Vida, Caos, Nada.

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⚠️TW: pérdida, temas delicados, escena sexual. ⚠️

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Siento la necesidad de sacarme la manta de encima y quedar cubierta solo por mi ropa.

Siento la necesidad y le hago caso. Tras pensarlo me desnudo y recorro con mis manos mi figura, poco esbelta, sin ninguna curva, deseando sentir algo: algún cambio.

Sorteo mis cicatrices, mi abdomen hinchado y acaricio mis caderas, deslizo mis manos por mis piernas y mis grandes muslos, achatados y voluptuosos a causa de la planicie de mi cama. Aproximo mis dedos a mi intimidad, pero los detengo antes de llegar, pues el pánico que me acechaba, esperando alguna señal, por fin me ataca: los dedos me tiemblan y rápidamente mis manos se juntan, para intentar calmar la ansiedad que me produce el recuerdo.

Silencio, todo lo que se oye es la nada: ninguna pisada, no hay respiraciones más que la mía, agitada por el miedo; solo yo, envuelta en un sinfín de capas, asfixiándome, a pesar de ser lo único descubierto en la sala.

Entonces todo se oscurece en ese rincón mental de donde provienen las inquietudes continuas. Es inevitable dejar de pensarlas, pues, algo tan invasivo se clava en el fondo, como una bala enterrada en el cuerpo.

El dolor que se sufre pos-liberación, sumado al torrente de ideas que se crea para protegerse del afuera, crea a una mutación del ser humano, una variación del hombre que conocemos: un ser encerrado en sí mismo que, con miedo de su propia especie, desea con todas sus fuerzas alejarse de todo y todos, ser y no ser en un universo de nada.

Aunque antes de la liberación, el Caos es lo que le sigue. El dolor no es nada comparado a este fenómeno que detona tanto afuera como adentro. Unísono es el sonido del vacío. La inexistencia deja de ser un problema cuando nadie ve la carencia de una vida perdida, en tiempo y espacio.

Pasos me sobresaltan, pero la quietud no se rompe, al igual que el silencio. Las palabras se disipan de mi mente. Respiro poco y rápido, guardo el aire como un tesoro, hasta que se escapa de mi cuerpo.

Pasos se acercan y a pesar de tensarme, mantengo mi posición mientras puedo. Un silbido es lo que menos espero oír, pues la pureza de un sonido tan alegre, en un ambiente tan turbado, no puede subsistir.

Manos me toman por la cintura y un espasmo recorre mi cuerpo. Abro los ojos lista para golpear a mi agresor, pero mientras una mano cubre mi boca, impidiéndome gritar, la otra con firmeza toma mis piernas para no dejarme caer.

La velocidad y su modo de caminar son dignos de describir: erguida, marchando, evitando surcos en el suelo que le puedan ocasionar imprevistos y retrasos; con la cabeza en alto y una expresión de desenfado.

En una habitación alejada me deja y se retira. Se va y únicamente recuerdo su marcha y sus ojos: uno color cadmio y otro color amatista, color de la medicina y de la sabiduría.

Cierro los ojos y respiro intentando calmar la taquicardia, tomo aire y lo dejo salir, pero las contracciones no cesan y no necesito ser un analista para saber que queda poco tiempo antes de que llegue la cúspide del dolor.

Y cuando el dolor me invade, no puedo evitar luchar.

Me recuesto en la camilla y aguanto la respiración, pujando. Mis manos se abren paso entre mis fuertes piernas, por un momento, sin temer alzarlo.

Mi pecho sube y baja sin seguir ningún ritmo, atolondrado. La garganta se me cierra y ruego por no ahogarme. Lloro, frustrada y las lágrimas empapan mi rota vestimenta.

Mi voz, desgarradora, se alza por sobre la calma de los pasillos.

Me froto los brazos, siento frío aunque el ambiente es cálido.

Mi cabeza mira hacia todos lados, buscando frenéticamente unos ojos que observen de lejos juzgadoramente la situación para alzar el mentón y mostrarme orgullosa y con desdén.

Mis manos se acomodan sobre mi regazo mientras una última gota rueda por mi mejilla. Victoria. Paz. Después del Caos, es lo que sigue. Todo lo luchado, en vano o con un objetivo, sirvió para algo. Y la vida que podría haber traído a un mundo deplorable y paupérrimo, atroz, tomó un desvío. Fue la mejor solución.

La sangre gotea entre mis dedos, que tiemblan, sin saber qué hacer. El cuerpo sin vida, yace ante mí y lo único que puedo hacer es apartar la mirada. Mis brazos me envuelven y me balanceo con las piernas, protegiendo mi pecho y mi panza, deformada por la gran espera a la nada.

Ad sanandumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora