La ambición de Gabriel

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De la rivalidad no puede salir nada hermoso; y del orgullo, nada noble. John Ruskin

Crismaylin mantuvo su atención fija en cada uno de los movimientos de Tania. Un torrente de preguntas inundaba su mente y estaba decidida a no marcharse hasta que obtuviera respuestas. Por otro lado, Tania permanecía inmóvil, su mirada se llenaba de odio y desprecio al ver a Crismaylin tocando a su hijo.

—Que sea la última vez que lo toques —le advirtió Tania, avanzando hacia ella con paso firme.

La belleza de su enemiga seguía intacta, aunque ahora lucía el cabello más corto y algunas canas más claras reflexionó la viajera.

—No seas tan dramática—expresó Crismaylin con media sonrisa—. Además, recuerda que tú fuiste quien lo envió donde estaba.

—Aún conservas esa actitud de víbora, Crismaylin—añadió Tania, con un resentimiento evidente en cada palabra.

—¿Para eso me mandaste a buscar? —inquirió Crismaylin—. Si querías verme de cerca anoche, podrías haberlo hecho y me habrías ahorrado el viaje. Pero ya que estoy aquí, tienes que responder una pregunta: ¿Turey es el padre del niño?

—Lo es—le respondió Tania con orgullo.

La respuesta era evidente, pero Crismaylin necesitaba escucharla de la boca de Tania. Además, el niño tenía ocho años, lo que indicaba con claridad que Turey no había muerto en el momento de la separación. Sin embargo, saber que Turey había rehecho su vida al lado de Tania era un golpe emocional devastador para ella. Se acercó al ventanal y dejó que su mirada se perdiera en el horizonte, cerro los ojos e intentó imaginarlos juntos como una familia. Los celos comenzaron a arder en su interior.

—No es lo que piensas—intervino Tania.

—No tienes idea de lo que estoy imaginando—le respondió Crismaylin.

—Se nota a leguas. ¿Crees que después de tu partida, Turey corrió a mis brazos y vivimos una historia de amor en medio del caos? —exclamó Tania con sarcasmo—. Fuiste lo peor que le pudo haber pasado. Ni siquiera la opresión de los españoles le causó tanto daño como tú.

—No te permito...—la interrumpió Crismaylin.

—Me importa un bledo lo que me permitas o no, estúpida—le respondió Tania con antipatía—. Cuando su tribu fue invadida y atacada por los Caribes, lo encontré gravemente herido y lo cuidé—sus palabras eran como cuchillos en el corazón de Crismaylin—. Luché por él, incluso contra la muerte, y todo por nada. ¿Por qué? Porque ya lo habías destruido por dentro—continuó Tania con amargura—. Luego llegaron los saqueadores y le conté lo que iba a suceder. ¿Y sabes qué hizo? Nada, porque ya no le importaba nada y todo era culpa tuya, maldita perra.

—¿Crees que yo la pasé mejor? —dijo Cris, reteniendo el sollozo que amenazaba con escapar. Quería llorar, pero no lo haría, no delante de ella.

—Al parecer sí—confirmó Tania—. Te graduaste como profesora de ciencias políticas en Alemania, varios amantes nada serios, viajes, reconocimientos, dinero y vacaciones. La lista es larga.

—¿Para eso me invitaste a tu casa? —inquirió Crismaylin.

—Sabes muy bien que no—replicó Tania—. Necesito de tu ayuda.

Aunque si Tania le hubiera dicho que Turey estaba viviendo en Marte, Crismaylin lo habría considerado como una posibilidad. Pero pensar que necesitaba su ayuda era otra cosa. Agitó la cabeza y una risita escapó de su garganta. Tania parecía creer que podía engañarla tan fácilmente.

—¿Quieres qué? —preguntó Cris, sorprendida.

—Mi hijo necesita a su padre y la única persona que podría persuadirlo eres tú. Cuando supo de mi embarazo, insistió en que regresara. Las cosas allá están críticas, un auténtico desastre. Sé que, si le dices que regrese, lo hará.

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora