Cap. 4 - Fiebre

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Los demonios aúllan de terror mientras huyen

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Los demonios aúllan de terror mientras huyen.

Lo que queda después es el sonido de la tormenta.

Akaza regresa la katana a su funda, los cuerpos amontonados a su alrededor se desintegran lentamente. Todavía le cuesta creer que sobrevivió durante toda la noche, los demonios escaparon como si hubieran visto el sol salir a pesar de que las nubes grises los protegen. 

Todavía es de madrugada y falta mucho para que amanezca.

Sus piernas ceden por el agotamiento. Su estómago se contrae y vomita bilis. Usa su espada como soporte, su visión está empeorando. Maldice en voz baja.

Todo da vueltas, sumando el dolor de todas las heridas dejadas por los demonios. Es agonizante.

A pesar de todo el dolor que está experimentando en cada rincón de su cuerpo, Akaza se levanta. Los primeros pasos son los más difíciles y conforme avanza el mareo se vuelve casi insoportable.

Recarga su cuerpo en uno de los muchos arboles a su alrededor. 

Peina su cabello hacia atrás, pasando sus dedos por los mechones sucios.

Se las arregla para alcanzar una rama cubierta de rocío, da suaves masajes alrededor de sus ojos utilizando el agua que baña a la rama. Con su rostro limpio y con las fuerzas suficientes, se alienta a seguir caminando por el bosque.

Cuando llega a lo que es el comienzo de la civilización, jamás creyó que llegaría el día en que su corazón saltara de alegría por ver el indicio de lo que es la puerta de una cabaña. Le da gracias a los cielos que se apiadaron de él al no ver ninguna persona a esa hora.

El camino es rocoso y resbaladizo, Akaza lucha para no dar un paso en falso.

-¡Mierda! - resbala y cae sobre un charco de lodo. Sus gruñidos son amortiguados por el fango.

Consciente de que tiene prácticamente su rostro enterrado en el lodo, coloca una mano a cada lado de su cabeza y empuja.

Sale con un sonido pegajoso, lo único que queda intacto luego de tan vergonzosa caída son sus ojos.

Esta vez se levanta sin perder el tiempo, escupe el lodo que entró en su boca y sigue caminando.

Cuando solo queda una cuadra para llegar a su finca, se da el gusto de darse un respiro. Su único pensamiento ahora es el deseo de desmayarse a penas su cabeza toque la almohada blanca y suave de su futón. 

Lo que iba hacer uno o dos minutos de descanso paso a ser solo diez segundos, pues una cabecita rubia con puntas rojas brinca cuando conectan sus miradas.

El único plan de acción que Akaza pensó en ese momento fue la retirada.

Como un viejo lento y decrepito, trata de huir sin ninguna probabilidad de sobrevivir a la pequeña versión de los Rengoku. Su centro de equilibrio tambaleo por la fuerza de Senjuro al tomar uno de sus brazos, el mundo da vueltas que lo hacen cerrar los ojos mientras aguanta las ganas de vomitar sobre el chico.

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