Capítulo 19

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Calíope de Jesús

¿Sabes ese momento de tu vida en el que sientes que todo está patas arriba pero al mismo tiempo que está justo como debería de estar?

Ese momento en donde todas las preocupaciones pasan a ser un asunto secundario, en donde esa persona que creías un error se acaba volviendo el mayor acierto de tu vida, en donde una sonrisa tonta pinta tus labios porque si y ¿por qué no?

Ese momento tan lleno de él, tan lleno de mi, tan lleno de lo que sea que seamos cuando estamos juntos.

No sé cómo le estará yendo con mi hermano, pero tengo la sensación de que bien, de lo contrario alguno de los dos habría hecho ya acto de presencia aunque solo fuera para quejarse del contrario.

Mateo me dio la bienvenida con una sonrisa de esas que hablan por sí solas, algo andaba mal.

—Hola a ti también, Mateo —señalé con la mirada las escaleras para indicarle que me acompañara, fue rápido en entender el gesto porque en cuanto empecé a caminar vino detrás.

—No quiero meterme en donde no me llaman —dudó, suficiente para que yo entendiera cuál iba a ser el tema a tratar.

—Ya te diré yo si debes de meterte o no.

Al llegar a mi despacho abrí la puerta y lo dejé entrar a él primero, acto seguido la cerré para así encaminarme yo hacia mi cómoda silla, bien colocada detrás del escritorio.

—El señor Martini se ha ido antes de terminar su horario, considero que tiene una actitud muy prepotente, sobre todo si tenemos en cuenta el poco tiempo que lleva en la empresa... En mi humilde opinión, se le han subido los humos —aclaró su garganta con cierta incomodidad.

Si, se le notaba en la cara que tenía ganas de seguir hablando.

Seguro que a mí se me notaba que tenía ganas de que se callara de una vez.

—En mi humilde opinión —lo imité al usar el tono de voz—, el señor Martini está cumpliendo con el trabajo que yo misma le ordené. Estaba al tanto de que se iría antes de terminar, tenía mi visto bueno, como de seguro te ha podido confirmar él.

El silencio reinó en mi despacho, Mateo se limitó a tragar saliva y asentir ligeramente con la cabeza.

—Bien, gracias por informar de todos modos, creo que es un detalle importante —junté ambas manos sobre el escritorio, dando por finalizada la conversación. Pero él no hizo ningún ademán de moverse, lo que significaba que para él no había acabado—. ¿Hay algo más que debamos comentar?

Es entonces cuando sus ojos se clavan en los míos, nunca antes tan acusadores.

—No deberías de follarte a tus empleados.

Mis cejas se disparan sobre mi frente, la sorpresa debe de ser más que evidente en mi cara después de haber escuchado semejante comentario de parte de uno de mis empleados.

—Mi vida sexual no es un tema que vaya a hablar contigo, Mateo, ni con ninguna de las personas que trabaje aquí —señalé, intentando mantenerme tranquila—. Gracias por el consejo, pero soy lo suficientemente mayorcita como para saber a quien debo o no de meter en mi cama. Ahora, si no tienes nada más que decir, te agradecería que te fueras para que ambos podamos continuar con nuestros respectivos trabajos.

Debió de notar que no estaba para rechistar, ni para una simple disculpa, por lo que apretó los labios y se fue en silencio, dejándome sola en aquel transparente despacho. Quizá, por primera vez desde que se diseñó la empresa, estaba detestando aquellas paredes que no me dejaban ninguna privacidad.

No me importaba que Mateo supiera eso, en verdad se sentía casi un alivio no tener que contarlo y que ya lo dieran por sentado, me ahorraba saliva. Además, ¿por qué habría yo de darle explicaciones a alguno de estos? Mi vida era mía, no de nadie de los que trabajase allí.

Masajeé mi sien y decidí tomar la decisión más inteligente: centrarme en mi trabajo.

Era lo único que conseguía alejar todo tipo de pensamientos de mi cabeza, que me mantenía en paz, que sacaba lo mejor de mi. Quizá por eso siempre recurría a ello cuando no quedaba nada más.

Un golpeteo en la puerta consiguió captar mi atención un par de horas más tarde, aunque estaba segura de que la mayoría ya se habrían ido para casa.

—¿Se puede? —preguntó el pelinegro mientras entraba.

—Bueno, ya estás dentro, sería descortés por mi parte echarte fuera —me encogí de hombros.

—Tengo suerte entonces de que seas una chica educada —señaló, sonriente.

—Tienes suerte de serlo tú también, de lo contrario no habrías sobrevivido a esta tarde con mi hermano.

Tenía que sacar el tema de alguna manera, así que, ¿qué mejor manera de hacerlo?

—Tu hermano me adora —me guiñó un ojo—, espero que el próximo en conocer sea tu padre.

—Descuida, si Diego te adora, entonces mi padre te amará —murmuré burlona.

—Lo sé, ¿cómo no hacerlo? —se remojó los labios.

Disimular no era su punto fuerte.

Pero al parecer tampoco el mío porque no había dejado de mirarle la boca en ningún maldito momento.

Sus pies no tardan en hacerse camino para llegar frente a mi, ni siquiera pongo distancia porque no es lo que quiero, me da igual que alguien pueda pasar en ese instante por los pasillos y nos vea en esa situación.

Una de mis manos busca su nuca en cuanto él empieza a inclinarse y estampo mis labios sobre los suyos, dejando que sea él quien los mueva primero, no sin antes sonreír de manera descarada sobre ellos.

No estaba siendo un beso perfecto, de hecho estaba siendo torpe, nuestros dientes se habían rozado en varias ocasiones, nuestras lenguas no llegaban a encontrarse, nuestros labios no encontraban esa sincronía que antes si habían tenido. Era un beso desesperado, casi vulgar.

Pero, joder, a pesar de todo se sentía tan bien.

—¿Y si avanzamos en el diseño los dos juntos? —propuso, rozando su nariz con la mía.

—No tenemos mejor plan.

—Si que tenemos, pero hay controlar esas alas, farfalla —se mofó, separándose unos centímetros para sonreírme.

Lo que él no sabía es que mis alas habían estado esperando toda la vida para volar con él.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora