Capítulo 16

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Dailon Martini

No me arrepiento de nada. Arrepentirse es de cobardes. Sé muy bien lo que he hecho y no me importa ir contra todo lo que se oponga a este pensamiento. Quien no esté de acuerdo me la puede chupar, la verdad.

La noche con Calíope había sido una fantasía, no sería capaz de describirla ni aunque me pagasen, es de esas cosas que simplemente sientes.

Las mariposas solo se hacen presentes cuando está a mi lado, cuando a nuestro alrededor truena y se siente una tormenta eléctrica en plena primavera. Porque estar con Calíope era como vivir en una eterna primavera, pues las flores siempre florecían, el clima era agradable y la sangre se alteraba.

Los dedos de ella me cosquillean en el estómago cuando los mueve, sé que es temprano porque miré en reloj poco antes, por lo que no veo la necesidad de levantarse ya.

—Dime que no estás despierto... —murmuró, llevándose esa mano a sus ojos para frotarlos.

—No estoy despierto.

—Gracias, necesitaba oírlo —se mofó, la sonrisita de sus labios la delataba.

—Estoy seguro de que deseabas que estuviera durmiendo solo para poder escaquearte.

—Oh si, estaba cruzando los dedos para irme de mi casa antes de que tú te despertaras —soltó una carcajada—. Madura, Martini.

Dicho así suena ridículo, tanto que tengo que reírme de mis estúpidas palabras, pues me había olvidado por completo que estaba en su casa. Como si fuera algo fácil de olvidar.

—¿Qué tipo de amante eres en la mañana después del sexo? —inquirí, enredando un mechón de su cabello en mi dedo índice—. ¿De las que preparan el desayuno o de las que echan a patadas?

—¿Tú que crees?

—De las segundas —chasqueé mi lengua y le regalé una sonrisa antes de levantarme. Su mirada fue rápida y poco disimulada al pasarse por mi cuerpo.

—¿Qué estás haciendo, Dailon? —preguntó, sentándose en la cama, mientras que con su brazo se aferraba a las sábanas para taparse los pechos. Ojalá no lo hubiera hecho.

—Levantándome, ¿no es obvio? —cuestioné burlón mientras recogía mi bóxer del suelo para ponérmelo y acto seguido imitar la acción con mi pantalón—. Te voy a preparar el desayuno como el buen caballero que soy, es lo mínimo que puedo hacer después de que me dejaras quedarme a dormir en tu casa... Y contigo.

Sus mejillas se tiñan de rosa y no me puedo creer que haya logrado semejante cosa. Calíope de Jesús Miller sonrojada por causa de un servidor, debe de ser verdad que los milagros existen.

Esbocé una sonrisa con solo mirarla y le guiñé un ojo para despedirme de ella. Las palabras sobraban en situaciones así.

Estaba descalzo y sin camiseta por su casa, jamás me imaginé que terminaría en una situación así, pero lo cierto es que se siente gratificante. Recorro su cocina mientras tarareo una canción y escucho arriba el sonido de la ducha, quizá al final no sería tan raro y podríamos actuar como dos personas completamente normales.

O eso creía.

Porque en cuanto las tostadas saltaron en la tostadora, alguien tocó a la puerta y a mí se me ocurrió la gran idea de ir a abrir como si se tratara de mi casa.

Gran error.

La sonrisa de Diego se fue borrando hasta que su expresión era de completo desconcierto.

—Perdona, ¿nos conocemos? —preguntó, señalándome con su dedo índice.

—No he tenido ese placer —sonreí, intentando disimular mis nervios de alguna manera—. Soy Dailon Martini.

—Diego de Jesús —se presentó, estrechando su mano con la mía—. Habría preferido que fuera Calíope quien nos presentara, pero veo que ella siempre es de llevar las cosas a escondidas.

Ahí había un doble sentido que no tardé en pillar, pero por si acaso no hice ninguna broma al respecto, aunque mi lengua picaba por decir algo.

—¡Dailon! —el chillido agudo llegó a mis oídos y antes de que pudiera reaccionar ya tenía a Orfeo abrazándome las piernas. Me causó ternura y solté una risa mientras lo cargaba en mis brazos.

—Hola, campeón —lo saludé.

—Perdón, ha venido corriendo y no pude detenerlo —se disculpó alguien más detrás de Diego—. Uy, ¿y ese ser?

—Va a ser el novio de mami —cuchicheó Orfeo.

Le hizo gracia porque se carcajeó de lo que acababa de decir su sobrino, después pasó un brazo por la cintura de Diego y me miró con una sonrisa divertida en los labios.

—Yo soy Ayker, la pareja de Diego.

—Dailon, un gusto —le devolví la sonrisa.

Que agradable sujeto.

Diego, que también tenía fama de ser el hombre más simpático del mundo, no parecía tan sonriente después de las palabras del niño que tenía yo en brazos.

Iba a decir algo más, pero entonces se escucharon los pasos de Calíope atrás y todos nos quedamos mirando en su dirección. Su cara fue de asombro al vernos en aquella situación y tuvo que disimular lo más que pudo cuando se acercó.

—No os esperaba tan temprano —admitió, situándose a mi lado y dejando un beso en la mejilla de su hijo.

—Te has llevado una sorpresa tanto como yo —murmuró su hermano—. ¿No crees que estas cosas se avisan?

—Diego... —avisó Ayker—. No es el momento.

—No lo es —aceptó al mirar a Orfeo—, pero de esto tenemos que hablar en algún momento... Y a ti te quiero conocer, así que espero que estés libre esta tarde.

Mierda.

Eso lo había dicho mirándome a mi.

—Tengo trabajo —admití—, pero puedo convencer a la jefa para que me deje salir antes.

—Lo que me faltaba —murmuró entre dientes al ver por dónde iba la cosa—. Nos vemos más tarde.

—¡Chao, tío! —exclamó el niño moviendo su mano en el aire—. Dale besitos para que no se enoje.

—Lo haré —prometió Ayker, dejando un beso en su mejilla—. Al igual que lo haré entrar en razón, no os preocupéis.

—No sé que haría sin ti —suspiró Calíope—. Te debo una.

—No me debes nada —le guiñó un ojo.

¿Acababa de meter a Calíope en un lío?

Probablemente.

¿Me importaba?

Pensaba que si, pero ese pensamiento desapareció en cuanto cerró la puerta y me sonrió.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora