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En la mesa de la entrada es donde yo siempre estaba, fuese dia o noche, apoyado contra la pared de la cocina.
Antes de salir, ella se miraba a un espejo, fruncia el ceño, hacia una mueca con sus labios y me tomaba delicadamente. Era rutina.
Me pasaba por sus suaves labios y yo le daba el color rojizo que a ella tanto le gustaba.
Me pasaba por sus agrietados y desparejos labios, causa de los mordisqueos nerviosos que se daba. Antes, se untaba los labios con vaselina, para mostrar una vida distinta: la que ella soñaba.

Espejo.
Ceño.
Mueca.
Acción.

Cansada y yo cansado.
Gastada, yo también gastado.
A punto de acabar, ya acabado.

Ya no estaba en la mesita de la entrada.
Ya no le daba a esos labios palidos, la rojez de antes.
Estaba en la bolsa de labiales ya usados, que no importaban mas, porque se habían acabado.

Ad sanandumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora