Capítulo 20

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Dailon Martini

¿Qué me habría encantado subirla sobre su escritorio, separarle las piernas y follar con ella?

Si.

Pero había cosas más importantes en nuestras vidas, como terminar el trabajo que tanta prisa tenía. Era un proyecto importante en todos los sentidos, pero también podía llegar a ser una pesadilla para ella.

Quiero decir, debe de ser una putada ver cómo un hombre se casa con la mujer que conoció cuando salía contigo, ¿no?

—¿Cuál es vuestra historia? —pregunté mientras acariciaba la excelente tela que ella misma había dejado sobre su escritorio.

No levantó la mirada, pero una de las comisuras de sus labios se estiró hacia arriba.

—Pensaba que eso ya estaba claro y que no había necesidad de sacar el tema, mucho menos cuando estamos haciendo el traje de su boda.

—Me gusta oír las verdades y no los rumores —me encogí de hombros—, las verdades completas.

—Verdades completas a día de hoy hay pocas, ¿no crees? —sus ojos se clavaron en los míos y por un momento estremecí—. Tú como hombre deberías de saberlo.

—¿Qué insinúas, farfalla?

—No insinúo nada, solo estoy dejando clara una realidad.

¿Qué estoy viendo aquí? ¿Rechazo a los hombres porque los que conoció fueron una mierda con ella?

Que pena me da esta sociedad, que no saben valorar a una mujer como Calíope y le dejan una pésima imagen de los hombres. Estaba en mi mano cambiar eso, tenía que demostrarle que no todos éramos iguales, o al menos que yo no iba a mentirle jamás.

—Nunca te he mentido, pero eso ya lo sabes —chasqueé mi lengua—. Creo que la verdad es, simplemente, lo mejor que puede existir. Es la base de toda relación, sobre todo, no puedes quedarte con alguien y con sus verdades a medias.

—El mundo es una mierda porque no existen más personas como tú.

Mi corazón se salta un latido, quizá dos, tal vez se le olvida por completo que es un órgano vital y que literalmente lo necesito para seguir con vida.

—¿Ha sido una declaración de amor? —intenté mofarme.

—Si, Dailon, la verdad es que no sabía como decirte que estaba perdidamente enamorada de ti, tenía que buscar alguna excusa —respondió con un mismo tono burlón.

—El sentimiento es mutuo —le hago saber.

—No tenías falta de decirlo, ya se nota.

Por favor, dime que no me he puesto duro ni nada por el estilo.

Calíope debe de darse cuenta porque se carcajea mientras niega con la cabeza, por un momento casi me siento avergonzado, después recuerdo que ella ya me ha visto así en anteriores ocasiones y se me pasa.

—En la cara, Dailon, se te nota en la cara.

—Gracias por aclarar, estaba a punto de pensar que andabas mirando a otras partes de mi cuerpo, aunque claro... No me sorprendería, ya lo has hecho antes.

A diferencia de mi, ella sí que se avergüenza, la delata el rubor que se extiende por sus mejillas y que le sienta de maravilla. Adorable.

—Que engreído, no es como si hubiera mucho que mirar.

Ella no acababa de decir eso.

Maldición.

Me tengo que morder los labios para no soltar una carcajada de las fuertes.

—¿No decías que los mentirosos éramos los hombres? —inquiero, elevando una ceja—. ¿Quién está mintiendo ahora?

—No estoy mintiendo.

—Claro que lo haces —murmuré burlón—. Yo también tengo ojos en la cara como para apreciar mis centímetros.

—Dios, no sé cómo hemos llegado a esta conversación.

—Yo tampoco, recuerdo que empecé preguntándote por vuestra historia —me encogí de hombros.

Calíope se apoyó en su escritorio mientras me miraba, estaba a punto de hablar, se le notaba en la postura que había decidido tomar. Con eso me di cuenta de que ya la empezaba a conocer bien, pues ya había aprendido ciertas cosas de su lenguaje corporal.

—No hay mucha historia, no sé qué te esperas escuchar. Solo estaba encoñada por él porque nos acostábamos y creía que con eso ya lo tenía todo, al conocer a Lara me di cuenta de que a mi nunca me había mirado como la mira a ella... Entendí que eso era amor, lo entendí desde que la conoció y no quiso que lo nuestro siguiera —su sonrisa no parece triste, más bien nostálgica—. Ellos sí que tienen una historia bonita y, aunque no lo parezca, me alegro.

—Tú también te mereces una historia bonita, de esas que superan la ficción.

—¿La escribirás tú? —me preguntó, elevando una de sus cejas.

—No, yo la protagonizaré —le guiñé un ojo.

Me acerqué antes de que dijera algo más y tomé su rostro con mis manos, acto seguido junté mis labios con los suyos.

No era un gran lector de romance, pero los pocos libros que había leído sobre el tema los tenía controlados, si ella quería una de esas historias yo estaba dispuesto a dársela. E incluso mejor, porque esto sería realidad y no ficción.

Aceptó gustosa mis labios y llevó una mano a mi cabello, enredando mechones en sus dedos, tenía la ligera sospecha de que le gustaba hacer eso cada vez que nos besábamos. Y, maldición, a mi también me gustaba.

Era fácil acostumbrarse a ella.

Rocé mi lengua con la suya, haciéndola sonreír, y me separé de su boca mientras apoyaba nuestras frentes.

—Encoñarse con alguien es una mierda, ¿has probado a enamorarte? —sugerí.

—Creo que eso es peor.

—Nada es peor que lo otro, al fin y al cabo... Todo duele cuando se acaba, todo. Supongo que por eso hay que disfrutar con mayor intensidad las cosas, no te quedes en los casi algos, atrévete a ir más allá —dejé un casto beso en sus labios—. Pruébame.

Enamórate de mi.

Que enamorarme de ti está resultando fácil.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora