Capítulo 10: Comiendo galletas

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Inglaterra, 1995

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Inglaterra, 1995

Nos hemos dormido.

La señora Doyle llama a la puerta:

- Muchachos, ¿estáis bien? He preparado galletas. Bajad si tenéis hambre, antes de que se enfríen.

Escucho sus pisadas sobre la moqueta, alejándose, y miro a Val. Ella sonríe:

- Cualquier día nos pillará con las manos en la masa.

- No seas tonta, María es muy discreta. Si no nos ha pillado todavía, es porque no ha querido.

- No me digas eso. Me muero de vergüenza.

- Venga ya - le contesto mientras me desperezo estirando los brazos -. Llevamos un año juntos y yo paso más tiempo aquí que en mi casa. ¿Qué crees que piensa, que cuando subimos a tu habitación nos ponemos a jugar a las cartas?

Valérie se sonroja ante mi comentario. Esa reacción también me encanta de ella, la capacidad que tiene para ser pícara e inocente a la vez.

Se levanta de la cama y, antes de volver a ponerse el jersey, enciende el radio-cassette y los Cock Robin comienzan a cantar nuestra canción: If I gave you my soul for a piece of your mind....

Me mira, moviendo los labios como si fuera ella la que canta: ...would you carry me with you to the far edge of time...?

No lo dudes - pienso para mí -, te llevaría conmigo hasta los confines del mundo.

Bajamos a la cocina. La señora Doyle está de pie junto al horno, con una bandeja de galletas de chocolate recién hechas:

- ¿Estáis bien, chicos? - pregunta de forma afable.

Val y yo nos miramos y sonreímos. Supongo que los dos hemos pensado lo mismo.

- María, si me sigue tratando así, creo que me voy a cambiar de casa. Nadie me mima como usted - le digo a modo de respuesta e intentando cambiar de tema.

La señora Doyle se ríe estruendosamente por el comentario.

- No creas que me importaría, Adrian. Desde que el señor Doyle falleció, esta casa ha estado demasiado vacía. La verdad es que teneros aquí me hace sentir que no soy solo una vieja viuda que cuida de su jardín, como esa anciana que vive enfrente.

- Bueno, María - comenta Valérie -, la señora Pegg tampoco está sola. Tiene a sus caballos para que le hagan compañía.

- A cualquier cosa le llamáis vosotros caballos, niña. Los mejores caballos se crían en mi tierra. Pura sangres españoles, ¡esos sí son caballos y no los jamelgos de esa estirada de Sarah Pegg!

Nos sonreímos ante el comentario. La señora Doyle aprovecha cualquier ocasión para hablar de su país de origen y para ella, por supuesto, todo lo que viene de allí siempre es mejor.

Mientras nos comemos las galletas, María nos habla de España y de lo maravilloso que es el clima allí, no como el de aquí:

- Aquí los días son oscuros y siempre está lloviendo. Hay mucha humedad. Algún día venderé esta casa y me volveré para allá, aunque seguro que ya no conoceré a nadie.

- No diga eso, María. Si se va usted, ¿quién va a cuidar de mí? No puede dejarme sola en este país.

- Oh, pero no estarías sola, pequeña. Me parece que alguien cuidaría de ti muy bien.

Me guiña un ojo sin disimular el gesto y yo le contesto con la mirada más cariñosa que soy capaz de lanzar.

Valérie nos coge las manos a ambos:

- Os necesito a los dos a mi lado. Os quiero a los dos a mi lado.

Se incorpora y besa a la señora Doyle en la mejilla. Después me besa a mí en los labios y coge la chaqueta del perchero y el bolso que hay sobre la mesita de la entrada.

- ¿Esta noche nos vemos? - me pregunta.

- A las once estaré allí - le contesto.

Le lanzo un beso y ella me sonríe.

Cierra la puerta tras de sí y se va a trabajar. Valérie es cocinera en una residencia de ancianos. Nació en Lyon, en Francia, pero se vino a vivir a Inglaterra para aprender inglés. Al principio cuidaba a dos niños de una enfermera del hospital Saint James pero unos meses después una amiga le ofreció trabajar también en la cocina de un restaurante, ayudándola. Sin embargo, aquel era solo un trabajo a tiempo parcial así que cuando leyó que buscaban personal para trabajar en la nueva residencia que se iba a inaugurar en las afueras, presentó una solicitud, la llamaron y dejó sus otros dos trabajos para dedicarse de lleno a dar de comer a los ancianos del Riverside. De eso hace ya dos años.

- Te gusta mucho, ¿verdad, Adrian?

- ¿Tanto se me nota, María?

- Supongo que os complementáis el uno al otro. Tú necesitas mucho cariño y ella necesita a alguien a quien darle todo el que tiene.

Mientras me meto una galleta en la boca, pienso en las palabras de la señora Doyle, pienso en que espero que tenga razón y pienso en lo afortunado que me siento.

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