La mañana había llegado con todo su esplendor, el sol brillaba como nunca. Por primera vez Rodrigo despertó de buen humor, las mañanas jamás habían sido para él, siempre le había costado demasiado poder levantarse de la cama, sin embargo aquel domingo trece de marzo era totalmente diferente.
Despertaba de un excelente humor, en cuanto abrió los ojos recordó las palabras que le había dicho Viri, se sentía el hombre más dichoso y afortunado del mundo porque ella lo amaba. Luego de levantarse de la cama, se dirigió a tomar un baño, se arregló como sabía que a la residente le encantaba verlo y tarareando una canción, salió de su departamento para dirigirse al encuentro con el amor de su vida.
En el camino se desvió para pasar por una florería, aunque claro que le costó mucho encontrar una abierta a esa ahora de la mañana en un domingo, estando ahí escogió las flores perfectas para ella, las flores favoritas de Viri. Cualquier otra persona hubiera pensado que Viridiana no tenía una flor preferida, puesto que amaba las flores por igual, no obstante si realmente uno prestaba atención, podía darse cuenta de que tenía una ligera inclinación hacia las rosas. Luego de varios meses de convivir con la médico, una vez se dio cuenta de que tardaba un poco más admirando las rosas que cualquier otra flor. Aun así, también había aprendido que un simple ramo de rosas no era suficiente, el ramo perfecto para ella tenía que contener rosas de diferentes colores, debía tener los colores naranja, rosa, blanco, rojo, morado y amarillo.
Después de pagar el ramo, subió a su auto y condujo directo y sin escalas hasta el hospital. Debido a que en la zona del hospital siempre estaba congestionada, se estacionó a dos cuadras de la entrada principal. Cuando se detuvo, le envió un mensaje a Viridiana para avisarle que ya había llegado, ella le contestó que no tardaba en salir, que estaba haciendo la entrega de la guardia al médico entrante. Rodrigo esperó unos cuantos minutos dentro del auto, golpeando con sus manos el volante al ritmo de la música. Entonces de reojo alcanzó a ver al otro lado de la avenida a la chica a la que había ido a recoger, quien estaba buscándolo.
Rodrigo salió del auto y movió las manos en alto para llamar la atención de Viridiana, ella lo vio a lo lejos y caminó hacia él. Ambos se miraban a la distancia, en su interior surgió algo que los quería hacer correr a los brazos del otro, sin embargo se contuvieron, había una avenida bastante transitada que los separaba. A los dos se les hizo eterno el cambio del semáforo de rojo a verde, para que la residente pudiera cruzar hasta donde estaba esperándola el joven abogado. Entonces por fin el verde le dio paso libre a Viri para caminar rumbo al hombre con el que había soñado toda su vida. Mientras más se acortaba la distancia, más se les iluminaba el rostro a los dos, aquel momento era de absoluta y completa felicidad, Rodrigo pensó que no había nada que pudiera arruinar ese instante.
Para su desgracia aquello no era verdad, y lo que pasó después fue demasiado rápido como para que alguno de los dos pudiera reaccionar. Cuando Viridiana se encontraba a la mitad de la avenida, una camioneta que venía a gran velocidad se dirigió hacia ella. Al conductor no le importó ver el semáforo en rojo que impedía su paso, su mente estaba nublada por el alcohol que había consumido y que todavía no podía asimilar su cuerpo, por lo que no pudo ver a Viri hasta a unos centímetros antes de golpearla.
Un fuerte ruido resonó por la calle, Viridiana salió disparada hacia la parte trasera del vehículo, mientras la camioneta se volteaba a unos cuantos metros de ella. Ante el inminente accidente, Rodrigo trató de correr a protegerla, sin embargo el tiempo no le alcanzó para llegar hasta donde la médico recibía el golpe del duro metal de la camioneta. Un segundo vehículo que venía detrás, aún después de haber frenado, no pudo evitar pasar sobre la residente y quedó atrapada entre los neumáticos del segundo automóvil.
Inmediatamente los gritos empezaron a escucharse, Rodrigo corrió hasta donde estaba prensada Viridiana, y se aventó al piso. Con el estómago pegado al suelo, estiró su brazo izquierdo para poder alcanzar la mano de ella.
- ¡Viri, háblame! – gritó cuando pudo tocarla – Quiero que me escuches, ¡mírame! – le ordenó.
La chica como pudo volteo a verlo, de su boca salía sangre, no podía hablar, le estaba costando trabajo respirar.
- Necesito que te quedes aquí conmigo – volvió a gritar - ¡Que alguien la ayude! – gritó a la gente a su alrededor.
Rodrigo escuchó a lo lejos a alguien llamando al novecientos once para reportar el accidente y pedir una ambulancia.
- Resiste – le pidió a su amada – Ya no tarda en llegar la ayuda.
Ella parpadeó con dificultad dos veces para responderle afirmativamente. A pesar de ello, la ayuda no llegaba, no alcanzaba a escuchar el sonido de la ambulancia, no podía creer que estando a dos cuadras de un hospital tardaran tanto en arribar.
Viridiana comenzó a cerrar los ojos, aunque ella luchaba por mantenerlos abiertos.
- ¡Viri, abre los ojos! – le ordenó – No me dejes, quédate conmigo. Quédate conmigo. Quédate conmigo – repitió.
No supo exactamente cuántas veces repitió aquellas palabras hasta que llegaron los paramédicos. Uno de ellos lo levantó de donde se encontraba tirado, y lo hizo a un lado con delicadeza para poder tener acceso a Viridiana.
Como pudo Rodrigo se sentó en el suelo, pasó su mano por la mejilla derecha y sintió unos pequeños vidrios incrustados en ella, aun así sentía que todo su cuerpo estaba paralizado, entumido. Aunque se encontraba a unos cuantos metros de donde se ubicaba Viri, sintió que su vista lo alejó más de lo que realmente era, ya que su mente también permanecía algo nublada y confundida por el accidente.
Mientras los paramédicos atendían a Viri, Rodrigo en murmullos seguía pidiéndole a su amada que se quedara con él. Solamente habían pasado unos minutos en que la había soltado, cuando vio que uno de los paramédicos acomodó una sábana blanca encima del rostro de la chica. Él abrió mucho los ojos y entendió lo que pasaba... Ella no se había quedado con él.
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Quédate conmigo
Romantik"Él solamente podía repetir una y otra vez: Quédate conmigo. Su voz había pasado de ser gritos a unos simples y lastimosos murmullos. Sentía que no podía respirar, el pecho se le había oprimido y no necesariamente porque estaba tumbado sobre el pesa...