Capítulo 03.

5.8K 504 266
                                    

Capítulo 03.- Muñeca.

Un suave resoplido escapó de mis labios cuando vi el muro frente a mí. Ahí, justo donde solía estar la ventana por la que salté anoche, solo está un jodido muro de mierda.

―¿Es enserio? ―Mascullé, sin apartar mis ojos de esa zona.

―Tú sola te lo ganaste. Nada te costaba quedarte en paz y obedecer, de ser así aún podrías disfrutar de la vista.

―¿Disfrutar de la vista en esta puta cárcel? Mejor vete a la mierda ―Gruñí, dándome la vuelta para ver el hombre de la máscara―. Lárgate.

Sus ojos inexpresivos se posaron en mí.

―Vendré cada día durante la comida para asegurarme que te estás alimentando bien.

―Lárgate ―Repetí, señalando la puerta con la cabeza.

Suspiró con pesadez, pero afortunadamente salió del lugar, cerrando detrás de él, por supuesto que encerrándome en el proceso como acostumbra desde que llegué a este jodido lugar.

Dios, ¿cómo estará mi madre?

¿Pensará que la abandoné?

Si yo la estoy pasando mal, no quiero ni imaginar cómo lo debe estar pasando ella, tal vez pensando que la dejé, que me alejé de todo ese ambiente y simplemente decidí dejarla a su suerte cuando jamás le haría algo así.

Tomé una respiración profunda, antes de sentarme sobre el borde de la cama. Volví a tomar otra respiración profunda, al mismo tiempo que cerraba los ojos con fuerza.

Odio el encierro.

Me tallé los muslos con las palmas de mis manos varias veces. Mis labios se separaron ligeramente cuando su propósito fue el de permitir la entrada a más oxígeno que a veces me falta. Me falta cuando no controlo...cuando no ordeno mis pensamientos.

Atrapé la tela del pijama entre mis dedos y apreté con fuerza.

Está bien. Está bien.

Debo llevar la fiesta en paz.

Es lo que quiere, es lo que le voy a dar.

Entorné los ojos al notar que su movimiento sobre el tablero, es invalido. No hizo un movimiento correcto o...legal, pero él parece en paz con su hazaña.

―Es trampa.

―No, no lo es ―Respondió, soltando un suspiro. Se recargó sobre su asiento, se acomodó la gabardina y me observó―. ¿Acaso no tienes frío? Es diciembre.

Señaló mi atuendo.

Llevo una blusa de manga larga, pero de tela fina que no cubre para nada del frío.

―Sé tolerar el frío.

―Debe ser porque eres una niña muy loca.

Hice un pequeño mohín mientras movía mi pieza: yo sí hice un movimiento válido.

―O debe ser porque tengo la sangre muy fría ―Me encogí de hombros―. Digna hija de Alonzo Feramore...

Mis últimas palabras las escupí con asco.

Mi padre no cree que soy digna de llevar su sangre.

No soy Chiara.

Ese par de ojos verdes, se posaron en mí.

―Cuando hablas de él, hay algo en tu mirada que...me asusta. Asusta encontrar esa mirada en una niña de once años.

―¿Qué es lo que hay? ¿Desprecio? ―Inquirí con una sonrisa en mis labios, acomodándome sobre la banca de madera.

El juego de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora