Yanov iba a matarlo si algo le sucedía a su precioso niño, mientras que Thomas estaba fuera. No importaba que el peligro fuera mínimo después de que el culto había sido capturado (podría haber exagerado un poco cuando le había dicho a Yuu sobre las preocupaciones de la policía) y la seguridad en el edificio de Yuu era de primera. Ningún sistema de seguridad era impenetrable. Por no hablar de que era algo preocupante que Yanov no hubiera contactado con cualquiera de ellos en un par de días.No debería estar aquí. Debería haberse quedado cerca de Yuu y esperar noticias de Yanov en lugar de acechar a Tord Larsson. Acechar probablemente era una palabra demasiado suave. Estaba siendo totalmente espeluznante.
Porque irrumpir en el departamento de alguien y verlo dormir era malditamente espeluznante, incluso para sus muy bajos estándares.
Thomas se quedó mirando al hombre dormido, tratando de luchar contra el creciente resentimiento en su interior. Racionalmente, sabía que esta obsesión... no era culpa de Tord. Era un hombre adulto, y era el único responsable de sus fallas y por su falta de control. No fue culpa de Tord que toda esta semana se había sentido como arañando fuera de su piel, queriendo verlo.
No había sido una cosa fácil de aceptar. Thomas se había visto obligado a dejar de vivir en negación cuando se había atrapado así mismo esperando -deseando- ver a Tord acurrucado en el sofá de Yuu, con la cara enterrada en un grueso libro, masticando su pulgar cada vez que algo interesante estaba pasando en el libro. Thomas no se había dado cuenta de que mentalmente había catalogado cada pequeño capricho de Tord -que había pasado una insana cantidad de tiempo mirando a Tord hasta que se encontró con demasiado tiempo y nada que hacer mientras que Yuu trabajaba en su estudio. Ya no podía negar que le había gustado mirar a Tord, le gustaba observarlo, como si Tord fuera una hermosa pieza de arte. A Thomas no le gustaba pensar lo que eso significaba, porque ninguna de las conclusiones a las que había llegado era especialmente cómodas.
Tord masculló algo con voz somnolienta y se movió en su sueño, rodando de su estómago a su espalda. Las sábanas cayeron a sus muslos.
La luz se reflejaba en los músculos de los brazos de Tord, las líneas esculpidas de su torso. Thomas tragó. Maldito sea. Maldito sea por quedarse dormido con las luces encendidas. Si hubiera estado oscuro, Thomas no sería capaz de ver sus pestañas largas echar sombras gruesas a través de sus pómulos, o esa boca encantadora, ligeramente abierta. Se veía tan jodidamente comestible. Thomas siempre había pensado que era una exageración cuando la gente decía que alguien se veía delicioso. No era una exageración. Thomas casi sentía el hambre físicamente, todo excepto babear, su polla dura con sólo mirar al joven durmiendo.
Sucio, pervertido, enfermo, su voz interior susurró, sonando sospechosamente como su tío.
La vergüenza se enganchó en la base de su estómago, pero no podía dominar el embriagador, inconsciente deseo con que su cuerpo dolía.
Es enfermo.
Thomas lo quería.
Es una perversión.
Él lo quería.
Es depravado y perverso.
Lo deseaba.
Thomas envolvió una mano alrededor del tobillo bien proporcionado, musculoso de Tord.
—Despierta.
Tord se agitó, murmuró algo, y siguió durmiendo.
Thomas acarició el tobillo y dijo, más fuerte,
—Tord.
—¿Qué? —murmuró Tord, con los ojos cerrados—. Dormido. Vete.
—Te quiero —dijo Thomas.