Capítulo 21

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Calíope De Jesús

El traje de Fernando es una pasada. No lo digo por haber participado en él, que también podría ser, lo digo porque es verdad, porque se nota con mirarlo, porque cualquiera querría uno así.

Y sobre todo lo sé porque cuando llamé a Fernando para decirle que su traje estaba listo, lo hice con la confianza de que se infartaría de solo verlo. No me equivoqué. Su rostro expresaba a la perfección lo que pensaba en esos momentos y, por suerte para mí, eran todo cosas buenas.

—Maldición, sabía que podía contar contigo para algo tan importante. Eres impresionante, Cali, de veras.

—En realidad es mérito de Dailon Martini, mi participación fue más bien mínima —admití, dándole una mirada al pelinegro. Este sonrió de lado con la mención y asintió ligeramente con la cabeza. Yo no estaba a favor de quedarme con los méritos de algo que no había hecho, me gustaba ser justa.

Fernando miró en su misma dirección y sonrió de una manera similar antes de estrecharle su mano.

—Siendo así, muchas gracias, lo mínimo que puedo hacer es invitarte también a la boda —dijo, alzando ligeramente sus cejas—. Aunque no dudaba de que vinieras.

Ah, no.

Por ahí no.

—No sé si estaré en esa época por aquí —se excusó.

—Ni siquiera te he dicho el día —respondió con diversión—. Pero entenderé si eso es un no.

—Es en marzo, todo el mundo lo sabe —chasqueó su lengua—. A los famosos se os olvida que sois famosos, ¿eh?

—Si tú supieras... —meneó la cabeza, moviendo su cabello al mismo tiempo—. Iba a ser en marzo, pero por motivos personales tenemos que posponerla, será el veintisiete de mayo. Ya hemos hablado con todos los que, de alguna manera u otra, participan.

—¿Por qué no en abril? —pregunté, mi lado de chismosa necesitaba información.

Fernando volvió a poner sus ojos en mí, sabía de sobra que se lo iba a preguntar, me conocía lo suficiente como para intuir que si decía algo y no entraba en detalles, yo querría saber más.

—Vendrá la familia de Lara y también sus amigos de Santiago de Compostela, ha sido difícil cuadrar todo, como ella dice "nunca chove ao gusto de todos" y es verdad.

No entendía gallego, ni tampoco había escuchado a Fernando hablando gallego en su vida, así que la cara de tonta que se me quedó en ese momento fue para hacerle una foto y colgarla en internet.

Estaba hablando otro idioma por su chica, qué bonito debía de ser eso.

Non piove mai per tutti i gusti, toda la razón —admitió Dailon chasqueando su lengua—. Pero bueno, hablando de llover, hay menos posibilidades de que llueva en mayo de que lo haga en marzo, ¿no?

—El clima es impredecible, no es como si pudiéramos controlarlo... Aunque ojalá no lloviera.

—Porque la protagonista será la playa, ¿no? —intenté adivinar algo que caía de cajón.

—Si, Lara me mataría si no fuera así —soltó una risa.

Yo también lo hago, sabía que a ella le encantaba el mar desde que se compraron aquella humilde casa con vistas a este, sin importarles que no estuviera en el centro de la ciudad y que deberían de levantarse al menos media hora antes para llegar puntuales al trabajo. Era algo predecible.

Compartimos pocas más palabras antes de que Fernando se pruebe el traje que, por cierto, le quedaba justo y a medida. Los allí presentes nos sentíamos unos privilegiados por estarlo viendo en primicia, los invitados de su boda tendrían que esperar al menos un poco más.

La despedida no fue agridulce ni tampoco se sintió como un alivio, como solía ser a menudo.

Al parecer, las mariposas estaban cicatrizando mis heridas.

—Hemos cumplido con nuestro trabajo, ¿no crees que es un peso menos? —preguntó el pelinegro, poniendo esa maliciosa sonrisa en sus labios.

—Ha sido un peso menos desde que tú te encargaste —admití, pasando una mano por mi cabello para dejarlo detrás de mis hombros—. Gracias, en serio, has hecho algo que yo no podría haber hecho.

—Calíope, tú podrías haber hecho eso con los ojos cerrados porque tú eres de esas personas que, cuando se lo propone, lo puede hacer todo —no le tembló la voz al decirlo, como si esa seguridad fuera lo más sincero que había dicho en todo el día—. Si tienes ganas de comerte el mundo, no te pongas a dieta.

Había usado mi nombre.

No había dicho farfalla ni ningún otro mote de esos que solo sonaban bien cuando él los decía.

Había pronunciado mi nombre y eso lo cambiaba todo porque le daba un sentido más especial a sus palabras, a todas y cada una de ellas.

Él sabía lo que había hecho, no era una simple casualidad, lo había dicho porque sabía que con eso llamaría más mi atención y escucharía sus palabras de otra forma. Él no era tonto aunque a veces le gustara jugar a que si. Él tenía todo más que controlado.

—Dailon, por si no te has dado cuenta, yo ya me estoy comiendo el mundo.

Las comisuras de sus labios se elevan y una sonrisa sincera se dibuja en su boca nada más escucharme.

—Eso es algo que una mujer empoderada como tú diría, no me esperaba menos —me guiñó un ojo—. Ahora dime, jefecita, ¿cuál será mi siguiente encargo especial?

—¿Tú que te crees? ¿Qué aquí hay encargos especiales todos los días? Pues si, pero eso no quiere decir que todos te vayan a tocar a ti —me crucé de brazos—. Te tocará ponerte manos a la obra con la nueva colección.

—En realidad estaba esperando a oír eso —asintió en mi dirección—. Si me lo permites...

—No tan rápido —lo frené.

Él no se movió, simplemente miró en mi dirección analizando la situación, al entenderla no dudó en acercarse y dejar un corto beso en mis labios.

—Perdón, casi me voy sin despedirme —susurró—. Ahora si, farfalla, cuida tus alas mientras no estoy por aquí, ¿eh?

—Vete a la mierda, Dailon —reí sin poder evitarlo.

Nadie excepto él podría hacer comentarios de ese estilo.

Cuidar mis alas.

Si.

¿Por qué no?

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora