Confesiones

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Rodrigo estaba embriagado con la noticia, con aquella revelación que había surgido desde su interior. Por fin pudo aceptar ese sentimiento al que se había negado rotundamente y que rondó en su cabeza por los últimos meses. A pesar de ello comprendió que era tonto seguir de esa manera, tenía que admitirlo, debía confesar que se encontraba loca y profundamente enamorado de Viridiana.

Entonces recordó perfectamente que ya se había sentido de esa manera, y no precisamente con su antigua novia, sino con la misma chica por la que ahora experimentaba eso. Él se enamoró de Viri cuando ambos estaban en la secundaria, sin embargo en ese entonces decidió no confesárselo, porque temía perder aquella complicidad, esa amistad que los unía.

Sabía que ahora no podía tomar la misma decisión, debía ser valiente y decirle a la mujer que amaba, todo lo que ella había despertado en él. Jamás había sentido un amor tan puro y hermoso como aquel. Entendía que su amiga era la razón por la que él quería ser un mejor hombre, y no quería conformarse con ser simplemente su amigo, la amaba y deseaba compartir quizás toda la vida a su lado como pareja.

Rodrigo se levantó de la cama y tomó su celular, no le importó la hora que marcaba el reloj, sabía que Viridiana estaría despierta porque justamente le tocaba guardia en el hospital. Mientras el teléfono timbraba, comenzó a tener ansiedad, sus manos y pies temblaban. Pensó que tal vez aquella no era la forma de declarar su amor a su amiga, pero no podía esperar a que amaneciera. Viridiana entre muchas otras cosas le había enseñado que nadie tenía asegurado vivir un día más, ninguno sabía cuándo sería su último día en este mundo, y que por esa razón debíamos vivir cada segundo como si el final estuviera cerca.

Luego de varios minutos de timbrar, pensó que quizás ella estaría ocupada en alguna cirugía, no obstante la residente contestó antes de que él decidiera terminar la llamada.

- Bueno – contestó una Viridiana cansada.

- Viri, perdón que te moleste – dijo Rodrigo tratando de permanecer tranquilo, aunque su corazón latía con tal fuerza que pensaba que saldría de su cuerpo – Sé que estás trabajando, aun así quisiera que me regalaras unos cuantos minutos para decirte algo de suma importancia.

- Claro, tengo cinco minutos antes de entrar a una cirugía – respondió ella.

- Quiero confesarte algo que me agobia desde hace algunos días – él respiró hondo, era el momento de la verdad, ya no había marcha atrás – Desde que regresaste a mi vida, me has hecho ver las cosas de diferente manera, me has abierto los ojos, he podido comprender y disfrutar cosas que antes eran imposibles para mí. Me has convertido en otro hombre, en uno mejor.

Ambos se quedaron en silencio unos cuantos segundos, Rodrigo trataba de encontrar las palabras perfectas para la situación. Entonces escuchó por el auricular que alguien a lo lejos llamaba a Viridiana.

- Voy en unos minutos – contestó la residente a la tercera persona – Perdona, Rodrigo, pero tengo que irme, me esperan en el quirófano y todavía tengo que arreglarme para entrar.

- Espera, solo dos minutos más – se apresuró a decir, tendría que recortar el discurso que había pensado mentalmente para su declaración – Seré directo... Te amo. Me he enamorado de ti como jamás pensé que podía hacerlo, sé que también sientes algo por mí, creo que siempre lo he sabido desde la secundaria, no obstante nunca me atreví a nada más. Solamente quiero pedirte que me permitas estar contigo, quiero ser tu amigo, tu novio, tu amante, tu confidente, lo que tú me permitas ser. Porque créeme, no puedo concebir una vida en la que no estés tú.

Viridiana se quedó impactada, había deseado tanto escuchar aquellas palabras desde que tenía catorce años, y ahora se volvía realidad. Respiró varias veces, una sonrisa se dibujó en su rostro.

- Yo también te amo, Rodrigo – respondió ella – Y claro que me gustaría que estés conmigo como mi pareja. Siempre he estado enamorada de ti.

Rodrigo pudo respirar tranquilamente, luego de escuchar lo que Viridiana le acababa de decir, su mundo se convertía en un mejor lugar en donde vivir, y no podía esperar por existir en ese planeta de felicidad absoluta de la mano de su amada.

- Sé que tienes que irte, así que te parece si nos vemos después de que termines tu guardia, y seguimos platicando sobre esto – sugirió Rodrigo.

- Claro, me encantaría – sonrió Viri como toda una enamorada.

- Muy bien, entonces que te vaya bien en lo que resta de la guardia, nos vemos en unas horas.

- Que descanses, Rodrigo – se despidió ella.

Ambos colgaron, él se aventó a la cama y miró al techo como hipnotizado. Cerró los ojos y en lo único que pudo soñar fue en las ganas que tenía de volver a besar aquellos labios que lo habían llevado en una ocasión al paraíso, y de tomar esas manos tan tersas y suaves que estaba seguro de que no quería soltar jamás.  

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora