Capítulo 20

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48 horas antes de la feria

Ese día me había tocado salir del apartamento porque teníamos que reunirnos con Aegan para ayudarle con los preparativos de la feria, como nos había pedido. Aunque, para ser sincera, lo único que yo quería en ese momento era comer helado y ver un maratón de Marvel.

No tardé en llegar, ya que fuimos con Adrik en auto. El área de eventos de Tagus abarcaba varias hectáreas y varias estructuras: anfiteatro, salón audiovisual, salón de conferencias y salón de fiestas. Sin embargo, en el centro de todo, al aire libre, había una tarima parecida a las que ponían en los conciertos, y era allí donde estaba todo el jaleo.

Había muchas cosas por todos lados: telas, cajas, amplificadores, mesas, sillas, estructuras de feria, carritos sin montar. La gente iba de un lado a otro decorando y colocando las cosas para que el homenaje que se haría el viernes resultara asombroso.

Al acercarme no tuve que preguntarle a mi hermano que estaba haciendo, porque su voz se escuchó desde donde estábamos.

—¡Si lo voy a decir yo, debe tener mi sello! —soltó en voz alta y autoritaria.

No estaba muy lejos de nosotras y hablaba con Aleixandre y la rectora de Tagus, una mujer de cuarenta y tantos años con el cabello muy liso y siempre peinado hacia atrás como una tiesa cortina. Su aire era rígido, aunque no daba miedo, más bien inspiraba respeto. Pero... Aegan no respetaba a nadie.

Su postura ante la rectora era de «estoy a punto de explotar». En las manos sostenía un par de hojas que debían de ser el discurso, y tenía el ceño fruncido y ese aire que dejaba claro que usaría todas sus influencias, capaces de cambiarle el nombre y el himno a cualquier país, para salirse con la suya.

Aegan estaba defendiendo su causa con bastante intensidad. A su lado, Aleixandre parecía preocupado. Se rascaba la nuca y alternaba la mirada entre su hermano y la rectora como si temiera que las cosas empeoraran. Parecía que la rectora se lo estaba tomando con bastante paciencia, obviamente porque se trataba de los Cash.

Para que las cosas no se salieran de control, decidí caminar hasta allá. Esbocé una sonrisa y hablé:

—Hola, directora —saludo amablemente—. Creo que debería permitir aquello que mi hermano le está pidiendo, ya que no lo haría si no fuera importante.

Ni siquiera sabía por qué se peleaban, pero las palabras elegantes funcionan a veces.

—No creo que sea posible —responde ella.

—Pero ¿por qué hemos de repetir cada año lo mismo? —se quejaba Aegan—. No hay honestidad en estas palabras. —Golpeó las hojas con el dorso de su mano—. Puedo escribir algo mejor en tres segundos.

La rectora tomó aire. Tenía las manos enlazadas sobre su vientre.

—Señor Cash, usted es un miembro muy importante para la comunidad estudiantil —comenzó a decir con un tono maduro y sereno, tan tranquilo que rozaba lo manso e inferior—. No dudamos de sus capacidades y nos honra que participe en los eventos de la institución porque da una muy buena imagen que motiva al resto, pero el discurso se ha dicho tal cual fue escrito desde la fundación y...

—¿Cuánto ha pasado desde entonces? ¿Tres siglos? —le escupió junto con una risa absurda—. Por favor, este discurso es más potente que el cloroformo. En cuanto empiece a leerlo, la gente se va a quedar inconsciente del aburrimiento o, peor, se irá.

Le quito las hojas y comienzo a leerlas.

—Tiene razón, esto es horrible.

—Pero la prensa estará... —intentó decir la rectora.

La melliza de Adrik CashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora