Capítulo 12: El clan de los tikaani

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Salgo de la habitación sin hacer ruido

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Salgo de la habitación sin hacer ruido. Antes de cerrar la puerta, la miro de nuevo - dormida entre las pieles de oso, con los ojos cerrados y el rostro relajado, ajena a los peligros a los que nos enfrentamos cada día - y doy gracias por tenerla a mi lado. Desde el principio ha estado conmigo, sin dudarlo, renunciando a su vida, a lo que podría haber sido sin mí.

Está claro que soy un tipo con suerte.

Voy a la cocina. Allí está Nanurjuk, la chamán de todos ellos, mirando a través del enorme ventanal hacia el valle helado a nuestros pies. De nuevo, siento la atracción. Es agradable.

- Buenos días, Amaqjuaq, espero que ya estés mejor.

- Sí, mucho mejor, gracias - le contesto.

Abro uno de los armarios, cojo un vaso y lo lleno de agua fría. Un líquido transparente y sin sabor. Desde mi cambio, es lo único que necesito para mantenerme con vida. Adiós a perder el tiempo en inútiles comidas, tan solo un poco de agua de vez en cuando para seguir hidratado y ya está.

- ¿Alguna novedad? - pregunto.

- De momento ninguna. Amak salió anoche con una partida a patrullar por la zona, pero todavía no ha vuelto.

Amak es el marido de Nanurjuk y el jefe de todos, además de un gran amigo del padre de Lena. Por él estamos aquí. Él nos pidió ayuda, aunque de momento no hayamos hecho demasiado.

- Escucha, ya le dije a Lena que siento muchísimo lo ocurrido con vuestro muchacho.

- Sí, Amaqjuaq, nos lo dijo. No deberías torturarte pensando que tienes la culpa. No pudiste hacer nada para salvarlo. Al contrario, deberías estar contento de tener a Katsitsanóron. Si no hubiese sido por ella, ahora estaríamos lamentando dos muertes en lugar de llorar solo por Panuk.

Sé que lo dice de veras pero no puedo dejar de pensar en que podría haber hecho algo más. No es fácil acostumbrarse a esta mierda.

- ¿Cómo están... los suyos?

- Los suyos somos todos, Amaqjuaq - me responde -. Todos somos padres, todos somos hijos, todos somos uno. Cuando uno nace, todos nos alegramos porque ese uno es parte de todos nosotros. Cuando uno muere, todos lo sentimos porque con su marcha todos perdemos algo. Sin embargo, nosotros no nos consumimos en el dolor de la pérdida porque todo el que vuelve a Asena también deja algo en cada uno de los que quedamos aquí, algo que perdura a pesar de la muerte. Los hombres y nosotros somos muy parecidos en la forma, Amaqjuaq, pero muy distintos en nuestra visión de la vida. Desde tiempos inmemoriales, los tikaani, al igual que los kurtadam o los primeros berserker que cruzaron los hielos para instalarse en estas tierras, hemos tenido una misión, una causa para existir y una razón para morir. La muerte no debe asustarte cuando vives de acuerdo a un objetivo que nace contigo. Los humanos han perdido ese objetivo. Muchos carecen de un motivo para vivir y pasan casi toda su existencia preguntándose qué hacen aquí y qué sentido tiene su vida. Tienen miedo a vivir, perdidos en sus dudas, por eso tienen miedo también a morir.

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