𝘚𝘰𝘭𝘥𝘪𝘦𝘳, 𝘗𝘰𝘦𝘵, 𝘒𝘪𝘯𝘨.

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Con ojos de irrefutable experiencia, asintió gravemente.
Una risa nerviosa afloró, intentando aplacar la incomodidad del asunto.
Al cabo de un tiempo, tres jóvenes asintieron; asintieron y se levantaron del suave césped en el que estaban intercambiando tácticas.
De pronto, nos encontrábamos corriendo hacia el campo de batalla, con un dudoso plan en mente que podía simplemente no funcionar.
Un líder, un nato luchador y un escritor: el Rey, el soldado y el poeta; juntos, buscando un mañana en el que contar las historias, un mañana en el que ejercitarse y un mañana en el que las reglas cambien.

Con el arma en alto, el defensor se adelantó y cubrió, de ataques enemigos, a sus compañeros.
La bella corona, torcida por la velocidad de la carrera, fue lanzada hacia atrás sin importar que esta haya pasado por el hombro derecho y no por el izquierdo.
El aedo, a pesar de su poca noción en materia de guerra, se dedicó a recordar todos los movimientos a su alrededor, así creando poco a poco el relato que perduraría con los años y que el pueblo felizmente cantaría; aquel pueblo que tanto lo había desdeñado.

A su lado, el joven Rey lloraba.
Pero al mirarlo, notó que lloraba con una sonrisa: lloraba feliz, lloraba de libertad, lloraba al sentir el furioso viento golpear su noble rostro.
El soldado giró cuidadosamente su cabeza, para que únicamente yo lo viese. Bastaron segundos para entenderlo.

Corrió, corrió y corrió hasta chocar armas violentamente con un hombre de mediana edad que se dirigía a nosotros (para los ciudadanos: un inepto, un fanfarrón y un ordinario hidalgo). Se bamboleaba de un lado a otro sin dejar que nadie se le acerque, estaba eufórico.
Con la cabeza en alto, el monarca vociferó "¡Guerra!", y avanzó a firmes pasos. Luchó codo a codo con su compañero, cuidándose la espalda el uno al otro, sin despegarse de su posición, y dando órdenes a los caudillos.
Y yo, desde la lejanía de los arqueros, observaba la pureza de ambos al sacrificarse por personas que los habían deshonrado. Quizás por eso ellos tienen la valentía de luchar, y yo, un simple poeta, solo puede cantar historias sin pertenecer a ningún lado, puesto que el mundo fantasioso lo convierte en un lunático y el real, en un chiflado.
Quizás por eso, soy menos que los demás: un plebeyo con aires, un falso noble, solo cercano al Rey por ser un insensato.

Pero al mirarnos a los tres como unidad, nos veo invencibles.
Todos somos importantes, a pesar de lo que crea el resto, a pesar del resultado de la contienda.
Somos uno, o somos marinos perdidos en el lábil flujo de un insaciable mar, que ahoga a quien está en la soledad de los pensamientos.
Cada uno tiene su parte, deseable o no; y, aun sabiéndolo, seguimos juntos.

Ad sanandumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora