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Sylvee terminó de colocar unos cuantos cupcakes de chocolate y nata en el mostrador. La hora pico ya había pasado y el local estaba vacío, pero si se guiaban por la experiencia de los últimos días, a la gente le entraba hambre a las horas más insospechadas, así que ella y su socio, Lucas, estaban preparando unas cuantas bandejas más para tener en stock. Ambos se habían conocido en la escuela de hostelería, durante el curso de especialización en pastelería. El primer día les tocó compartir mesa y horno, y enseguida congeniaron, a pesar de las extravagancias del chico italiano. Pronto descubrieron que compartían el mismo sueño de tener su propio negocio, así que comenzaron a ahorrar para poder montar una pastelería juntos. Habían abierto el local apenas un par de semanas antes, pero ya el boca a boca comenzaba a funcionar y cada vez tenían más trabajo. Incluso les había llegado ya un encargo para una boda, lo cual si salía bien, les conseguiría aún más clientes. No tenían dinero para publicidad, así que necesitaban que los clientes satisfechos se encargaran de hablar bien de ellos.

Se sopló el flequillo rubio mirando con ojo crítico la exposición de cupcakes y pasteles, recolocando alguno que le parecía fuera de sitio hasta quedar satisfecha.

Después se fue a colocar las sillas y las mesas, mientras oía la voz de su socio en la parte trasera del local, sin llegar a entender nada.

— ¡ Lucas, no te entiendo! —replicó, alzando un poco la voz.

— ¡Estoy al teléfono! —fue la contestación.
Lo cual no era nada fuera de lo común, Sylvee no conocía a nadie que hablara tanto por el móvil. Terminó de dejar todo en su sitio, y regresó tras el mostrador, mirando la puerta con el ceño fruncido. ¿Qué estaría haciendo Lucas? No se tardaba tanto en hornear unos cupcakes. Esperaba que no volviera a ponerse a experimentar con colores, los que había hecho fucsia y morados se los habían tenido que acabar comiendo ellos... y por mucho que tuvieran una pastelería, el plan era ganar para vivir, no engordar veinte kilos la primera semana.

***


En el parque de bomberos del distrito central de Orlando, junto al río, el equipo de turno de tarde esperaba que llegara su hora de salida jugando a las cartas en la sala de descanso.

De la zona de vestuarios salió un chico joven con un móvil en la mano.

— ¡Eh, vaquero!

El aludido tiró una carta sobre la mesa y le miró levantando una ceja.

— ¿Se quema algo?

—Sí, tu teléfono, no para de sonar—.Se lo lanzó, y el chico lo cogió al vuelo—. Deberías contestar, ¿no crees?

—Estoy de servicio—.Lo dejó sobre la mesa tras mirar la pantalla sin mucho interés—. Y además, esa chica sabe de sobra que no me interesa.

—Ya—.Se dirigió a la máquina de café—. Joder, Jesse, yo no sé qué les das. Mira que yo las trato bien, pero nada, todas van a ti.

—Ya sabes, Max—.Comprobó sus fichas de colores, y colocó unas cuantas sobre el tapete—. Les va lo exótico.

Y le guiñó uno de sus ojos, que en otra persona no llamarían demasiado la atención. Pero en su piel oscura, mezcla de su madre blanca y de su padre de color, destacaban de forma especial. Si eso fallaba, siempre tenía su sonrisa de niño bueno, por no hablar del cuerpo de músculos perfectos debido a su entrenamiento como bombero. Incluso la barba de varios días, que debería darle aspecto desaliñado, causaba el efecto contrario.

De pronto comenzó a sonar la alarma, pero cuando segundos después ya estaban todos levantados, se paró. Se miraron extrañados, y Max fue a contestar el teléfono interno.

maldita kate: karlnap.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora