9. No hay pruebas

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La clase de entrenamiento acabó, la mitad cruzó el río, otros se quedaron por el camino, mientras que unos pocos no consiguieron avanzar, la profesora no dijo nada y abrió un portal para regresar

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La clase de entrenamiento acabó, la mitad cruzó el río, otros se quedaron por el camino, mientras que unos pocos no consiguieron avanzar, la profesora no dijo nada y abrió un portal para regresar. 

Tras terminar de cambiarnos nos dirigimos a la siguiente clase. Me abrazo a mí mismo al sentir una ventisca helada, la mayoría se cubre la parte de atrás del cuello por alguna razón. Algunos murmuran y otros empiezan a temblar, se escucha un gruñido cerca de nosotros y comenzamos a retroceder lentamente. Huele a tierra mojada.

—Me lleva la luna —maldice Tarres a mi lado.

El tiempo de escapar se acabó, aunque entendí que no teníamos oportunidad. Un pelaje marrón contrasta con las paredes color blanco azulado, ojos negros con un centro dorado nos observan desde unos metros, garras y dientes enormes, Jasy se queda corto. Suelto un quejido tras sentir que algo me quema las muñecas.

—Dinastía Atalli —gruñe al estar a unos pasos del grupo. No resisto y bajo la mirada, esas marcas regresaron.

—Quieto, explica tu comportamiento —ordena y reconozco la voz del guerrero Rous.

—¿Me lo dices a mí? las preguntas van a tu apestosa familia —Éste vuelve a gruñir. Alzo la mirada para verlo rasgar el piso conforme se acerca. 

—Bastian, muévete —Edén me habla, tiene una especie de espada negra en la mano, cambia su color a un rojo cuyo brillo resalta su cabello.

—Deben dar su sangre...

Sus ojos amarillentos se encuentran con los míos y todo mi cuerpo empieza a reaccionar, mis piernas empiezan a moverse escondiéndome detrás de Edén y Tarresnom. Mis manos se aferran a mis brazos con esperanza de que el aura asesina no haya sido cierta.  Escucho un grito y cierro los ojos con fuerza.

—¡Alto!  —La voz de una mujer—. Muestra tus brazaletes, maldito luisón.

—Había una vida en ella, pero ustedes sólo anhelaban el lugar que le pertenecía... no merecían la muerte...

Vuelvo a mirarlo, con miedo, la presión en mi pecho creció al notar que me observa, intento respirar hondo y no encerrarme en el miedo. El luisón es elevado y disparado hasta romper una columna del pasillo, mis manos comenzaron a temblar, el ardor envuelve mis muñecas haciendo que me queje de nuevo. No puedo respirar.

—Ustedes de nuevo —digo al ver que las marcas se desvanecen poco a poco.

—¡Todos los guardias encuentren al intruso! —grita la mujer con las manos extendidas, ya se quién es, la profesora que me rasgó la mejilla.

Marcados: Los secretos de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora