Capítulo 4: Valérie

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Inglaterra, 1994

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Inglaterra, 1994

He quedado con los chicos después del trabajo. Hoy es viernes, y los viernes siempre hacemos lo mismo. 

Nos acercaremos al pub a tomar unas pintas, nos echaremos unas risas y, con un poco de suerte, no volveré a casa solo.

Mientras estoy en el quinto piso, me cruzo con Colin por el pasillo.

- No te olvides de lo de esta noche, muchacho - me recuerda con su acento escocés.

Colin es un gran tipo. Desde el día en el que aterricé aquí, me ha tratado como si me conociese de siempre. A veces pienso que si de verdad supiera algo de mí, quizá no me trataría del mismo modo. Supongo que debería estar agradecido porque mis compañeros no suelen preguntarme por mi pasado. No tengo muchos amigos. Tampoco los busco. He vivido tantas cosas que ahora únicamente ansío tranquilidad y paz. Podría decir que la gente de la empresa es la única con la que me relaciono. No necesito más. No quiero más. Estoy mejor así. Me gusta la soledad que he construido a mi alrededor. Sin embargo, también tengo mis necesidades. De vez en cuando me gusta salir y disfrutar de todo lo que me rodea, saber que, pese a mis miedos, realmente no hay nada que temer, que no hay nada de lo que huir.

- Allí estaré - contesto.

Las cámaras de vigilancia nos observan y tenemos una imagen que dar, así que nos separamos y cada uno toma una dirección. Colin se dirige hacia la zona de mesas junto a los grandes ventanales, enciende la aspiradora, se coloca los auriculares en las orejas y se pone a tararear de forma ininteligible. Yo también debería continuar con mi faena pero son las siete y media, hora de tomarse un descanso.

Bajo a la cuarta planta por las escaleras principales y me dirijo a la zona de los aseos. Los servicios son los únicos sitios de todo el edificio que no tienen cámaras, así que es aquí donde nos reunimos cuando queremos descansar un poco y hablar de nuestras cosas.

Al abrir la puerta de los baños de caballeros, me llega el olor. Sandy y Allie ya están allí, como todas las tardes, fumando, como todas las tardes.

- Chicas, ¿por qué nunca os escondéis en el baño de señoras? Ya sé que no sois ningunos bellezones pero la cosa no es tan grave como para que acabéis siempre en el de los tíos. Cualquier día os pillaré meando de pie.

En una situación normal, alguien me abofetearía la cara por lo que acabo de decir pero este tipo de comentarios son una forma tan tonta como otra de iniciar nuestras conversaciones. Además, nos encanta esta manera de hacernos la puñeta. Es una especie de guerra de sexos con la que matamos el tiempo.

- No nos toques las narices, Adrian, y cierra, que se escapa el humo - me gruñe Allie mientras mastica un chicle con la boca abierta y sujeta el cigarrillo junto a su cara -. No queremos que salten las alarmas antiincendios.

Allie es mayor que Sandy, pero no demasiado. Es alta, rubia, con ojos azules y pecas que cubren su rostro, regordete como el resto de su cuerpo. Sandy, por su parte, solo coincide con su amiga en el color del pelo, aunque el de la primera no es teñido. Es un poco más baja, delgada, y tiene unos preciosos ojos negros que le adornan la cara. Físicamente no podrían ser más distintas, pero se conocen desde hace tanto tiempo que se han convertido en inseparables, como dos partes de un mismo todo.

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