Capítulo 15

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Calíope de Jesús

¿Qué estoy haciendo?

¿Qué demonios estoy haciendo?

Esto es una mala idea.

Esto es una muy mala idea.

No podía olvidarme de sus palabras, pero tampoco podía ignorar que estaba pasando por un momento delicado y hacer esto sería aprovecharme de él.

—¿Si, Calíope? —preguntó, su voz estaba ligeramente ronca y eso también hizo que mi cuerpo aleteara.

Dios...

La imagen no me estaba ayudando a pensar, mi cabeza se veía nublada por sus ojos verdes mirándome con intensidad, su cuerpo tan bien definido, la tensión flotando en el aire, el clima tan cálido... ¿Acaso la calefacción se había subido sola o qué?

Al no obtener respuesta sonrió y dio él el maldito paso, pues yo estaba demasiado ensimismada. Se acercó a mi desprendiendo sensualidad... O sexualidad, ya puestos.

Desde ese momento sé que las cosas nunca volverán a ser iguales, porque estábamos a punto de equivocarnos de la mejor manera posible, estábamos a punto de saciar las ganas que nos teníamos desde que nos vimos por primera vez.

Sus ojos me preguntan, los míos son rápidos en responder.

Una de sus manos se acerca a mi cara, su tacto es suave y caliente, no cálido, caliente. Acuna mi rostro y yo me dejo llevar por esa caricia que me estaba haciendo flotar.

Me reprocho a mí misma. ¿Qué pasa, Calíope? Ni que no te hubiera tocado un hombre nunca, pareces una adolescente.

Pero todos esos pensamientos desaparecen en el momento en que sus labios buscan los míos. Correspondo de manera torpe, dejándome envolver por su lengua, intentando acompasar el movimiento de su boca. Amo su sabor. Se me escapa una mordida a su labio inferior que él recibe sin ninguna queja y su otra mano baja hasta mi culo, sabiéndose el recorrido de memoria, lo aprieta y me aprieta a mí contra su cuerpo.

—Dailon... —susurro contra sus labios, como si con eso fuera sirviente.

—Lo sé —admitió, relamiéndose los labios.

—Vamos a arrepentirnos si lo hacemos.

—Oh, no —negó con la cabeza—. Vamos a arrepentirnos si no lo hacemos.

Antes de que pueda decir algo al respecto, sus labios se estampan contra los míos y jadeo, allí estaba robándome un segundo beso que disfruté incluso más que el primero. Estaba más suelta, ya conocía su boca y su sabor, ya le había dado el visto bueno al agarre de sus manos y las mías estaban tanteando terreno. Que fácil era convencerme.

No tuvo prisa, no hizo ningún ademán de quitarme la ropa, simplemente esperó a que a mí me fuera sobrando. Así, poco a poco, prenda a prenda, caminando por la habitación hasta llegar a la cama. Nuestras bocas se separaron y su hambrienta mirada se posó en mi cuerpo, los labios le temblaron en una pícara sonrisa. Y joder, que sonrisa.

—Estás buenísima —soltó, haciéndome sonreír a mi también.

—¿Y qué decir de ti? —ronroneé, pasando una mano por su pecho, desalinizándola después por su duro abdomen, me detuve al llegar a la mariposa, a la farfalla. La tinta recorría su piel de una manera exquisita, siempre habían sido mi gran debilidad los hombres tatuados.

—No pretendo que digas nada, solo quiero hacerte gemir —murmuró en respuesta, empujando mi cuerpo para acostarme sobre el colchón y subirse él encima sin dejar caer su peso, solo rozando nuestros cuerpos—. Quiero saborearte de arriba a abajo, entera, que no quede un solo milímetro de tu piel sin haberle pasado mi lengua.

Sólo de escucharlo se me erizó la piel del cuerpo entero y más cuando pegó sus labios a mi cuello y supe que lo iba a cumplir.

Pero no quería. Eso lo quería en otro momento. Ahora me interesaba que él ardiera tanto como yo. Así que llevé mis manos a sus caderas y bajé su bóxer sin que él me pusiera ningún impedimento.

—Quiero que me folles —demandé, ni yo sabía de donde había salido esa autoridad, solo fui consciente cuando sonrió sobre mi piel y levantó la mirada para conectar sus ojos con los míos.

—Yo también andaba deseándolo, ¿quieres que lo de la lengua lo deje para otro día?

—Maldición, si —gimoteé—. Segundo cajón de la mesita.

Entendió al instante porque se separó con rapidez para buscar un preservativo allí, aproveché el momento para deshacerme de mis bragas y no perder más tiempo, quería aprovechar hasta el último minuto. Se me hizo la boca agua cuando lo vi deslizar el condón por sus centímetros, nunca me pareció algo sexy hasta que lo vi a él tan concentrado en una acción tan simple.

Cuando se acercó levanté las caderas ligeramente, haciendo que la punta de su polla se deslizara sobre mis húmedos pliegues. Lo escuché maldecir en su idioma natal entre dientes y eso solo consiguió prenderme más.

—Hazlo...

Mi voz casi salió en forma de suplica. Él me sostuvo la mirada mientras empujaba hacia adelante. Se deslizó despacio, mis ojos se cerraron mientras me adaptaba a su tamaño, a ambos se nos había detenido el aliento en la garganta. Sus grandes manos estaban ahora en mis caderas, sosteniéndolas, tomando el control del movimientos de nuestros cuerpos. Aunque no duraron demasiado en esa posición, pronto pasó su brazo bajo mi cuerpo para rodearme y llevar su otra mano entre mis piernas, sus dedos se entretuvieron alrededor de mi clítoris haciéndome temblar. Estaba todo perfectamente acompasado, el vaivén de dentro-fuera, la estimulación en el punto que más palpitaba de mi cuerpo, sus labios haciéndose camino en mi cuello...

Me sentía delirante de placer, no sé si era a causa de no haber tenido sexo en bastante tiempo o si era él quien lo provocaba absolutamente todo.

Lo único que sé es que esa noche me sentí en el cielo más de una vez. Las mariposas vuelan en el estómago tanto como yo volaba cuando estaba con él.

Antes del amor existe la conexión y, joder, es innegable que eso existe entre nosotros dos.

Así que si, voy a dejarme llevar, extender las alas y volar. ¿Que más da si me estrello? Lo importante será el vuelo.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora