Capítulo 10

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—Hola, gente —saludo y todos me ignoran—. Pedazos de mierdas.

—Que el champán sea importado —añadió Aegan a lo que estaba diciendo, que yo no había escuchado por haber llegado tarde.

—Ya me he encargado de eso —aseguró Aleixandre, y se acercó a la isla con los platos para repartirlos—. No falta nada, todo está listo.

Tomé una tostada también. Supuse que hablaban del evento ese de beneficencia.

Aegan miró a Aleixandre y en tono de demanda le preguntó:

—¿Cuándo aparecerá tu chica?

Ya con los platos repartidos, Aleixandre se sentó para comer.

—En la fiesta, no te preocupes —respondió, muy tranquilo—. Ah, tenemos que probarnos los trajes hoy.

—Pasaré en cuanto tenga un rato libre —dijo Aegan.

Las miradas de ambos recayeron en Adrik y en mí. Él ni siquiera los miró. Mientras masticaba beicon, dijo con tono apático:

—Tengo cosas que hacer.

—Yo también —añadí.

Aegan nos observó, ceñudo.

—¿Como qué?

—Como arrancarme la piel centímetro a centímetro con una hoja de afeitar —dijo con indiferencia—, lo cual sería mejor que ir a probarme un traje que sé que me quedará bien, pero que, si no me queda bien, me da lo mismo.

—Eso mismo que dijo él.

Para finalizar, Adrik levantó y se fue.

Pensé que Aegan diría algo, pero se sacudió las manos, cerró el portátil, soltó un «Nos vemos más tarde» y también se fue. ¿No íbamos a ir juntos a clase? Bueno, supuse que no.

—¿Siempre ha sido así de intenso? —se atrevió a preguntar Jude.

—Nuestra madre nos contó una vez que Aegan ya era intenso cuando estaba en el útero. —Me eché a reír—. Le daba muchas patadas. Cuando nació, lloraba todo el tiempo para fastidiar y llamar la atención.

—Les da órdenes para que se ocupen de todo, ¿eh? —mencionó—. ¿No les molesta?

—Yo nunca le hago caso —respondo con sinceridad.

—Soy el único con la suficiente paciencia para hacer este tipo de cosas — contestó mi hermano, encogiéndose de hombros—. Y Aegan es así. A ti debe gustarte demasiado para soportarlo.

—Creo que incluso me estoy enamorando —dijo, añadiéndole un toque de bobita ilusionada.

—Eso podría terminar mal, Jude... —opinó, casi como un consejo.

—¿Qué? ¿No crees que Aegan pueda enamorarse de mí? —preguntó con cierta inquietud, como si de verdad temiera oír la respuesta.

La sonrisa de Aleixandre fue un poco... misteriosa, de las que decían algo, pero al mismo tiempo no.

—No lo sé —terminó por encogerse de hombros—. Depende de cuántas veces se pueda enamorar uno en la vida.

—¿Qué es eso? —preguntó de golpe, señalando el tatuaje de Aleix.

Aleixandre bajó la mirada y con su pulgar apartó unos centímetros el borde del bóxer. Era una pequeña «M» tatuada en tinta negra.

—Me lo hice a los dieciséis, ¿te gusta? —respondió, y la miró con sus ojos dulces, pero al mismo tiempo pícaros y divertidos.

—¿Qué significa?

—Lo que quieras —contestó con un aire juguetón.

—Bueno... Yo me tengo que ir. Ya que me dejaron olvidada, tendré que caminar —anuncio para mí misma, para luego tomar mi mochila e irme a la clase de literatura.

Ese día, en clase de Literatura, Adrik llegó tarde. Se sentó al lado de Jude, y no le habló en todo el rato más que para lo necesario. En cierto momento, la profesora le pidió que se colocara delante de la clase y leyera dos hojas de la novela Cartero de Charles Bukowski.

Las letras crudas del autor, saliendo de su boca con ese tono amargo e indiferente, embelesaron a toda la clase.

En cuanto terminó, la profesora tenía un aire extasiado. Hasta juraría que, de haber podido, le habría dado un pellizco en una nalga.

Al terminar la clase, fui hacia donde se encontraba mi mellizo. Este, comenzó a guardar sus cosas para así poder irnos, pero Jude habló y lo detuvo:

—Adrik.

—¿Mmm? —emitió con esa indiferencia que lo caracterizaba.

—¿Tú no vas al...? —No supo cómo llamarlo, así que solo dijo—: Esa parte del club.

—¿No te hicieron firmar algo anoche? —inquirió como respuesta.

—Sí.

Cerró la cremallera de la mochila y se inclinó un poco hacia ella con la mano apoyada en la mesa.

—Bueno, una de las cláusulas dice que no puedes mencionar el sitio a nadie fuera de él, ni siquiera a otro miembro —me susurró—. Si eso sucede, la otra parte debe informar sobre ello.

—¿Y lo harás? —preguntó, sorprendentemente con algo de nerviosismo —. ¿Me delatarás?

Durante un segundo no dijo nada, solo le observó con tal fijeza.

Metió una mano en el bolsillo de su pantalón.

—Solo una cosa, no vuelvas a entrar en mi habitación —dijo, tajante y repentinamente frío—. Mantén los límites.

¿Qué? ¿Se metió en la habitación? ¿En qué momento?

Y dejó sobre la mesa nada más y nada menos que su móvil, que seguramente había olvidado en el armario la noche anterior.

Después se colgó la mochila, me tomó de la mano y nos largamos.

—¿Por qué no...? —me interrumpe.

—Te compro un libro y no vuelves a mencionar el tema.

—Dos.

—Hecho. 

La melliza de Adrik CashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora