Capítulo 5: Los hijos de la diosa loba

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Estambul, Capital del Imperio Otomano, 1474

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Estambul, Capital del Imperio Otomano, 1474

El Sultán pasea cabizbajo por los pasillos cubiertos de azulejos de su palacio. Tras su ansiada victoria sobre Constantino y la toma de esta ciudad, su imperio no ha hecho más que expandirse. Ahora se le conoce como Mehmet "el Conquistador", y son muchos los que le pagan tributos. Hasta el mismísimo Papa le teme y no encuentra apoyos para promover una nueva cruzada en su contra. Son tantos los motivos por los que debería sentirse complacido... y, sin embargo, todavía hay una espina clavada en su ambición. Algo le preocupa y le arrebata el sueño más veces de las que está dispuesto a admitir. De un tiempo a esta parte, ha vuelto a tener noticias de disturbios en el norte. De nuevo el valaco Vladislaus y su Orden del Dragón. Las historias acerca de su ejército de inmortales son conocidas por todos, y solamente pronunciar su nombre infunde el miedo en el más duro de sus soldados. Ninguno de los hombres que ha mandado jamás a enfrentarse a Draculea "el Empalador" ha vuelto para contar hasta qué punto las leyendas son solo eso, leyendas.

Cualquiera pensaría que las historias que se cuentan del Príncipe de Valaquia no son más que invenciones.

Pero él no es cualquiera.

El Sultán conoce cosas, secretos reservados a unos pocos privilegiados y que el resto de los mortales ignora. Sabe que algunos relatos increíbles no tienen por qué ser imposibles, pues también entre los suyos se recitan cuentos fabulosos que él sabe verdaderos:

Las leyendas sobre el origen de su pueblo, sin ir más lejos, que hablan de un muchacho que escapó de la muerte a manos de un temible enemigo...

Narraciones sobre una diosa con forma de loba que lo rescató y se enamoró de él...

Relatos de cómo de aquella relación nacieron diez niños que crecieron para desposar a diez mujeres...

Crónicas de cómo algunos de sus descendientes se establecieron en la región de Altai y se multiplicaron hasta crear un imperio, este imperio, su imperio.

Está nervioso. Con una mano sujeta una rosa de un vivo color rojizo junto a su nariz mientras deambula, entrando y saliendo por las salas del Cilini Kosk, su residencia en la ciudad. No está acostumbrado a que le hagan esperar pero la ocasión lo merece, por eso no está enfadado sino ansioso y expectante. De vez en cuando mira hacia los jardines, creyendo adivinar las figuras de los kurtadam acercándose. Sin embargo, estos no se dejan ver hasta que los tiene encima. Son tres. Se inclinan hacia delante en señal de respeto a su Sultán y este responde inclinándose aún más que ellos, con su enorme turbante en forma de calabaza a punto de caer de su cabeza, reconociendo la importancia de los recién llegados. Uno, el de más edad, aparenta tener entre cincuenta y sesenta años, con el pelo encanecido recogido hacia atrás en una coleta y dos trenzas, una a cada lado, cayéndole por el rostro hasta tocar sus hombros anchos y poderosos. Otro es más joven, más delgado y también más alto. Su larga melena negra está recogida de igual forma que la de su compañero. Sorprendentemente, en medio de las dos vigorosas figuras hay una niña de enormes ojos negros, con el pelo también oscuro y peinado como el de los dos hombres que la acompañan. Los tres visten largos sayos blancos de hilo, sobre camisas y pantalones anchos del mismo color, sujetos a la cintura por una gran banda de tela roja y recogidos a la altura de las rodillas por unas botas altas de cuero negro.

El último sheduDonde viven las historias. Descúbrelo ahora