Capítulo 36

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Dailon Martini

No culpaba a las mujeres por decir que todos los hombres eran (éramos) iguales, lo cierto es que había cada personaje que incluso yo me atrevería a decirlo.

Sabía que para Calíope no había algo peor a lo que ese ser acababa de hacer, pues la había atacado de la manera más rastrera del mundo: a sus espaldas. No me imagino lo que tiene que ser confiar a ciegas en alguien de esa manera, tanto laboral como personalmente, para que después esté esperando el momento justo para traicionar esa confianza a cambio de un par de billetes. Todo por cobrar venganza.

El problema de muchos hombres era que no sabían aceptar un no como respuesta. No asimilaban la simple idea de que por una vez las cosas no serían como ellos querían, que les tocaba perder. Por triste que suene, es así, no hay nada peor que el ego herido.

—Mis padres me van a matar —se lamentó, pasándose una mano por la cara con frustración.

—Eres adulta —señalé con obviedad—. Tu vida ya no depende de la de tus padres.

—Soy adulta —asintió—, pero eso no quita que los titulares vayan a ser "La hija de tal y de cual", así es como funciona. No puedo manchar mi nombre sin manchar también los suyos.

Me mordí la lengua porque muy en el fondo sabía que tenía razón. La prensa era una mierda, la gente en general lo era. Si las personas no le dieran tanta importancia a los chismes, no se preocuparían por tener que andar con pies de plomo todo el tiempo, porque al mínimo tropiezo es muy fácil que todo se caiga. Calíope es de esas personas que les gusta pisar fuerte, se le nota en el andar y también en el sonido de sus tacones al pisar con firmeza el mármol. No le tiemblan las piernas con nadie (bueno, a veces conmigo, pero no exactamente por estar intimidada). ¿Por qué estaba ahogándose en un vaso de agua? Es decir, ese sujeto no era nadie a su lado, podría denunciarlo por el simple hecho de salir a decir esas estupideces, podría salir a dar su versión para enterrarlo e incluso podría dar yo mi humilde opinión sobre él para calentar más la sopa.

Pero no, en su lugar estaba allí, con un tic nervioso en su pierna derecha mientras sus ojos vagaban por todos lados sin poder detenerse en ninguno en específico.

—Farfalla —volví a llamarla, tomando su rostro con una de mis manos. Podría jurar que le tembló la mirada antes de deterse en la mía y eso me partió el alma una y mil veces—. Si quieres firmarle la guerra, seré el primero en reponer balas... Pero te conozco. Eres una mujer inteligente y te gusta hacer las cosas después de pensarlas con cabeza. Sé que ahora no estás para pensar porque tienes mil cosas en la mente, así que lo haré por ti.

—Dailon... —mi nombre se escapó de sus labios en un febril susurro que me erizó la piel.

—Mateo es idiota, para mí no es nada nuevo, ha hecho eso a modo de venganza porque tú me besaste en público. Él pensaba que tenía una oportunidad contigo, realmente lo pensaba. No voy a culparlo, debe de ser jodido estar años detrás de alguien y que la conquiste otra persona que recién entra en su vida. Pero así funciona el mundo, de lo contrario sería muy aburrido.

Se le escapó una de esas sonrisas que me hace temblar entero. ¿Y lo mejor? La había causado uno de mis tontos comentarios.

—No puedes definir tu vida por los comentarios de los demás —murmuré—. Tu vida es tuya y nadie que no seas tú tiene derecho a opinar sobre ella.

—Pero mis padres...

—No —la corté, poniendo mi dedo índice sobre sus labios—. Tus padres lo único que tienen que hacer es conocerme, porque es triste que se enteren por Mateo que su yerno es un apuesto italiano.

—Ya tardabas en soltar algún comentario egocéntrico —susurró antes de atrapar mi dedo con sus dientes para raspar con ellos la yema.

—Vas a dejarme sin huellas dactilares como sigas haciendo eso —me mofé.

—Mejor no te digo yo a ti sin lo que te voy a dejar.

Inevitablemente solté una carcajada. Esa era mi chica. Solo necesitaba un poco de motivación para volver a estirar las alas.

—¿Estás más tranquila?

—Si —respondió con honestidad, se le notaba en los ojos—, no sé que tienes que haces que todo esté bien siempre.

—Se le llama amor, te da sensaciones de paz incluso cuando estás en guerra contigo misma.

Calíope ladeó su cabeza mientras su sonrisa se ensanchaba. Que bonita era.

—¿Nunca has pensando en meterte a escritor o algo así? A veces sueltas frases muy literarias.

—No, que aburrido —chasqueé mi lengua—. ¿Sabes en qué si pienso? En que deberíamos de desayunar antes de que sean las cuatro de la tarde, ¿que te parece?

—Es una muy buena idea —asintió con la cabeza—. ¿Sabes en qué pienso yo?

—Si me das un minuto puedo leerte la mente —le guiñé un ojo—. Pero para agilizar es mejor que me lo digas tú.

—En realidad es para no confirmar la teoría de que todos los hombres mentís, ¿no? —se burló mientras meneaba la cabeza—. Me gustaría saltarme los próximos desfiles e ir a la playa.

—¿En esta época del año? No juzgo pero...

—Ir a la playa no siempre es significado de darse un baño —interrumpió—. Nunca he ido a una playa italiana, ¿no crees que es nuestra oportunidad ideal para tener una cita?

El corazón se saltó un latido al escuchar eso. Una cita con Calíope. Una cita en la playa... Con Calíope. En Italia. CON CALÍOPE.

¿Cómo era eso que hacían los pulmones? Respirar. ¿Cómo es que se respiraba? Exijo tutorial de manera non irónica.

Debe de ser cierto eso que dicen por ahí, ya sabes, eso de que no hay mal que por bien no venga.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora