Capítulo 37

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Calíope de Jesús

Italia había sido una pasada y pasar ese tiempo de la mano de Dailon lo había sido mucho más.  Los desfiles, la playa y los desayunos en su casa se habían vuelto una bonita costumbre, renunciar ahora a ello sería misión complicada. Sabía de sobra que al otro lado del charco nos esperaba una rutina un tanto diferente, pero me gustaba, siempre me había gustado y no iba a tener problema ahora. Si, estaba bien desconectar un poco de la realidad, pero una tiene que volver siempre a lo suyo. Volver a casa, volver al trabajo... Volver a la familia, supongo.

Mamá había estado atenta a las noticias, como era de esperarse, y me pidió que en cuanto llegasemos a Nueva York se lo hiciera saber. Sabía lo que se traía entre manos y también sabía que era lo correcto. Mi vida estaba siguiendo el camino correcto (por fin), no veía nada de malo en oficializarlo todo.

—¿Estás muy cansado? —le pregunté a mi acompañante tan pronto como escuché que aterrizaríamos en tierras estadounidenses.

Una de las comisuras de sus labios se alzó, ¿cuánto apostamos a que el muy desgraciado está pensando en cosas que no son?

—No lo pregunto por eso —aclaré.

—¿Y que es "eso", según tú? —cuestionó burlón—. Yo no he dicho nada, tú solita has insinuado cosas.

—Porque te conozco y no van por ahí los tiros. Ahora responde a la pregunta, por favor.

Estiró su brazo para acaricir mi mejilla con sus nudillos, inevitablemente cerré los ojos al sentir el cálido contacto de su piel contra la mía. Era un gesto tan simple y a su vez tan hermoso que no me cansaría jamás de él.

—Si me lo dices con esa carita no puedo estar cansado, farfalla.

—Dailon, estoy hablando en serio...

—¿Qué te hace pensar que yo no? —inquirió, ladeando ligeramente su cabeza.

—Van a ser las nueve de la noche, no estaremos en casa hasta pasadas las diez.

—No estoy cansado, puedes decirle a tu madre que sin problema cenamos con ellos esta noche.

Mis cejas se elevaron al escucharlo. Yo no había dicho nada sobre la cena, al igual que mi madre no me lo había dicho a mí; pero al parecer ambos pensamos lo mismo.

—¿Cómo sabías que iba a pedir eso?

—No eres la única aquí que conoce al otro —me guiñó un ojo.

Lo sabía. En todo este tiempo me había dado cuenta de que Dailon era de esas personas que se paraba a observar y conocer a la gente. Ponía las dos manos al fuego y no me quemaba si decía que él era capaz de descifrarme con solo poner sus ojos en mí, no hacía falta ni que abriese la boca para decir palabra.

—Me gusta que me conozcas tan bien —admití.

—Créeme que a mí me gusta conocerte —sonrió. Que deje de sonreir así, por favor, que es un ataque directo a mi sistema respiratorio—. Y espero conocerte más todavía.

—Tienes toda la vida para eso.

—Lo sé, no pienso desperdiciar ni un solo minuto —me hizo saber antes de dejar un casto beso en mis labios.

El aterrizaje fue rápido o al menos se sintió así, una vez fuera del avión tomé mi teléfono para avisarle a mi madre de nuestra llegada. No me sorprendió cuando dijo que nos pasasemos por el piso y de paso que nos quedásemos a cenar con ellos. Era tan transparente... Y yo tan igual a ella.

Nos tomamos un taxi desde el aeropuerto hasta allí. Lejos de sentirme nerviosa por presentarle mi primer novio a mis padres, estaba muy tranquila. Sabía que no tenía motivos para estar de los nervios, Dailon era todo lo que estaba bien y, aunque no lo fuera, mis padres iban a anticipar mi felicidad a todo lo demás... Y él era parte de mi felicidad.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora