Capítulo 5

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Calíope de Jesús

Ayker me recibió con los brazos abiertos nada más abrirme la puerta, elle me había caído bien desde el primer momento y me alegraba de que mi hermano tuviese a su lado al amor de mi vida, no todos tenían la misma suerte.

No estoy hablando por mí. Yo al amor de mi vida ya lo tengo, es mi hijo, el mismo que me esperaba jugando con mi hermano en el salón de su casa. Seguramente había llegado tarde del trabajo, pero no dejaba que se le notase.

—¡Ha llegado mami! —escuché que gritaba, mi hermano le respondió pero no logré apreciar lo que decía.

—Le estabas tardando —murmuró Ayker con diversión.

Orfeo apareció en mi campo de visión corriendo con los brazos abiertos hacia mi. Mi niño. Sonreí enternecida ante la imagen que mis ojos estaban viendo y me puse de cuclillas para recibirlo como se merecía.

—Te extrañé, ma —susurró cuando sus bracitos se colgaron de mi cuello.

—Yo te extrañé muchísimo más —aseguré, peinándole el cabello con los dedos—. ¿Cómo te ha ido en el cole?

—Bien, estuvimos leyendo cuentos —me hizo saber, con esa característica sonrisa que me derretía por completo.

Orfeo tenía cinco años y desde que empezó a aprender a leer, no había nadie que le quitara los libros de las manos. Nos tenía a todos comprando cuentos cada semana.

—He de suponer entonces que te lo has pasado más que bien, ¿no? —alcé mis cejas, él no tardó en asentir con la cabeza.

Diego se cruzó de brazos mirándonos, Orfeo al alzar la mirada hizo un puchero. ¿Qué no me estaban contando estos dos?

—Orfeo... —alcé una ceja, presionarlo con su nombre siempre funcionaba, esta vez no sería la excepción. Después miré a mi hermano con la misma expresión, que también siempre caía.

—Ha tenido fiebre, le dimos jarabe para que se le bajara, ahora está perfecto pero eso no quita que dentro de unas horas vuelva a estar mal —indicó, encogiéndose de hombros.

—Estaré bien —afirmó mi hijo—, no me voy a morir.

—Nunca se sabe —murmuró burlón su tío—, mejor prevenir que curar.

—¿Me puedo morir? —cuestionó, más que preocupado—. Mami, dile que no me voy a morir.

—¡Dios, claro que no te vas a morir! —exclamé, lanzándole una mala mirada a mi hermano. Diego a veces se olvidaba de que estaba a tratar con un niño pequeño, tenía la sensibilidad en el culo—. Te vas a poner bien, no tendrás ni que ir al médico.

Eso le provocó cierto alivio, se le notó en la cara que puso.

—Deberíamos de irnos antes de que se nos haga muy tarde, despídete de los tíos.

Orfeo asintió con la cabeza y abrazó a Ayker mientras le decía un sinfín de cosas, era un exagerado cuando se trataba de despedidas. Después fue el turno de Diego y no fue para menos, se despidieron como si no fueran a verse hasta dentro de medio año.

—Tenemos una conversación pendiente, si quieres evitarla estás en todo tu derecho, pero al menos dime que no quieres hablar de ello.

Sabía a lo que se refería, Fernando y él hablaban a diario, era obvio que se había enterado de lo de su boda y también del encargo.

—No quiero hablar de ello —fui sincera—, uno de los mejores diseñadores se encargará de su traje, por supuesto que no lo hará solo, por algo soy la jefa. Pero no quiero involucrarme demasiado, no de nuevo...

Se quedó callado mientras asentía, Diego jamás me haría pasar un mal rato, era su hermana pequeña y me quería, aunque a veces nos irritásemos mutuamente.

Le había mentido un poquito, desde luego, tampoco era plan decirle que le había dado el trabajo al primero que me lo había pedido.

Lo cierto es que no sabía nada de Dailon ni tampoco me había molestado en mirar, con suerte y tenía su correo electrónico. Me planteé mirar su ficha en cuanto llegáramos a casa, aunque la mejor opción era preguntarle directamente a Noelia, ¿quién iba a saber más que ella?

Me encantaría decir que durante el trayecto fui hablando con mi hijo... Sin embargo, Orfeo se durmió poco después de acomodarse y yo no era quien de interrumpir su sueño. Conduje en silencio, mirándolo de vez en cuando para asegurarme de que estaba todo en orden. Al llegar a casa lo cargué en brazos, odiándome por no ir al gimnasio y que me empezara a pesar, para llevarlo dentro.

Encendí la luz para poder ver algo, subí las escaleras y fui directa a su habitación para acostarlo en la cama y arroparlo.

—Descansa, mi vida —dejé un beso en su frente y le acaricié el cabello, negándome a irme. Sus pestañas rizadas le rozaban las mejillas cuando tenía los ojos cerrados. Era adorable.

Salí de su habitación sin hacer ruido y bajé de nuevo, tenía todavía cosas por hacer antes de irme a la cama. Me senté en el sofá cruzando las piernas y descansé el portátil sobre estas, tal vez no era la posición más cómoda, pero si la mejor. Le escribí un mensaje a Noelia y mientras esperaba su respuesta busqué entre las fichas de mis empleados la de Dailon.

Maldición, incluso en su foto del DNI salía guapo, había pocas posibilidades de que eso le pasara a la gente.

Empecé a leer sus datos, allí había poco que me interesara... ¿Qué digo? Allí estaba todo lo que debía de saber como su jefa, nada más.

Entonces la pantalla de mi teléfono se iluminó con una notificación de Noelia.

"Dailon me ha preguntado por ti."

¿Y cómo se supone que le iba a preguntar yo ahora por él?

No era ese tipo de amiga, no podía hacerle ese feo a alguien a quien apreciaba. Por mucho interés que me causara ese chico no podía permitir que algo más sucediera, verlo desnudo había sido más que suficiente.

Tenemos que saber ponernos límites a nosotros mismos, sobre todo cuando se trata de emociones... O mejor dicho, sensaciones.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora