Capítulo 39

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Calíope de Jesús

¿Entonces ya estaría? ¿Eso había sido todo? Di una vuelta en la cama tratando de acomodar mis ideas en la cabeza. No fue para tanto. No hubo drama. Quizá es cierto eso de que los peores escenarios solo ocurren en nuestra mente. No recibí reclamos. Nadie gritó. Suspiré, volviendo a girarme, buscando una posición cómoda en la que seguir sobrepensando.

—Ven aquí, farfalla —el tono ronco de su voz era señal de que se acababa de despertar. Estiró su brazo hasta posarlo sobre mis caderas y tiró de mi cuerpo hasta quedar pegada al suyo, sentir su pausada respiración tan crrca de mi oreja me puso la piel de gallina—. Apuesto a que es muy temprano todavía.

—Nunca has tenido problemas para madrugar.

—No me importa madrugar, me importa que haya algo que no te deje dormir —aclaró.

Mi corazón aprobó esas palabras, bombeó más sangre en esos segundos que en toda la noche. Él lo notó, no por nada sonrió de lado.

—Dile a tu corazón que de verdad te amo, no puede sorprenderse a la mínima... Un día de estos te dará un infarto por mi culpa.

—Moriré llenita de amor —me mofé.

—¿Quieres morir llenita en un sentido literal o...?

—¡Dailon! —exclamé, sintiendo como la sangre me subía rápidamente a las mejillas.

—Si, gritarás algo por el estilo... —siguió burlándose mientras yo escondía mi cabeza en la almohada, muerta de vergüenza.

¿Cómo podía estar tan tranquilo sabiendo que estábamos a tan solo dos puertas de la habitación de mis padres? A mí jamás se me ocurriría soltar algo así, pero él era tan descarado. No debería de sorprenderme, lo había sido desde el primer momento, literalmente desde el comienzo de ¿nuestra historia? Si, supongo que si. El día que llegué a casa de Noelia y me lo encontré tal y como Dios lo trajo al mundo... Que bendición.

—¿Qué es lo que te preocupa? Soy un buen novio pero también soy un buen psicólogo, lo prometo.

—Uhm... Un dos por uno mejor que en el Walmart —me mofé mientras volvía a mirarlo.

—El dos por uno es por ser buen novio y tener buena...

—¡Dailon! —llevé mi mano a su boca para tapársela antes de que soltara alguna otra barbaridad.

El muy descarado alzó sus cejas y no tardó en pasar su lengua por la palma de mi mano, yo fui rápida en sacarla de allí porque, aunque parezca mentira, era de esas personas que tenían cosquillas en lugares peculiares.

—Eres una malpensada, no iba a decir nada fuera de lugar —se burló.

—Ya, a veces se te olvida el pequeño detalle de que somos conocidos.

—De vista solo.

Y qué vistas...

Sacudí ligeramente la cabeza, quizá después de todo si que era una malpensada. Como odiaba tener que darle la razón a otra persona que no fuera yo. Si, sonaba fatal, pero me encantaba que me dieran la razón aunque estuviera equivocada. Cosas de ser jefa y que el salario dependa de ti, supongo. Vaaale, dicho así suena horrible, pero es la triste realidad.

—Pensaba un poco en todo, ya sabes —aclaré mi garganta mientras me sentaba en la cama, no me gustaba tener una conversación seria estando acostada—. El viaje, la boda, mi hijo, tú... Todo lo que está pasando. Yo siento que es demasiado, que iba a explotar y todos saldrían perjudicados, pero no ha sido así. La prensa se lo ha tomado relativamente bien, sé que Demian ha tenido que ver en ello; mis padres han reaccionado de buena manera; tú sigues aquí...

—Yo no me voy a ir —aseguró, tomándome las manos. Las suyas se sentían tan calentitas en comparación a las mías... O quizá solo era yo—. Cuando un italiano hace una promesa, la hace para siempre, así que escúchame bien porque quiero que te quede muy claro: yo a ti voy a amarte siempre y, si tú me lo permites, te amaré cada segundo a tu lado, porque no está en mis planes irme a no ser que tú quieras que me vaya.

Solo soy una chica.

Mi corazón no resiste tanto amor y menos todo junto.

—Dailon... Si amé así a la persona incorrecta, imagínate como voy a amarte a ti, que sé que eres la correcta. Tal vez mi alma solo se estaba preparando para amarte bien, para amarte siempre; porque yo también sé que va a ser para siempre.

Se reincorporó pese a estar muy cómodo y me envolvió con sus brazos. Nuevamente me sentí cálida entre ellos. Era todo lo que necesitaba en ese momento, estar en sus brazos, sentir como su olor se impregnaba con el mío, como mi piel y la suya se calentaban mutuamente, como nuestras almas intercambiaban energías.

Me habría encantado pasarme la mañana así, pero le había prometido que nos iríamos antes de que llegase Amparo, así que después de nuestro momento romántico fuimos a darnos una ducha rápida para poder vestirnos bien fresquitos por la mañana e irnos. El detalle de que tomé prestado el coche de mi padre no es el más importante, así que no vamos a darle mucho bombo. Gracias a eso llegamos más rápido a casa, pudimos dejar nuestra ropa en su lugar y darnos el merecido respiro después de la vuelta a Italia.

Aunque lo que más ansiaba de la vuelta era ver al pequeño revoltoso que se creía Chat Noir. Lo supe en cuanto mi hermano entró por la puerta con él en brazos y chilló al verme, yo hice lo mismo, ¿cómo no iba a hacerlo?

—¿Me has traído algo de Italia? —preguntó al saltar a mis brazos.

Ni un abrazo me daba el desgraciado. Ni un "te he echado de menos, mamá". Ni un besito de esos que hacen ruido en la mejilla. Nada.

—Eres un interesado, Orfeo, como se nota que tu tío te está malcriando —resoplé, haciéndole reír.

—¡De eso nada! Yo solo lo estoy preparando para la vida adulta, ¿verdad? —el niño asintió ante la insistencia de mi hermano—. ¿Ves? Yo aquí vel futuro, un hombre de negocios, ambicioso...

—Diego, cállate —advertí.

Alzó sus manos de manera inocente y su mirada se desvió a Dailon, que caminaba en nuestra dirección.

—¿Ya sois novios? ¡Porfa, di que si! —chilló Orfeo mientras agitaba sus manos en el aire.

El pelinegro sonrió mientras se rascaba la nuca. ¿Por qué sentí que esos dos habían hablado antes sin yo enterarme? ¿Y por qué habían empleado el término "novios"?

—Si me lo dices así no puedo decir que no —se encogió de hombros—. Yo te dije que en algún momento iba a serlo.

Orfeo sonrió más, si es que acaso eso era posible, y dio aplausos mientras saltaba (todavía en mis brazos). Arrugué mi nariz, no por mal sino porque mis brazos no estaban soportando tanta actividad. Dailon pareció darse cuenta porque estiró los suyos para cargarlo. No era un bebé, podría estar tranquilamente de pie, pero era un mimado. La acción también hizo sonreir a Diego, pero a bien, en sentido de aprobación.

Por primera vez en mucho tiempo, todo estaba justo donde tenía que estar. Mi vida estaba teniendo sentido porque ellos se lo estaban dando.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora