Los acontecimientos se tornaban cada vez más desfavorables para la viajera. En plena fiesta, envenenaron al consejero del rey, sin tener la más remota idea de quién era el culpable. Otra cuestión, menos significativa pero no menos agravante, fue que se convirtió en el centro de atención al ser defendida por un noble ante un posible agresor sexual. Gabriel señaló a Turey como asesino, ladrón y violador, sin mencionar el conflicto que se produjo entre los músicos y los soldados mientras lo llevaban a la fortaleza.
Cris se sentía atrapada, no dejaba de pensar en los posibles culpables. Era demasiado pronto para confirmar si Gabriel o sus secuaces tenían algo que ver. La muerte del consejero no les beneficiaría en absoluto, al contrario, atraería atención innecesaria. Además, si el caso no se resolvía pronto, acarrearía serios problemas para su esposo; como oidor, debía administrar justicia lo antes posible, ya que la dilación pondría en tela de juicio su autoridad.
La viajera se dirigió al despacho de Crescencio y lo encontró examinando unos papeles. Anoche le aseguró hasta la saciedad que las acusaciones eran falsas.
—Crescencio, necesito hablar contigo —carraspeó la viajera. Se notaba a leguas que estaba cansado, nervioso y abatido. Todos los ojos de la colonia estaban sobre él. Las familias adineradas le exigieron una explicación antes de que terminara el día, además de redactar cartas para informar a la corona y a los familiares del fallecido. Era inconcebible que un consejero real aún estuviera tendido sobre una mesa sin que se hubiera culpado a alguien.
—Siempre tendré tiempo para ti, ven, siéntate a mi lado —dijo Crescencio, visiblemente agotado.
La viajera lo observó sin pestañear, y algo en su forma de tratarla, a pesar de tantos problemas, la conmovió hasta el punto de que sintió un nudo en la garganta. No merecía tener a alguien como él a su lado.
—Te lo agradezco —expresó mientras arrastraba una silla—. ¿Has encontrado algún indicio sobre el asesinato del consejero?
—Esto se me ha ido de las manos... —masculló él mientras se frotaba los ojos—. Somos los primeros sospechosos por ser los anfitriones. Alguien envenenó la bebida del consejero, la cuestión es quién y por qué. Los Bastidas y otras familias influyentes creen que hubo una confabulación entre los conversos. —Cris lo miró con nerviosismo—. Tenemos algunos apresados, incluso el que intentó atacarte. No estoy a favor de la tortura, pero necesitamos una confesión antes de que anochezca.
La viajera se levantó de la silla de un respingo y abrió los ojos.
—¿Cómo puedes decir algo así? ¿No tienes idea de que maltratar a un ser humano es un delito contra Dios? —Soltó una risa nerviosa y seca al oírse cómo lo haría su madre—. Creo en la comunicación sin violencia.
—Todos se niegan a hablar —empezó a decir Crescencio con aire solemne—. Me veo obligado a hacer algo si no quiero perder mi posición.
—Entonces, ¿todo esto se reduce a tu cargo? —expresó Crismaylin molesta—. No importa si mueren personas inocentes.
—Amor, te entiendo, a mí tampoco me resulta fácil. Gabriel Bastidas interpuso una querella formal contra el converso Lucas, que vive en la casa de tu primo. Lo acusa de varios delitos graves, de los cuales ya estás enterada. Incluso presentó testigos.
—No es cierto eso —objetó la viajera—. Mi primo Ruberto sería incapaz de acoger a una persona así. Habla con él para que puedan esclarecer todo.
—Amelia, tu primo fue acusado también. — Tragó saliva y sus ojos abandonaron los de su esposa por unos instantes—. Fueron a buscarle y huyó.
—¿De qué se le acusa? —inquirió consternada.
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Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taíno
Historical FictionHace veinte años, Crismaylin, una vez estudiante de arqueología y viajera en el tiempo, fue obligada a regresar a su época y los fantasmas del pasado aún la persiguen. No obstante, cuando se entera de que un integrante de la Sociedad de los Reescrib...