Capítulo 11: Cerco a Draculea

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Valaquia, 1476

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Valaquia, 1476

De nuevo, el extranjero se adentra en las tierras del dragón. Mehmet II, "el conquistador", ha reunido a sus mejores hombres y, con la complicidad de los nobles terratenientes de la región, los boyardos, sus tropas se han internado casi hasta la mismísima capital del principado. La gente ya no apoya a Vlad. Son muchas las historias acerca de desapariciones de aldeas enteras a manos de su ejército de demonios. Todo el mundo conoce los terribles castigos a los que Draculea somete a quienes se le oponen, y se habla de sacrificios humanos y extraños rituales en los que el príncipe y sus adeptos beben la sangre de sus víctimas. El pueblo tiene miedo, por eso nadie maldice ni amenaza a los soldados que se dirigen a Targoviste. Estas tropas son las únicas que han sido capaces de acabar con los distintos puestos de guardia de Vlad Tepes a lo largo de su camino desde el sur, de modo que quizá esta vez tengan éxito en su empresa y terminen, por fin, con su reinado de terror.

Es invierno y los campos están cubiertos por la nieve. Los yeniçeri, unos quinientos, se mueven despacio, arropados con largas capas. Delante de ellos cabalgan doscientos jinetes, pero estos no son los primeros. Todos están guiados por otras cien figuras que caminan entre la ventisca ajenas a la inclemencia del tiempo. No portan armas en sus manos y, a modo de abrigo, únicamente llevan unos chalecos de pelo animal que les cubren el torso. Caminan como si moverse en este terreno fuese lo más normal del mundo. Sus botas no se hunden como las de los jenízaros, y sus ojos escudriñan cada palmo del blanco manto que cubre el terreno en busca de alguna señal del enemigo.

Hace semanas que a las tropas del Sultán les llegaron noticias de que el príncipe Esteban Bathory, aliado de Draculea, volvió a sus tierras, por lo que saben que Vlad se ha quedado solo en Valaquia. Además, es tanto el pavor que provoca la sola mención de su orden de inmortales que el voivoda se ha vuelto descuidado y ha relajado mucho su seguridad pues casi todas sus tropas se han movilizado con Esteban hacia el norte, hacia la vecina Transilvania.

El momento para atacar no puede ser más propicio. Los espías de Mehmet les han contado que, de forma regular, suele hacer incursiones con su guardia personal de apenas veinte soldados en pequeñas aldeas en las que mata, viola y rapta a sus gentes. Acostumbrado como está a que todos lo teman, lo que menos espera es una emboscada.

¿Quién sería capaz de plantarle cara?

Mientras cabalga, el príncipe Vlad entretiene sus pensamientos con todo lo que posee. Valaquia entera le pertenece. Sus seguidores le rinden pleitesía como a un dios y los humanos de los que se alimenta lo temen como a un demonio. Sus deseos se cumplen al instante y, si no es así, las consecuencias suelen ser lo suficientemente horribles como para aplacar su terrible ira. Nadie, de entre los hombres, se atreve a levantar la voz en su contra. Mucho menos, pues, las armas. Todos lo adoran o lo temen. Y lo mejor es que eso será así por siempre. Además, él pertenece a la estirpe de la reina negra. Fue convertido por el último vástago de Lilîtu y es el rey de los utukku y los ekimmu. Le gustaría recuperar los dominios que su raza controló una vez y divaga con que, aunque todo aquello parezca muy lejano, quizá se pueda cambiar. De momento, todas estas tierras son suyas y, con la ayuda del príncipe de Transilvania, tal vez llegue a recuperar el antiguo esplendor del reino del dragón. Solo los humanos se interponen en su camino. Solo esas ridículas criaturas que él conoce tan bien. Una vez fue uno de ellos, pero aprendió rápido a despreciarlos. Antes incluso de ser convertido en algo tan singular, Vlad ya sabía explotar el miedo y la cobardía de sus semejantes. Su crueldad era temida incluso por sus partidarios. ¡Qué seres tan indignos! Él siempre supo que su condición era superior, que su destino era superior.

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