Dailon MartiniKeshia y Calíope eran muy parecidas. No estoy hablando de lo físico, lo eran en su manera de hablar, en las pequeñas muecas que hacían con la boca y la nariz, en aquel peculiar brillo de sus ojos y, como todas las madres, en el amor incondicional que sentían hacia sus hijos. La mexicana hablaba con admiración y orgullo de los logros de sus sucesores, sus años de esfuerzo no habían sido en vano.
—Si estoy hablando de más no dudes en pedirme que me calle, no me lo voy a tomar a mal ni nada.
—No lo haría por nada del mundo, Keshia —admití—. Me gusta escuchar.
Su sonrisa se ensanchó y sus ojos se achinaron ligeramente al acompañar la acción. Si supiera leer miradas...
—Eres un buen hombre, Dailon, lo supe desde las primeras fotos que salieron de ti en revistas del corazón —admitió. Escuchar eso se sintió un alivio—. Una madre siempre va a querer lo mejor para sus hijos y yo sé que contigo no debo de preocuparme. Calíope ha tomado una decisión acertada.
—Estás juzgando sin conocerme —señalé.
—Mi intuición no falla nunca —me guiñó un ojo y fue suficiente para saber que lo decía en serio—. Si Calíope te ha aceptado puedes estar tranquilo, ya eres parte de la familia.
No me había sentido presionado en ningún momento porque sabía que salía con Calíope y no con ninguna otra persona, si alguien de su familia tenía una opinión negativa no me iba a afectar en lo más mínimo. Sin embargo, escuchar esas palabras se sintió un alivio. El amor nunca está de más, sobre todo si es de parte de una familia que acaba de integrarte.
Qué remedio caerles bien, me iban a tener que soportar durante el resto de sus vidas. Dejarlo con su hija no era una opción.
Abrí la boca para hacer algún chiste del estilo y quedar como un cuñado delante de ella, pero justo en ese instante apareció Calíope en mi campo de visión y tenía los ojos de haber llorado, en sus pestañas todavía había rastros de lágrimas. Inmediatamente me puse alerta, detalle que no pasó desapercibido para nadie allí, ni siquiera para ella que me regaló una débil sonrisa para indicarme que todo estaba bien.
—¿Podemos cenar ya o todavía quedan fotos vergonzosas de cuando era pequeña que debes de enseñarme a Dailon? —preguntó con diversión mirando a su madre.
—Reina, hay bastantes de esas colgando en las paredes, creo que él solito ha podido verlas —respondió con su mismo tono—. Anda, vamos a cenar. Apuesto a que vendréis hambrientos.
Su marido se encargó de ir a por la cena a la cocina mientras ella insistía en que nos fuéramos sentando. Me hizo gracia la situación porque en mi mente tenía ideas muy diferentes a cómo cenaban los ricos, juraría que les servían la cena y esas cosas, tal vez solo es influencia de las películas americanas.
—Si, sorpresa, aquí también hacemos las cosas de manera "normal" —se mofó Calíope, leyéndome la mente.
—¿No hay cubiertos de oro ni nada de eso? Que decepción, señorita —chasqueé mi lengua, soguiéndole la broma. A pesar de ser mala, le hizo gracia, sus pequeños ojos se achinaron en respuesta mientras negaba con la cabeza—. ¿Estás bien? Ya sabes...
—Le he dicho a mi padre quien es el padre de Orfeo, ha sido chocante pero fue como quitarse un peso de encima. Ahora siento que no les oculto nada y me siento bien conmigo misma.
Busqué su mano por debajo de la mesa y entrelacé sus dedos con los míos. No sabía que hacer ni que decir, pero quería que supiera que estaba allí y que me tenía para lo que necesitara.
—No ha sido fácil —murmuré—. Yo también estoy orgulloso de este pequeño gran paso.
Estaba seguro de que iba a decir algo, sus ojos me lo dijeron antes que su boca, pero para mi mala suerte apareció su padre con una fuente de comida y una sonrisa burlona en los labios.
—¡Las manos donde pueda verlas! —pidió al tiempo que dejaba estaba en la mesa.
Aclaré mi garganta. Había dos opciones en esa situación: la primera era soltarle la mano a su hija y fingir que allí no había pasado nada, lo que haría cualquier yerno que acabase de conocer a su suegro; la segunda era levantar ambas manos y posarlas sobre la mesa tal y como estaban, entrelazadas. ¿Qué hice yo? La segunda, claramente, Dios me había dado huevos para usarlos y no para tenerlos de adorno.
—Si, creo que ahí puedo verlas, gracias.
—De nada, lo que pida el suegro —le guiñé un ojo. No sabría decir quien se lo estaba pasando mejor con la conversación, pero me gustaría pensar que Calíope, o al menos que le sirviera de distracción para no pensar en el padre de su hijo y lo que suponía decirle la verdad a sus padres cinco años después.
No hubo dramas de "pásame sal" en la cena ni ningún comentario fuera de lugar, me sentí tan en casa como en mi propia casa. Es cierto que siempre se había hablado muy bien de esta gente en la presa, pero pensaba que solo eran chismes para ganar público y dinero. Después de mi experiencia he de decir que todo, absolutamente todo, es cierto. Se les nota la bondad en cada palabra que dan y a mí me enorgullecía poder decir que ahora era parte de ellos.
Calíope decidió quedarse a dormir allí porque ya era demasiado tarde como para volver a casa y no quería tampoco despertar a Orfeo y que preparase sus cosas para regresar. Unas horitas más podían hacer la diferencia, sobre todo en niños que debían de dormir. Yo no me pude negar al mohín que hizo con sus labios cuando pronunció estar cansada, supongo que las niñas también tenían que descansar sus horas.
—Mañana nos vamos antes de que llegue Amparo —susurró.
—¿Quién es Amparo? ¿La amante de tu padre?
Sabía de sobra que ese hombre no tenía ojos para alguien que no fuera su mujer, precisamente por eso el chiste tenía más gracia, ¿no?
—Si te lo digo te ríes de mí y me insultas por rica, vamos a dormir.
Me reí, no tenía que pensar demasiado en ello como para llegar a la conclusión de que Amparo era alguien que trabajaba para ellos. Quizá después de todo no estaba tan confundido y sí había cosas que todos los ricos compartían (y no hablo de dinero, que este no lo comparten, son más agarrados que la virgen del puño).
Ignoré los pensamientos intrusivos y cerré los ojos, dejándome llevar por esa bonita realidad que estábamos creando.
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Vicios entre tacones
RomanceA Calíope solo le importan tres cosas en esta vida: el éxito, combinar sus prendas de vestir y su hijo. Tres cosas que no tienen ninguna relación entre sí. Dailon no tenía ninguna preocupación aparte de su trabajo, al menos hasta que supo que su jef...