Epílogo

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"¿Qué? Al final te lo han contado, ¿no?

Bueno, ya conoces mis defectos,

Si anduve con éste y con aquel,

Con ésta y con aquella,

Con esto y con aquello..."


Rodrigo miraba al atardecer desde la parte trasera de su vehículo, un cielo teñido de anaranjado que ofrecía la Barranca de Huentitán, le regalaba un poco de paz luego de la terrible tormenta que había caído sobre él. Aquel tsunami que había azotado contra todo, contra sus planes, sus sentimientos, contra su vida, dejando solo devastación a su paso.

Suspiró hondo, esperaba que pronto, algún día no muy lejano, esas heridas que ahora sangraban pudieran cicatrizar. Pensó que tal vez jamás podría deshacerse de ellas, las cuales quedarían por siempre en su piel, pero sobre todo estarían cubriendo su corazón.


"...Yo he rodado de acá para allá,

Fui de todo y sin medida,

Pero te juro por Dios que nunca llorarás

Por lo que fue mi vida..."


Por más que trató, no pudo evitar que las lágrimas escaparan de sus ojos, se sentía completamente vacío, le habían arrebatado una parte importante de su existencia, era mucho peor que perder un órgano vital. Sentía que llevaba un poco más de un mes viviendo en respiración artificial y que por sí mismo no podría volver a hacerlo.

Había estado viviendo en coma después de la muerte de Viridiana, y ahora creía que nada tenía sentido. Gracias a ella, había empezado realmente a vivir, a preocuparse por las cosas verdaderamente importantes, la chica le enseñó una nueva forma de vida y ahora ya no estaba, lo había dejado a la deriva, como un náufrago en medio del océano.


"...No, no puedo responder, amor

Lo único que sé es que te amo,

Y eso, no hay fuerza, ni ley

Que lo pueda mover, eso es sagrado..."


Lloró, lloró fuertemente por aquel amor, por esa persona maravillosa que le había dado todo a cambio de nada. No sabía cómo iba a superar ese desastre, de alguna manera tenía que hacerlo, ahora con más razón tenía que levantarse, continuar por los dos, por la vida que le habían arrebatado a su amada, puesto que ya no podría cumplir con todos aquellos mágicos y hermosos sueños que ella había planeado para su futuro, el cual ya no existía más.


"...Yo he rodado de acá para allá

Fui de todo y si medida,

Pero te juro por Dios que tú nunca pagarás

Por lo que fue mi vida."


El joven y desamparado abogado se limpió las lágrimas con la manga de su suéter. Respiró hondo, miró con cuidado el horizonte, ese camino que tenía que tomar, ese camino incierto y que le daba mucho miedo. De un brinco se bajó de la parte trasera del auto y se dirigió hacia la puerta del conductor.

Antes de entrar en el vehículo, echó una última mirada hacia aquel basto horizonte, acto seguido entró y encendió el auto. Con su maleta en la cajuela y con sus esperanzas e ilusiones sobre el asiento vacío del copiloto, quitó el freno y condujo fuera de aquella vida que ya no conocía, estaba listo para dirigirse hacia lo desconocido.

Sabía perfectamente que para retomar su rumbo, primero tenía que encontrarse a sí mismo. Volvería sobre sus pasos, en aquellos lugares en los que alguna vez fue feliz, y recogería cada uno de los pedazos de su alma para seguir viviendo la vida que no tendría ella.

Porque a pesar de que él le había pedido, le había rogado, suplicado y hasta ordenado, ella no había cumplido la misma promesa que él prometió hacer.

- Quédate conmigo. Quédate conmigo. Quédate conmigo – resonaba en su cabeza.

Pero no... Ella no se había quedado con él. Y jamás lo haría. 

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora