Dailon MartiniQue innecesarios son los nervios, ¿no? Es decir, lo único que generan en ti es hacerte pasar un mal rato, aumentar la presión de tu cuerpo, que a tu cabeza lleguen un montón de pensamientos intrusivos... Para al final no ser nada, pues cuando haces algo con nervios es todavía peor, esos hijos de puta pueden jugar en tu contra de una muy mala manera.
Por suerte, Calíope era de esas personas que había aprendido a lidiar con ellos, nadie notaría el sudor de sus manos, ni la intranquilidad de su mirada, ni el pequeño tic nervioso de necesitar moverse cada dos segundos. Por una parte me causaba ternura, por otra no me gustaba que estuviera en esa situación, no tenía ni la más mínima necesidad de hacerlo por un idiota como mi hermano.
La cena se pasó volando y no hay nada que destacar de ella, simplemente cuatro adultos y dos niños degustando una receta de nuestra abuela italiana, mientras hacíamos algún que otro comentario de la vida, del trabajo y del colegio de los peques.
—Nosotros nos encargamos de esto —anunció Luca en cuanto terminamos, levantándose para empezar a recoger la mesa. Por la mirada que me lanzó tuve que entender que en ese nosotros se refería a mí.
—Yo soy el invitado —maldije entre dientes, pero no quería hacerle ese feo a las mujeres que estaban allí sentadas, así que también me levanté para ayudarle.
Mi hermano, el muy desgraciado, se mordió los labios para no sonreír de más y delatarse; yo me limité a mirarlo mal mientras caminábamos hasta la cocina.
—Mira, el niñito de la familia va a lavar los platos —se burló—. ¿Están haciendo efecto las mariposas en el estómago?
—Las mariposas llevan haciendo efecto desde el primer día.
—Guiado y enamorado, ¿que más se puede pedir?
—Síguete burlando y te rompo todos los platos juntos en la cabeza —advertí.
No sonó como una amenaza para él porque nada más escuchar el comentario soltó una sonora carcajada que, muy probablemente, escucharon los demás.
—Esa chica te gusta de verdad.
No era una pregunta. Lo había dicho en un tono suave y calmado, pero seguro. De esos que usamos pocas veces en la vida, solo cuando sabemos algo con certeza y no nos tiembla la voz para decirlo. Mi hermano me conocía, había teñido años suficientes para verme crecer como persona, por eso no necesitaba preguntar nada, a él le bastaba con verme en una situación para sacar una conclusión por sí solo.
—A ti Noelia también —respondí, sin dejar de mirar el plato que tenía entre las manos.
—Los dos sabemos que eso tiene fecha de caducidad.
No me había gustado nada el tono que había empleado para decir eso. Él me conocía de sobra, pero yo a él también, sabía que detrás de esas palabras se ocultaba algo más... Y como buen hermano, también sabía de que se trataba. En otras ocasiones lo habría dejado pasar, Luca ya es adulto y sabe tomar las riendas de su vida, sabe lo que quiere y lo que le conviene. Pero en esta situación me veía en la obligación de opinar e intentar que no se dejara llevar por las malas emociones.
—Pensé que eras más maduro, Luca —chasqueé mi lengua—. No me esperaba que tomaras una decisión tan estúpida como esa.
—Dailon, ponte en mi lugar...
—Si hay amor, la distancia es lo de menos.
—No es cierto, sabes perfectamente que no lo es. Si ahora mismo tuvieras que irte para Italia y dejar a Calíope aquí, estarías diciendo otras cosas —estaba evitando mi mirada, no era capaz de decirme las cosas mirándome a los ojos.
—Si tuviera que separarme de Calíope lo haría sin lloriquear, sé que el amor es cosa de almas y no de cuerpos. Voy a amarla estando aquí, estando en Italia o estando en la China. Si terminara lo que sea que hay entre nosotros, me dolería muchísimo más, a ella también.
—Las relaciones a distancia no funcionan.
—Joder, Luca, estás hablando en el hipotético caso de no volver a verla nunca en tu vida —suspiré—. Puedes mantener una relación a distancia por meses, incluso puede llegar a fortalecer la relación para cuando volváis a estar juntos. No hablo desde la experiencia porque no es algo que haya experimentado, solo te estoy dando mi humilde opinión.
Mi hermano apretó los labios, solía hacerlo cuando sabía que se había quedado sin argumentos y no le gustaba la idea de darle la razón al contrario.
—Piénsatelo mejor porque la opción de dejarla es la peor mierda que has podido pensar, ten un poco de responsabilidad afectiva —aconsejé para después terminar con la tarea que había dejado a medias.
—Nunca pensé verte a ti dando consejos, pero mal del todo no se te da.
—A mí no hay nada que se me dé mal —le guiñé un ojo y sacudí las manos cerca de él para mojarlo. Luca reclamó y yo aproveché para correr lejos de él. Cata y Orfeo pensaron que se trataba de un juego y también echaron a correr, las dos mujeres que todavía estaban sentadas a la mesa se quedaron más confusas que nunca al ver a dos supuestos adultos correteando mientras los niños chillaban.
Supongo que esa era una de esas situaciones donde nada importaba, donde todo se sentía bien, las preocupaciones no existían y la vida era alegría.
A veces necesitamos muy poco para ser felices, pero no somos conscientes de ello hasta estar viviendo esos pequeños momentos que nos dan la vida.
Ahí es donde te das cuenta de lo afortunado que eres por tener a tu lado a la gente que tienes, por poderte reír con tan solo echarte a correr, con mirar a esas persona y saber que significa hogar, sin importar que estés realmente lejos del lugar al que llagas casa.
Porque hogar no es un sitio, sino una persona. Hogar son ellos y sus risas. Hogar es Calíope y el otoño de su mirada.
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Vicios entre tacones
RomanceA Calíope solo le importan tres cosas en esta vida: el éxito, combinar sus prendas de vestir y su hijo. Tres cosas que no tienen ninguna relación entre sí. Dailon no tenía ninguna preocupación aparte de su trabajo, al menos hasta que supo que su jef...