Mi cuerpo cada vez me dolía más, pero más grande era mi necesidad de mantenerme alejada de Ashton.
El chico de verdad se había tomado muy personal el trabajo de no dejarme en ningún momento, ni hacer nada, salvo que fuese a hacer mis necesidades. Al instante comenzó a agobiarme, demasiado contacto físico para mi gusto, y realmente, no estaba invalida.
Así que no importaba cuánto me doliera, aquí estaba yo de pie, dispuesta a ponerme mi uniforme de la cafetería desde casa para luego irme a la misma. Mis hombros dolían y crujían con cada movimiento, como si de un trozo de pan se tratase.
Tenía que haber estado haciendo movimientos a mi cuerpo por al menos unos días antes de volver a movilizarme con normalidad, sin embargo, no lo hice. Mi muñeca ya no dolía tanto, ni tampoco tenía la marca que pensé que tendría, sin embargo, lo que era mi tobillo y hombros, dolía de una manera horrorosa, pero cómo tenía al pesado de Ashton al tanto de cada uno de mis movimientos, comencé a quejarme en silencio.
Me senté en mi colchón, dispuesta a atarme los cordones de mis zapatos, y en cuanto hice el movimiento de poner el pie en el piso con fuerza, el dolor que me recorrió por toda la espalda junto con un escalofrío, fue lo suficientemente doloroso cómo para hacerme pegar un grito.
El moreno no tardó mucho en aparecer delante de mi habitación con la cara completamente seria. Mientras que yo, medio pude volver a mi posición anterior sin quejarme, él seguía delante de mí con los brazos cruzados.
Y en cuánto menos me lo esperé, me tendió su mano derecha, ¿que quería, que la tomara?
—Esto ha sido suficiente, deja de ser tan terca que en este instante iremos al hospital —espetó, obligandome a levantarme suavemente—. Estoy seguro que uno de tus huesos está roto.
La simple idea de aquello me dejó helada. La última vez que había ido al hospital había sido por lo mismo, fractura de hombro. Tener que saber que volvería a vivir lo mismo, me dejaba un agrio sabor en la boca. Al menos, no seria bajo el mismo contexto.
Sin embargo, eso significaba que tendría que dejar de trabajar por un tiempo. Me negaba rotundamente a quedarme sin empleo, seguro era un dolor tonto que en cualquier momento dejaría de molestarme.
—Estoy bien, ya no me duele. No es nada. —argumenté, safandome de su agarre.
—No te estoy preguntando. Iremos en este instante.
No me dejó refutar, pues de un momento a otro me tenía cómo un saco de patatas sobre su hombro. Cómo pude quise quejarme y moverme, más él no me lo permitía.
Cerró la puerta del departamento y caminó hasta el ascensor en completo silencio. Me desagradaba la idea de que él me tuviese cargada, que nuestras respiraciones estuviesen tan cerca. Me dolía todo, pero no me gustaba la idea de tenerlo tan cerca.
—Si me bajas me quedo tranquila.
—No pienso caer en una mentira. —respondió.
—¿Y tú qué sabes cuándo miento?
Soltó una risa, al mismo tiempo que las puertas del elevador se abrían, afortunadamente el techo de la caja metálica era bastante alto, más que el moreno, porque de lo contrario, mi cabeza estaría tocando metal.
—Estas loca, en cualquier momento sueltas una mentira.
Eso no era cierto...bueno, no en todos los casos posibles.
—Eso ni siquiera tiene sentido, Ashton —refute—. Bájame, no haré nada, ya estamos dentro del elevador.
Suspiró y después de unos segundos, me depositó en el suelo, sin dejar de mirarme. Arrugue mi rostro al sentir mi pie chocar el suelo, venga es que sí me dolía, demasiado, pero se me daba muy bien ignorarlo.
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Departamento 203
Novela Juvenil¿Recuerdas cuando fue la última vez que te permitiste sentir? Cuando el destino está lo suficientemente enfrascado en que todo te salga mal, nadie puede librarse. Janine ha pasado toda su vida enfocada en dos cosas: no interesarse en lo que piensen...