Salieron hacia el salón y vieron que Devoción ya había puesto el mantel sobre la mesa y los vasos.
— ¿Amelia eres tú?