Capítulo 09.

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Capítulo 09.- Fruta prohibida.


Acomodé la horquilla en forma de serpiente en mi cabello negro. Está en ondas no tan marcadas y cae como una cascada detrás de mi espalda.

Tomé los aretes color esmeralda; del mismo color que mis ojos y mi vestido. Me los coloqué con delicadeza mientras observaba mi reflejo a través del espejo.

Luzco como la más bella y viva de las flores.

Aún cuando estoy completamente marchita.

Mis dedos se deslizaron hasta uno de mis senos. El escote pronunciado muestra un poco de ellos, lo suficiente para que pueda mirarse el círculo que tengo cerca del pezón. Bueno, ahora no puede verse porque lo he cubierto con maquillaje.

Una quemadura con un cigarro.

Solo una de ellas.

Hay más.

No me hacen sentir insegura, ya no. Pero, el gobernador pondría el grito en el cielo si en alguna fotografía tomada por la prensa, alguien alcanza a distinguirla. La prensa es así; cualquier pequeño detalle lo convierten en el más grande de los desastres.

En realidad no me molestaría que halaguen mis senos en una revista.

Son muy bonitos.

Hice un mohín pequeño antes de tomar el labial para retocar mis labios.

Mientras lo hacía, la puerta de mi habitación se abrió.

Sí, estoy en la mansión.

Es justo esa razón, por la que ahora Fabrizio puede irrumpir en mi habitación.

―Que descortés, ni siquiera te molestas en tocar la puerta ―Hice un gesto de desaprobación―. Creí que la tía Gianna te habría criado mejor. Ya sabes, para que seas un caballero que no entra en la habitación de una mujer sin antes avisar.

Lo escuché soltar una risa baja.

―Un caballero solo llama a la puerta de una dama ―Mencionó, cerrando la puerta con lentitud para acercarse de la misma manera―, ¿tú eres una?

―Aunque no lo creas, lo soy ―Me encogí de hombros, terminando de aplicarme el labial rojo.

Lo sentí posarse detrás de mí. Su cabello negro va perfectamente peinado, su traje está hecho a la medida y se abraza contra su trabajado cuerpo.

Pude ver ese par de anillos que lleva desde hace años, cuando alzó su mano para posarla sobre mi hombro. Me costó mucho no tensarme ante su tacto.

―He conocido a muchas damas y definitivamente, no son como tú ―Susurró, inclinándose para hablarme al oído. En el momento en que se puso a la altura de mi rostro, pude ver el suyo por el espejo―, ellas no tientan a los hombres con solo respirar, no despiertan sentimientos impuros en los demás, prima.

Sus dedos se deslizaron con lentitud por mi espalda descubierta.

―La manera en la que lo dices, me hace sentir que por hombres, te refieres a ti ―Señalé, alzando la comisura de mis labios en una sutil sonrisa―. ¿Soy tu manzana del Edén?

Su mano libre acarició mi cabello con suavidad y posesividad, eso al menos hasta que se encontró con la horquilla.

―Eres la maldita serpiente que me tienta a pecar.

Solté una risa entredientes.

―¿A tu prometida le haría feliz saber que te le insinúas a tu propia prima? ―Giré un poco para mirarlo, por lo que nuestros rostros quedaron tan cerca y cara a cara―, seguramente pensará que esta es una casa de enfermos.

El juego de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora